viernes, 28 de diciembre de 2018

Rei dos meus ollos

No sé lo que supone para ti acordarte de mí- y me sorprende que lo hagas.
Ni sé lo que sientes cuando me llamas de la forma que sólo tú sabes.

Pero a mí se me ocurren mil y un motivos para borrar todos los kilómetros que hay entre los dos cuando te escucho llamarme así entre la gente.
Porque cuando me llamas reina me significa que alguna vez vestí las mejores galas y que fui dueña y señora de algo tan maravilloso como tu corazón.
Que me llames reina hace que quiera quedarme a vivir en el instante en que rompes a reír.
Hace que quiera mandar a la mierda toda barrera susceptible de ser saltada para llegar a mi objetivo.
Hace que tú seas el único sueño que me ronda las ideas.

Cuando me llamas reina me haces contemplar que en un pasado no muy lejano fui la princesa de nadie.
Y crees en mí, fuerte. Y crees que puedo con todo. Y haces que yo me contagie de tu alegría exultante y termine por creérmelo también.
Cuando me llamas reina me dejas llorar a mis anchas y me dices que las de hoy ya no llevan corona pero que a mí eso ni siquiera me haría justicia.

Has depositado, sin saberlo, la confianza que necesitaba para dar la útilma orden a mi cerebro.
Y no has dejado de hacer enroque cuando viste venir el jaque mate para que las vistas fueran bonitas incluso con la torre en ruinas.
Has hecho que me crea eso de que el cariño es tan verídico como nosotros y que quererse demostrándolo no está sobrevalorado.

Ojalá coincidir pronto contigo de nuevo, en esta misma vida.
Y decirte de una vez por todas que yo no quiero ser reina de nada si no tengo tu sonrisa para gobernarme el alma.


                Leslie Rose y Kit Harington

miércoles, 12 de diciembre de 2018

Cuento de navidad.

Diciembre siempre fue mi mes preferido pero aquella noche el fin de año inminente me saturó y necesitaba volver a poner en paz mi alma. Necesitaba silencio- cosa que, en una casa tan repleta de vida como la mía, se me antojó imposible.
Bajé las escaleras a toda prisa con el abrigo en la mano. El ascensor iba muy lento y yo necesitaba aire y fundirme en la inmensidad de la noche, y lo necesitaba en aquel instante.

Dejé que el portón me diera su estruendoso adiós y me senté en el banco de siempre. Estuve tentada a colgar un cigarrillo entre mis labios pero me recordé que aquella maldita droga era el primer punto en la lista de propósitos para el año que se nos echaba encima.
Pensaba en respirar hondo y relajarme cuando los vi.

Ella era la viva imagen de un muñeco de nieve demasiado colorido, lo cual no casaba con sus ojos. Era lo único que dejaba al descubierto de su persona y sólo supe adivinar desolación.

Primero me asusté, pensé que él iba a hacerle algo pero me obligué a esperar y; minuto y medio más tarde seguían en el mismo punto.
Ella lo miraba con el miedo con que se increpa a lo perdido y él con la sensación agridulce de estar paseando una pena por el paraíso. Parecían conocerse de años atrás aunque algo me decía que habían cambiado.

Él tenía el pelo desgreñado y una barba de dos días. Las solapas de su abrigo le tapaban el cuello y las gafas de pasta negra no me dejaban adivinar si la pequeña muñeca de nieve intentaba encontrarse con el mismísimo Clark Kent.
Mis nervios fueron desapareciendo poco a poco cuando la vi atreverse a cortar la tensión de alguna manera.

Yo sonreí en silencio: estaba tan cerca de la extraña pareja como para sacarle punta perfecta a mi vena cotilla.

-Creo que ha llegado el momento.- comenzó ella.- Deberíamos poner las cartas sobre la mesa. Y las balas. Y la artillería pesada. Por eso te he llamado. Gracias por venir…También creo que deberías empezar a hablar tú, si quieres.
Te prometo que esta vez mi única tarea será escucharte. Suelta todo lo que has callado. Vacíate. Me gustaría que te sintieses en casa de nuevo. Y, por favor, deja de mirarme como si sólo hubiéramos coincidido en una parada de metro. Cuéntame que te pasó por la cabeza la tarde que todo sonó a roto.

La escena dejó de ser monólogo y los ojos de ella vaciaron el miedo para derramar sus ganas.

-Yo… no lo sé. Te quería ¿sabes?- Él no la miraba, estaba concentrado el bullicio de la ciudad.-Más de lo que fui capaz de admitir. Parece que he madurado, porque me estoy atreviendo a decírtelo sin querer llorar. Es algo bueno, ¿no? No sé explicar el motivo. Simplemente, tenerte cerca, me hacía sentirme yo. Un yo que fui descubriendo desde cero contigo. Un yo que veía la vida de manera crítica, y estaba dispuesto a cualquier cambio activo. Y, la otra parte de la balanza…mi corazón. Te lo regalé, joder…Era tuyo y terminó en la basura. Jamás pensé que dejar de latir por alguien iba a doler tanto. Contigo me pasaba lo siguiente: te escuchaba reír (reírte de mi, de hecho), y el este músculo iba por el metro noventa y cinco de los cien lisos. Me acariciabas y juro que no he conocido rincón más bonito. Te quise pero no debí hacerlo muy bien porque no fue suficiente para que siguieras conmigo. ¿Cómo querías que me sintiera? Me dolió. Pasé por todas las fases del duelo una y otra vez. Ni recuerdo el número de veces. Hasta que decidí matar tu recuerdo. No podía seguir viendo tu sonrisa tan lejos de mi y no sentir…rabia. Me preguntaba continuamente por qué… Y creo que me equivoqué. Te odié tanto… pero más a mi por la autodestruicción. Y aún guardo mis reservas.

-¿Tus reservas…?- alcanzó a murmurar ella.
-Si. Ya sabes que siempre me alegra saber de ti pero, una cosa es eso, y otra acceder a que nos veamos…Porque, no sé si a ti te ha pasado, pero a mi al verte me ha llovido TODO lo que viví contigo. Y no necesitaba recordarlo, y más el dolor, para ser exactos.

El rostro empapado en lágrimas de la joven se crispó. Estaba deseando gritar.
Aquello era una olla a presión a punto de estallar y yo ya me había olvidado de tener una familia preparando una cena de gala en el octavo.

-Si no te importa, voy a empezar por el final… He conseguido dejar la pared de mi cuarto inmaculada de tu recuerdo. Tapé los agujeros de todas las chinchetas que marcaban las todos los sitios donde fui feliz contigo. Arranqué tu sonrisa de mi ventana. Los restos de ti ahora caben en una caja. Y eso es algo que no termino de aceptar porque alguien que me hizo sentir tan grande no debería ser recordado de manera tan escueta. Por eso quise verte. No me gustaría dejar pasar otro año para resolver lo que me pasa contigo. No puedo recordarte mejor porque he saltado de golpe varios capítulos de nuestra vida juntos. La parte de madurar, los preliminares, las madrugadas…Y ahora me vienen con el cuento de que si la audiencia, la publicidad, las cifras… Ya paro de aburrirte, porque sé que nunca te gustaron. El resultado de todo esto es una televisión apagada por impago de las facturas de luz, un helado derretido sobre la mesa y una serie que no continuará porque las criticas la tildaron de mediocre.

-¿Qué cojones dices?- Clark Kent comenzaba a desesperarse.

Pero yo me había dado cuenta de lo que ella pretendía. Hacía tiempo que no escuchaba a alguien darle tantas vueltas a una idea. Engalanarla sin decir absolutamente nada. Soltar indirectas vestidas de tul para que él siguiera tirando de su lengua. Apunté mentalmente la estrategia de la muñequita de nieve.
Lo tenía en el punto que quería, con la electricidad palpable entre los ojos, a un beso de distancia y con mucha verdad aún por revelar. ¡Bravo!

-Digo que te quiero. A lo mejor no es lo que necesitas oír. Igual piensas que soy una egoísta, que no te mereces esto pero déjame decirte por qué si. Voy a tirar de que es navidad, de que llevábamos años sin entendernos, de que la vida cuando termina de ser puta, es cuando empieza a doler… Voy a tirar de todo para pedirte otra oportunidad. Por la que no me diste cuando quise explicarme. ¿Cómo demonios le dices al amor de tu vida que te sientes fuera de la relación? ¿Cómo le dices que no te gusta ser espectadora? Que lo vuestro era el papel protagonista…
Intenté decírtelo muchas veces. Darte los motivos que me “pedías” en silencio. Quise contarte que el tedio estaba comiéndose nuestra rutina, que las ganas estaban a cero y que necesitaba que me dieras un único motivo para seguir luchando por aquello.
Perdóname…porque al final no tenía tanta confianza contigo como para decirte cómo me sentí. Y eso. Que llevo mucho tiempo intentando compartir este cariño con alguien. Y ese alguien llevaba tu nombre. Perdona también por eso.

Creo que el último lunes de diciembre se paró en seco, rendido como yo ante aquella estampa. 

Ella, vaciada, soltó el suspiro y se dio la vuelta para marcharse. Se iba así…

Él se había quedado igual de gélido que la noche con la diferencia de que ahora eran sus ojos los del miedo, el daño y los reproches.
Y ella que estaba dispuesta a salir de nuevo de su vida después de ponerla patas arriba.

Sentí pena por ver acabar aquella historia así pero él actuó todo lo rápido que le permitió el corazón.
Creo que el suyo ya jugaba en otra liga, había dejado los cien metros lisos para principiantes y se había atrevido con las maratones.
Lo vi agarrarla por la muñeca y acercarse a sus labios peligrosamente.

Y el tiempo volvió a pararse. 

Estaba viendo una jodida película y mi corazón aquella última noche era un poquito más grande. Fue el beso más bonito que he visto nunca.

-No voy a dejar que te me vuelvas a escapar, no otra vez. Ahora estoy dispuesto a aprender de mis errores. Y no, para tu desgracia, yo no he dejado de quererte nunca. Me vuelves…

-¿…loco?- Entonó ella coloreando sus mejillas.
-Cállate, idiota.- Bromeó.- Si vuelves a escaparte de esa manera un treinta y uno de diciembre no me hago responsable de mis actos.

-Te echaba de menos…pero vamos a ir lento, ¿te parece?

-Señorita, creo que deberíamos ponernos al día. Contarnos todo lo que nos hemos perdido de la vida del otro, y luego ya vemos…pero, prométemelo.

-¿El qué?

-Prométeme que a partir de ahora vas a confiar en mi.

Luego los vi marcharse de la mano. Y para cuando subí repleta de amor ajeno y maldiciendo entre dientes a la soledad en me esperaban con la copa de champán en la mano. Fui hasta mi habitación e hice añicos la lista de propósitos de año nuevo. No iba a ser yo quien creyera que aquella lista tendría un futuro. El futuro sería mío.


Al año lo recibí con un pitillo en los labios, colmada de abrazos y risas y una nueva historia que contarle a las amantes de la novela rosa. Y a ellos, en silencio, les deseé mucho tiempo de confianza y la recuperación de todo lo perdido.


domingo, 9 de diciembre de 2018

La tarde veintitrés

¿Sabes aquello que te dije la tarde veintitrés?
Te preguntarás a qué viene todo esto.

Volverás a callarte eso de cómo puedes estar tan loca, y tú seguir regalándome el caso.
Y querrás saber qué es lo que me come por dentro cómo para volver a llamarte
después de todo este tiempo.

Te echaba de menos.
Y en mi defensa, debo decir que nunca has salido de mi vida.
Te guardo en formato resueño. Un sueño repetido hasta la saciedad.
Ese que has tenido demasiadas madrugadas.
Uno en el que vuelves a ver a quien quieres y te olvidas de la parte onírica.

La veintitrés fue la tarde de la merienda interminable- la que se nos juntó con Catalina sin quererlo.
Aquella tarde en la que los gustos de uno y de otro se entrelazaron a la fuerza y no dejamos de reír.
La tarde de mi vestido verde, y mis ojos más negros de la cuenta.
La tarde de tu sonrisa tímida de más.

Aquellas horas coincidimos en que cada persona era un mundo
y que costaba mucho hacer colisionar dos planetas si orbitaban juntos,
pero a mi se me fue la cabeza, como de costumbre,
y te confié mi otra teoría:

Creía que en cada lugar en el que empiezas de cero vuelves a encontrar a todos los tuyos reflejados en otras vidas.
Como si necesitaras un elenco para completar el guión de la tuya, y aunque la escena cambie y el decorado de un giro de 360 grados,
la vida continuaría tal y como la dejaste.
Y los tuyos vuelven a ser los de siempre con un poco menos de kilómetros de diferencia.

Entonces volviste a decirme que soñaba demasiado.

Pero me ha parecido encontrarte en los ojos de otro. En su risa tímida y en su ilusión.
Has sido la prueba de que mi teoría no era humo del todo.

He conocido a alguien que me recuerda mucho a ti y creo que tengo miedo de creer enamorarme.
De tirarme al vacío de la ilusión y que vuelva a doler como antaño.
Pero lo que me da aún más miedo es dañar.
No sentir con la misma intensidad y no estar a la altura.

Y he vuelto a despertarme con el domingo mientras me llovía un rayo de lucidez.

Mi teoría vuelve a desmoronarse. Carece de base estable sobre la que sostenerse.
Eres tú en otros ojos, pero esa vida no es más que un espejismo.
Son mis recuerdos de ti proyectados en otro.

Hace tiempo también te dije que eras un ser único e irremplazable.
Que sería difícil encontrar a alguien como tú.
Y eso es de las pocas cosas sobre las que puedo presumir tener razón.

Por eso me pasaba por aquí.
Quería saber si estabas bien.

(Ryan Gosling- Blue Valentine)

Entresijos.

Con la ilusión de las primeras veces pero sin mucho que decir.
Porque hay veces que sentir es más fuerte y no es estrictamente necesario
eso de verbalizar las emociones.

La vergüenza vino derretida y el gato que comía lenguas ya descansa bajo la cama.
Y aquí está la loca loca de los domingos:

Con las pestañas sin poner y las luces apagadas.
Y veinte planes zurzidos en la más bonita de las madrugadas.

Con los ojos vestidos de legañas y muerta de miedo.
Con el alma envuelta en un abrazo de nadie.

Con la lluvia queriendo entrar por la ventana.
Y tú sin dejarle espacio.

Con los ojos de la gente jamás puestos en un nosotros.
Porque los dos enteros nunca sumaríamos las mitades
necesarias para completarnos.

Con las ganas exprimidas,
pasando por todas tus heridas y colándose hasta las mías.

Porque no puedo prometerte que vaya a quererte siempre-eso corre a cuenta del corazón.
Pero si puedo inventar cuarenta y ocho horas de felicidad contenidas
en un beso.
Aunque digas que te aburres cuando llegas a mis labios.

Y después puede que todo empiece y nosotros acabemos.
Que el tiempo se rinda ante la perfección de lo imperfecto
y se cubra los ojos para no vernos.

Con la sonrisa puesta desde un sueño profundo y un buenos días nada lunes.
Y tu fragancia sobre mi almohada, yo que sigo echándola del cuarto con la boca chica.

Así es como me gusta esperarte desde que te conozco.


miércoles, 14 de noviembre de 2018

Tensando cuerdas

 ¿Hasta cuándo se puede tensar una cuerda?
¿La soltarías si ves que está a punto de romperse?
¿O continuarías tirando?

Yo la soltaría- pensando fríamente- aunque soy algo más de impulsos.

En realidad tendrían que darse muchas casualidades juntas para que la soltara.

Quizá no se rompería, pero quedaría dada de si. Y me sangrarían las heridas de las manos.

Igual que no puedes apagar un incendio presionando con los dedos la cerilla que lo provocó.
Y tampoco reducir la sal en tu vida si solo sabes sacudirte las penas cuando vas por el tercer tequila.

Si quieres saber si romperías la cuerda fíjate en un ejemplo: Un sistema cerrado de tu entorno en el que puedas verte reflejado.
Tómalo y analízalo como mejor sepas.

Y si no encuentras nadie a quien mirar, míralos a ellos.

Que no se dejan, que se han hecho alérgicos a las despedidas
pero han terminado por soportarse en silencio.

Fíjate en el.
Que la idealiza, la idolatra y la venera.
Que se cree enamorado, que si le falta el aire se olvida de respirar,
que qué bonito el mundo si ella le dice un sí.

Nada más lejos de la realidad.

Vive enamorado, si; pero de la idea que tiene de ella.
Exprime los segundos intentando hacerla feliz como si no tuviera otro propósito.
Dice que la quiere bien pero, tiene que pasar de puntillas sobre su relación para que esta no se le escape.
Debe sacrificar su felicidad para que ella se tiña de triste un poco menos.

Si es eso el amor quiero que lo pongan en el dorso de la caja cuando lo compre y que al pagar me aseguren eso de que puedo devolverlo si no estoy satisfecha.

Pero cuando crees que ya has definido al malo de la película y que el género del drama no va demasiado contigo la miras a ella.

La miras siendo ella.
La ves queriéndolo a su manera, poniendo pros y contras en una balanza, sabiendo que en el combate pujó en secreto por el odio prometiéndose antes al amor.

Mírala esforzándose por hacer lo correcto mientras todo le sale al revés.
Fíjate en ella, queriendo recuperar el abrazo de siempre y la confidencia,
al mismo tiempo que quita la mano que se arrastra hasta sus bajos fondos.

Porque no quiere, no debe.
Porque se están haciendo daño y luego...
Luego la cerilla se hará fuego y las llamas escaldarán a ambos sin poder poner remedio.

Pero ella continúa tirando de la cuerda, y vuelve la cara para no verlo cuando se rompa.
Cuando se gasten los besos, y su abrazo deje de ser.
Cuando se sequen las pocas lágrimas que quedan por derramar.

Mírala haciéndose trizas y gritando al aire su palabra amiga. Buscando desesperada el empujón que le permita acabar con el miedo y lanzarse al vacío.

Que claro que lo quiere pero no así.
Que no está enamorada pero no puede vivir sin él.
Ella quiere que vuelva su mejor amigo.

Pero cómo le dices a alguien que el abrazo ya no es al amor lo que un descosido a un roto.
Y que los finales pueden ser felices pero no todas las personas de ese final lo son.
Que siempre quedará alguien peor.



(I don't love you- My chemical romance)

¿Ilu...qué?

Y para quererme antes deberías comprenderme.
Deberías saber que la cosa viene funcionando así desde tiempos inmemoriales:
yo primero, y el mundo, después.

Lamento decirte que yo, no soy sólo yo.
Soy con todo aquel que alguna vez me quiso porque le dio la gana.

Tienes que entender que me encanta ilusionarme, asúmelo.
Que quizá viva un poco en las nubes.
Que tengo en la cabeza un exceso de sueños no resueltos pero, ¿y qué?
Soy bastante feliz, con mi mundo de arco iris. Y hasta él, se ha teñido de gris algún domingo.

No considero que por eso- lo del mundo de arco iris- haya dejado de crecer física o mentalmente- aunque me confieso amante incondicional de la inocencia de Peter.
En todo caso, al contrario:
Las ilusiones son un arma de doble filo, pueden caer en gracia o romperte en pedazos.

Soy de las que prefiero agarrar ese 50% de posibilidades de arriesgarse y terminar ganando.
También pienso que las ilusiones van aumentando su extensión con el paso del tiempo, al igual que pueden cambiar de dimensión.

No niego que hay ocasiones en las que el corazón duele demasiado, que el corazón se derrama con la lluvia.
Pero he aprendido a vivir con ello y a dolerme mejor.
Porque cuando una de mis ilusiones se torna realidad me siento plena.

?Has experimentado alguna vez esa sensación?
Si, hablo de alineacion de astros, de treboles de cuatro hojas marchitandonse en los bolsillos y de semáforos en verde por sistema.
Hablo de salir in paraguas en mitad de una tormenta; de ser gilipollas, pero que te de igual mientras sea un estado transitorio de tu conciencia.
Estoy hablando de creer que el karma y tú jugáis en el mismo equipo.

Creo que ha llegado el momento de que dejes de alimentarte de las ilusiones de los demás, de que abandones la autocrítica y le des una oportunidad a la vida. Ilusiónate.
Odiándolas en voz alta no vas a conseguir que se evaporen ni que las mías pierdan su realismo mágico.
Mira en tu ombligo y si quieres, después te enseño a ser feliz conmigo.



sábado, 10 de noviembre de 2018

Se pararon las horas.

El día que lo mataron nadie lloró.
Mandaron prenderlo y segaron una luz imposible de contener.
Se dice que después de eso, no puso un pie sobre el cielo.

El día que exhaló su ultimo aliento el lorenzo volvía por la puerta grande para derretir la jornada.

Y aquella luz de blanca silueta huyó con el sello de un tiro a bocajarro sobre el corazón.
Y cesó el tictac de su reloj de bolsillo.
Como si fuera el único que auguraba un final no escrito.

El día que se lo llevaron el río fluía ajeno a todo;
y Catalina, no supo cómo despedirse de quien tan bien le había llorado.

Los puñales descansaban inmaculados sobre una alacena, para no volver a ser culpados.
Y lo llevaron a matar.

¿Cuántos cuartos valía una vida entonces? ¿Y una pena?
Dependía de tu cuna.

Federico alcanzó la muerte en vida mientras se arrancaba el corazón a tiras.
Sangraba sus heridas sobre el papel y curaba con tinta el daño hasta quedarse sin aliento.

Una vez le abandonó ese aliento, cayó preso en la desidia, y el dolor dejó de ser insoportable.
Aprendió a no querer desaparecer, a dar vueltas en una noria sobre su misma tristeza para sacar a caballo una alegría ilusoria.

El derramamiento de sangre a destiempo no sirvió para dejar de llorar los rotos.
Tampoco sirvió para que Yerma volviera a ver vida tras su mirada, ni para que las Alba se sobrepusieran a la pérdida.
Tampoco, para que la novia dejara de teñir de sangre su vestido abrazando dos corazones y siendo prisionera de su alma.

Sus palabras volaron más allá del mar.
Y aún cerrando los ojos, llevamos muchas lunas derramando unas lágrimas que no nos pertenecen.
Todo por no dejar que quien amaba muriera de pena.
Todo por no saber escuchar la voz del desaliento y creernos dueños de todo lo que ambicionamos.

(La Novia- Inma Cuesta)



martes, 6 de noviembre de 2018

Ponerse guapa para ellos.

Lo hacía de manera inconsciente pero era algo que me volvía loco.
Se mordía el labio y se paraba mi tiempo.

Cuando pensaba, después de cada risa, cuando iba en serio y también en el óbito de cada broma.
Sus dientes secuestraban algo que yo codiciada y me era imposible explicar por qué experimentaba tanto cambio.

Creo recordar que era su sola presencia.
Cuando la sentía cerca, el vello de mi nunca se erizaba.
Mi cabeza me alertaba de que el peligro me rondaba y ese sexto sentido-que aún conservo- nunca llegó a equivocarse.

Era bonita de todas las maneras pero, mi preferida era así, sin maquillar.

Como cuando le gritaba el mundo que parase, que ella se bajaba y se la veía tan seria que siempre me acercaba para impedirle cualquier forma de salto al vacío por miedo a verla desaparecer.

Me gustaba disconforme con el mundo y siempre dispuesta cambiarlo.
Su atuendo más bonito era su piel; ella que siempre menospreciaba su piel por vicio- pero lo cierto era que lejos de ser perfecta, encajaba milimétricamente con las huellas de mi mano.
Debí ser conquistador de su geografía en una de mis vidas pasadas y cuánto lamento no recordarlo del todo.

Siempre tuve mis preferencias, fue algo que me enseñó en el tiempo que compartimos: a tener dos opciones pero marcar solamente una como favorita-y así lo hice.

Aunque lo verdaderamente sorprendente era verla acicalarse para ellos.

Quien la conozca no podrá negarme que verla ponerse guapa para la sociedad era una fantasía.

Cuando teníamos planes yo siempre fui el último en comenzar a prepararme el primero en acabar.
Daba igual como estuviera; sus rituales no me los perdía por nada del mundo

Primero escondía la piel-esa de la que os hablaba.
Pude sentirme exclusivo al ser de los pocos que la conocía al desnudo.-
y cuando no quedaba ni rastro de ella al descubierto me sonreía través del espejo.
Se mofaba de mi cara de tonto con los pies colgando de la cama.

Luego, con un pulso preciso, delimitaba su mirada hasta cambiar de lo humano a lo divino y sus párpados brillaban según el color de lo que llevara aquella noche.

Finalmente, para hacerle algo menos de justicia disimulaba con un poco de rimmel- yo que sabía que aquellas pestañas sin un gramo de petróleo habían provocado accidentes, me lo guardaba para mi.

Entonces escondía todos los tarros en el segundo cajón de la derecha, se soltaba el pelo y me miraba directamente.

Por muchas noches que hubiera vivido aquella escena nunca estaré preparado para ese huracán que eran sus ojos jugando a no ser los mismos.
Mi aliento me abandonaba entonces y lo sigue haciendo cada vez que la recuerdo.

Y luego volvía a morderse el labio y se paraba mi vida.

Hay algo más que ella me decía siempre,  que le gustaba eso de ponerse guapa para ellos.
Nunca me cansé de preguntarle quiénes eran ellos y ella olvidaba mi pregunta y me decía que las historias de verdad siempre quedaban más bonitas contadas en imperfecto.

Llevaba mucho sin recordar poco sentido que tenía para mí aquello.


Y hoy, creo que por fin lo he comprendido todo.

(10 razones para odiarte- Heath Ledger, Julia Stiles)

lunes, 29 de octubre de 2018

Lunes consternado

Será que todos mis personajes se llaman como tú y tu recuerdo es una prolongación más de mi memoria, o que hace ya tiempo que me abrazo a mi misma intentando recordar cómo era eso de sentir.

Será que el otoño duró dos paradas de metro y el invierno nos amenaza crudo, con los brazos en jarra, recriminándonos estar destruyéndonos los ideales.

Pero hoy me siento triste y un poco vacía.

Es un lunes ebrio de gris; lunes incapaz de unir los puntos en una línea
o de cantar mi canción favorita con el volumen a todo trapo.

Estoy triste porque no me sale la voz y mi cabeza se da de bruces con la realidad.
La misma que desprecia por no ceñirse al plan de supervivencia y quedarse a la altura de unos pocos elegidos.

Me siento triste porque echo de menos a muchos de los que se convirtieron en estrella.
Me arrancaron un par de charlas instructivas sobre el ser o no ser y sobre los dedos helados durante los inviernos.
Me arrancaron alguna que otra merienda y uno de esos besos sonoros que somos incapaces de describir sin sonreír.

Triste por no saber valorar hasta lo peor.
Porque me enseñaron a mirarlo del revés, a sacar partido y comenzar un nuevo juego- pero hoy no estoy preparada para ello.

Triste, porque no sé que me falta y creo que tiene algo que ver con los puntos finales.
Necesito puntos finales sobre las madrugadas.
Pausas donde coger aire y reanudar el sorteo de vicisitudes al que creo estar sometida.

Solo tengo veintidós pero no he conseguido en todo lo vivido casar cabeza y corazón.

Porque si pienso con la cabeza, mi corazón se apaga.
Dice que nunca le dará la razón. Que es egoísta y nada gentil. Dice que piensa demasiado- como si pudiera tener alguna otra sorprendente función.

Pero pensar con el corazón hace que la primera estalle y entonces, nada.
La cabeza me ha dicho que reniega de la pasión, que sólo nos trae disgustos y llantos eternos.
Dice, sabiamente, que nos hace débiles.

Y cada vez que sucede esto- accidente de intereses en la travesía de mi persona- debo poner todo de mi parte para arreglarlo.

Vuelta al reinicio de las funciones mentales:
-Apréndete de cero a gestionar lo que duele
-Piensa antes de actuar
-Quiere en la medida justa
-Evita toda forma de sentimiento
-Levanta la mano para pedir la palabra
-No esperes nada de nadie

A lo que mi desbocado corazón responde a gritos. Se siente ninguneado, y no le culpo, siempre fue mi preferido y para concentrarme debo ignorarlo.

Hace un rato que no lo escucho. Seguro que se lo encuentran enfurruñado entre los charcos: Olviden comentarle todo lo que les confesé. Sé que subiría todas las plantas con las pulsaciones a cien hasta mi puerta y me sacaría del orden mental que llevo un rato tratando construir.

sábado, 27 de octubre de 2018

'No te duermas'

Te tengo que decir algo.
No te duermas. No todavía, al menos.
No te duermas, porque aunque nos encanten los sueños podemos hacerlo mejor en este universo paralelo que es nuestra realidad.
No te duermas que no he terminado de contarte los lunares. Que nos queda el culo de la copa de champán y yo llevo toda la noche entretenida con el tuyo.
Porque dormir está sobrevalorado.
No te duermas porque para dormir debemos estar cansados, y tú y yo tenemos batería de emergencia por si saltan los fusiles de querernos lento.
Iba por lo mucho que me gusta despertar y encontrarme tus ojos. Que adoro nuestros domingos por la tarde, y las noches de los viernes. Que voy a echar de menos esos miércoles de beso en la frente.
Que eres especialista en encontrarme las cosquillas cuando ni siquiera yo sabía que las tenía.
No te duermas. Aún no.
Tengo que decirte algo. Y como siempre me pasa me voy por las ramas y tus pestañas terminan siendo partícipes de una colisión frontal hasta tu subconsciente
No quiero que te vayas. Hasta que deje de respirar rápido, hasta que se duerman mis sueños. Luego eres libre de pasar todas las noches locas que necesites y de volver por la mañana.
Lo siento. Te lo prometí, pero no he podido evitarlo. Me he enamorado de ti.
Lo que no sé es cuando se te ocurrió que creerme las promesas era tu opción de vida. Cuando yo siempre defendí que tales retos estaban para romperse.
Eso era todo. Te quiero. Y qué bonito suena el hasta mañana desde tus labios.


sábado, 20 de octubre de 2018

Por conocerme mejor que yo.

Quería darte las gracias.
No por las cosas que no hicimos y que se cierran en forma de lista interminable, ni por las veces que dejamos de vernos.
Lo cierto es que miro atrás y me da nostalgia el recuerdo.

Quería agradecerte que me supieras entender desde el minuto uno.
Sé que ni siquiera llegamos a dar aquel paseo en globo, que no te adiviné paseando por el Trastevere, ni llegamos a sentir juntos el color de las islas griegas;
pero te reconozco que lo que soñamos juntos fue inmenso.

Quería darte las gracias de la mejor forma que conozco por ser la única persona que, aún viviendo en la sombra de mi vida, ha conseguido que persiga todo aquello en lo que creo.
Gracias por ser la persona que se empeñó en que me esforzara por cambiar lo que estaba mal de mi vida y que pelease con uñas y dientes por ser yo.
Aún continúo en esa construcción de mi yo, pero tu sentaste mis bases.

He de decir en mi defensa que no quise hacerte daño, que mi cariño no era lo suficientemente bueno para alguien como tú.
Lo que necesitabas era que te quisieran fuerte y bien.

Tú me enseñaste a quererme un poco mejor. Brindo por las veces que se me olvida.

Gracias porque es muy gratificante poder ser solamente tú misma en la realidad que sorteamos;     tanto que cuando el mundo me sobrepasa con sus mil caras,
cuando las luces se apagan, y la lluvia no deja ver ni siquiera la calle vacía; me acuerdo de ti.

Sé que estás ahí y necesitaba que lo supieras.
Y de nuevo otro gracias, el último.
Por estar siempre.
Y por hacerme creer que mis palabras pueden llegar a buen puerto.

No olvides que te quiero.














(Alex Maruny,Charlotte Vega- El club de los incomprendidos)

martes, 9 de octubre de 2018

Sentirse sinestésica

Tengo el corazón sordo.
Late a destiempo y se niega a escuchar cualquier consejo que le convenga.
No sabe aceptar las opiniones de otros y hace caso omiso a las críticas constructivas.
Dice que no va a cambiar- que de nada vale ya.
Que tiene la lengua propia y que la libertad es de lo mejor que probó jamás.

Tengo las manos mudas.
Que no se atreven con el verbo entrelazar, les asusta acariciar
y andan demasiado nerviosas como para dejarme parar
y pensar.
Rehuyen toda forma de vida, se esconden entre los pliegues internes de mi vestido verde.
Visten y desvisten las líneas de mi cuerpo como autómatas- malditas desagradecidas.
Pero por más que lo intento, no les sale la voz, me hacen señas para mostrar cuánto odian cantar y se hacen las serias cuando sienten el impacto de fulanita de tal.

Tengo los labios al borde de la hipotermia,
sintiéndose como un iceberg sin fisuras, a caballo entre lo occiso y el brillo de lo congelado.
Tienen miedo de gritar tu muerte, de que vuelvas desde la otra vida y además
te quedes callado.
Dicen que el gusto no es suyo, que qué significan los besos y con cuántas heridas puedes dejar de ser preso.
Dicen que ladran más que muerden y que pasan sus horas muertas- que son todas- tarareando a algún corazón agónico entre ironías.

Fuera me gritan hasta las estrellas.

Huele a hierro de heridas abiertas y de cabezas que rodaron lejos.
Huele a quejas de aquellos que se sintieron culpables por vivir.

Siento latir mis oídos.
Se rebelan ante la noche y agradecen el refugio sobre las teclas negras del piano.
Se cobijan entre tus dedos pidiendo con susurros una última caricia.
Se dedican a querer lento, a llorarle a todos los tangos.
Bailan persiguiendo los pasos de su mejor versión.
Luego pegan un salto al vacío disponiéndose a seguir todos los acordes que nos lleven rumbo a Roma.

La aventura llegará cuando mis sentidos y yo queramos escapar de ella.
Y debamos decirle a una loba que se siente reina y madre
que sólo estamos de paso pero que pensamos robar todos los corazones
que aún queden respirando dentro.

Que nos enseñaron que robar estaba mal pero que todo lo que ayudase a sobrevivir era bienvenido.

Y esto, esto de llevarlos a Roma huyendo de tu recuerdo es cuestión de vida o muerte.


Golden tears- Gustav Klimt



lunes, 3 de septiembre de 2018

Los septiembres siempre sorprenden.

Puede que no sea el día. Que no sea el momento ni vaya a llegar el instante adecuado.
O puede que llegue, te haga mil pedazos y tu sigas como si nada. Sin saber si saliste alguna vez de aquel abrazo.
Septiembre nos acerca algunas estrellas más y nos invita a abrazarnos a nosotros mismos con fuerza.
Fuera, las noches de verano tocaron fondo. Pero esta, tiene algo.

Ya no queda cera por quemar sobre ninguna mecha, ni música como la de antes.
El sol se ha despedido más temprano y las nubes se han empeñado en estropear el poco verano que le queda a nuestros huesos.
Nos da miedo, como cada septiembre, volver a sumergirnos en la rutina.
-Una rutina que al principio atemoriza, luego se vuelve adictiva y al final se abalanza sobre nosotros como si fuéramos el último ser vivo del planeta.-
La noche lleva mucho transcurrido y ella se adentra en la oscuridad de la madrugada como si fuera el mejor de los viajes. Cuenta con una compañía variopinta pero tiene la mirada algo perdida. Él se le acerca y la agarra de la cintura.
Danzan con pasos torpes un par de canciones estridentes. No escuchan a dos que se pelean a voces, tampoco que sus corazones han metido cuarta en la autopista del quizás.
El espacio entre ambos pasa a ser innecesario y saborean la victoria en forma de besos furtivos.
Nadie quiere pensar que es tarde, ni que la canción que está sonando lo hace por cuarta vez.
Nadie ve tampoco a la pareja hablando en idioma beso al final de la barra.
Han dejado de bailar. Se sienten colonos en una tierra que no les prometieron. Salieron a disfrutar y se han encontrado bajo un ron con hielo.
El alba despunta pero a ese bar aún le quedan estrellas, y septiembres y algún que otro culo de botella sobre el que leer entre líneas.
Ella, haciendo alarde de sus cuentos de niña, huye en busca de los amigos que se escaparon minutos antes. Juega a sentirse Cenicienta. Pero no pierde un zapato de tacón, sino unos labios que comenzaron tratándola de usted y han terminado por invitarla a bailar.
No se lleva su nombre pero sí la marca de sus dientes; no se lleva su perfume, pero sí sus ganas.
Y corre calle abajo con el carmín llegándole a los ojos.
Él no va a volver a verla, pero esta noche no va a ser la primera que soñará con tropezársela en el metro. Sabe que es una dama del sur y que su sonrisa estaba acostumbrada a las madrugadas.
Ella se preguntará en algún momento si siempre sabe tan bien sentirse bonita por una noche.



miércoles, 25 de julio de 2018

Porque una vez me dijiste que volver es otra forma de estar aquí para siempre

Las cajas reflejaron a la perfección tu estado de ánimo. Se me olvidó decirte que las llevases del revés, a ver si asi, la sonrisa trepaba hasta tus ojos.

Sin embargo, tus ojos no quisieron revelarme nada.
Caminabas impasible por la acera del calor, inmerso en tu propio universo, jugando a ser planeta perfecto y dejándome a merced de los abrazos como un cinturón de asteroides.
No era la primera vez que me costaba entrar en tu órbita.

Luego frenaste en seco, apoyaste las cajas con toda tu vida a cuestas sobre el suelo y me preguntaste si dolía.
Querías saber si estaba a gusto y cómoda siendo cinturón de asteroides.

Y yo no quise hacerte daño. Por eso callé.

Hace tiempo que dejé de ser asteroide y comencé a meteorizar. Hace tiempo que me convertí en estrella a mi manera, en otro cielo, a cientos de años luz de tu galaxia. Hace años que mis mareas son prisioneras de otra luna.
Una luna muy distinta a la que nos descubrió bailando.

Porque si.
Si que dolía, y no me sentaban bien los abrazos vacíos. No me llegaba la sangre al corazón y mis ideas estaban empezando a congelarse.

Las cajas confesaron todo lo que yo necesitaba saber.
Eran las mejores sonrisas que había visto en años, el problema fue que descansaban boca abajo y a mi se me antojaban demasiado tristes.

Quiero que me enseñes a poner caras en blanco, caras de cera, de trapo, de marioneta.
Enséñame a qué sabe la libertad.

Llévame lejos,
y enséñame a trazar todos tus mapas sobre servilletas. Conservo todos tus trazos desde los 2000. Desde que tuve uso de razón y capacidad de guardar. Diógenes a mi lado se quedó demasiado pequeño.

Quiero volver al momento de antes.
Quiero quedarme en el medio, entre el primer y último beso del mejor día de nuestras vidas.

¿Sabes de que día te hablo verdad?

Vestido verde, poniente y un sol demasiado alto para estar terminando agosto.
Siempre me dijiste que el sol termina haciendo lo que quiere, como yo. Y quiero que te quedes, y volver a unir los puntos de tu espalda, los que pintaban las alas de mi mariposa favorita.
Quiero que finalices algo, que la tinta te cubra los huesos y se te quede impreso todo el dolor que alguna vez pudimos hacernos.
Nos sirve como juez y testigo de que todo lo que pueda salir mal, lo hará.
Que nos lloverá cientos de veces sobre la cabeza, que los huracanes lo primero que arrasan es el corazón, pero si te metes en su centro quedas siempre protegido.
Quiero volver a los helados de yogur, al naranja-atardecer y al rosa de poner las calles. Quiero seguir estando despierta cuando todo el mundo sueña, para no caer en la tentación.
Quiero que me llames porque te apetezca, y que los días cuenten, que cuenten cuentos e historias y miles de recuerdos, que cuenten más sobre aquellos que los cuentan menos.
Quiero que vuelvas a ser tú porque no reconozco tu mirada en el soslayo que me imprimes.
Quiero que vengas como antes, que me abraces por la espalda y sentirme destino.
Quiero aprender a llegar sola pero que te queden cinco minutos más para reír conmigo.

Que sé que me perdí cientos de veces y que vi el letrero de salida de emergencia.
Si supieras que siempre pasé de largo pensarías de otra manera, si adivinaras que me sumí en la oscuridad y cuando tuve miedo solo hicieron falta un par de cerillas, volverías a mi en lo que tardo en parpadear.
La primera cerilla era para apagarla. Como aviso de lo que se venía, como señal fugaz.
La segunda para disipar el miedo que todos seguimos guardando con el mayor de los recelos.
Ninguna de las dos guiaban un camino que se preciase o iban a señalarnos el correcto, pero si nos arroparían con cientos de fuerzas que vienen desde ninguna parte.
Si podían hacernos creer más en nosotros.

Sé que suficiente nunca fue tu fuerte y que bastante es demasiado poco como para definir nuestra dimensión.
Sé que debí decirte que tenía miedo, pero entonces me sentí jugando al estúpido “pies quietos”.
La boca estaba seca y el corazón muy lento.
Vuelve.
Porque una vez me dijiste que volver es otra forma de estar aquí para siempre.

Y yo prometo no moverme, al menos durante los próximos sesenta segundos.
Luego seguramente me de por volar.
Siempre estoy a tiempo de dibujar alas de mariposas sobre otras espaldas.


      Cilian Murphy - Peaky Blinders 

sábado, 7 de julio de 2018

Mientras maduro me quedaré a vivir en una canción de Frank Sinatra

Hace tiempo que dejé de intentar rozar la perfección.
Me sumergí en la marabunta y cerré los ojos bien fuerte.
Hace tiempo, también, que decidí aplicar mis propios consejos.
Esos que te obligaban a continuar tu camino disfrutándolo, parando a mirar cuando el sol se desvestía de nubes, jugando a ser mi mejor heroína, una que ni colocara ni fuera guardiana de la justicia.
Hace un tiempo me dije aquello del ya llegará.

Y no ha sido hasta hoy cuando he comprendido que los futuros simples no terminan nunca en presente.

No me entienden ¿verdad?
Ni una palabra.
Si, yo tampoco suelo levantar la mano cuando los interrogantes me persiguen, me quedo callada e intento terminar un rompecabezas de 1000 piezas con 999.

Nunca he encontrado la última. Y da la casualidad de que el hueco siempre se queda en el margen superior izquierdo.

Para ser sincera, hablemos en porcentajes, el 90% de los pensamientos pasan por mi cabeza para terminar en el departamento de defectuosos.
No los proceso. Los dispenso así, incompletos. Me encanta profundizar pero no soy capaz de terminar esos dichosos pensamientos.
Tengo miedo de encariñarme de ellos y que decidan marcharse por su propio pie.

Es una soberana  tontería, lo sé.
Tampoco es un secreto que la tonta sea yo.

Y todo esto venía por el  molesto
ya llegará.

Llevo mucho mucho tiempo agarrándome a esas nueve letras con uñas y dientes, con días del calendario, con subrayados amarillo, con todos los viernes y trece- olvidando que abogaban a la mala suerte.

Pero no sabía el que quería que llegara.
Estaba convencida de que mi mayor deseo bajaría del cielo a modo de solución vital porque me lo merecía. 
¿Merecer?

Me he dado cuenta de que no buscaba nada. No deseaba nada. Todo lo que alguna vez ha pisado el acelerador de mis latidos ha pasado tan rápido como vino. Todo aquello con lo que he soñado no ha salido de mi cabeza.
Y no estoy en disposición de merecer nada si me quedo sentada mirando al infinito a la espera de que baje la sonrisa perfecta a darme la enhorabuena. No, si no termino de levantar mi mano sacudiendo de mis hombros la endemoniada vergüenza.

Creo que ha llegado la hora de poner en práctica de una vez por todas las gotas de lluvia que han ido calando en mí desde aquella niña curiosa y marisabidilla que fui.
¡Cómo he extrañado a esa niña estos últimos tiempos!
El querer abarcar mundo me abrasa la cabeza y juega a la ruleta rusa con mi corazón.
Cada mañana, al abrir los ojos intento encargarme única y exclusivamente de mi papel en esta función. Pero siempre me han ido las emociones fuertes y al final del día acabo siendo director, batería y hasta técnico de luces que cuando las apaga, cierra las puertas de un gran teatro con la llave maestra.

Me he propuesto de una vez por todas disfrutar el camino. Pararme a descansar todas las veces que lo necesite y coger carrerilla otras tantas. A los que corren conmigo no tengo que decirles nada. Las gracias se las colgué en la línea de salida y los abrazos los repartiré en la meta.
Solo espero poder ver que el esfuerzo se transforma en frutos y los árboles rebosan metáforas.

Espero poder darme cuenta de que los consejos solo sirven si se aplican y que las ganas, por más que se extingan como el humo de un vil cigarrillo, siempre tienden a invadirlo todo.


viernes, 22 de junio de 2018

Hablando con nadie

No veo el fondo del abismo y me da miedo saltar sin saber si habrá final.
Tampoco sé lo que me espera bajo tanta oscuridad.
Mi alrededor es gris y no veo a dos palmos.
La niebla me abraza con ternura y yo no sé si debería prolongar las agonías.
He perdido la cuenta del tiempo que llevo de pie intentando encontrar respuestas.
He luchado contra todo pronóstico para salir adelante y, como en las mejores ocasiones, siempre se queda dentro la espina del árbol caído.
La cuestión es que estoy harta de esa espina.
Me acostumbré a vivir con ello y no sé qué hacer para sacarla.
No
Puedo.
Corro el riesgo de teñir la niebla de bermellón y verter al abismo los alientos que me queden, derramando algo de sueños estúpidos por entre las rocas.
¿Estoy preparada para ello?
Estaba convencida de que no, que prefería enhebrar más sueños embotellados antes de desaparecer.
Incluso había adaptado mis ojos al gris y aprendido a manejar la invisibilidad como forma de vida.
¿Qué ha cambiado entonces? ¿Por qué me atenazan las ganas de saltar y tentar a los miedos a pararme los pies? ¿La culpa es solo de la adrenalina? ¿Me habré cansado de luchar?

Respiro hondo. Esta es la enésima multiplicada por cien. Como hasta hace poco cuando me sentía imparable.
Me dice que piense. Que piense todo lo que dejaría atrás si decidiera saltar, que me sienta con derecho a mi vida con ellos.
Dice que deje de hacerme de menos porque soy yo la única responsable. Que deje de sangrar las heridas, que aprenda a quererme y que pare.
Me dice que espere, que sabe que no sería capaz. Que por mucho que pueda pesar la pena, se ahoga con las alegrías.
Adivina que quiero volver a verlos una vez más, y sentirme en casa.
Me pide que deje de agarrarme a los domingos como si mi vida dependiera de ello.
Que corra. Que correr no es de cobardes y que tampoco te hace mejor pero que me ayudaría a salir de las cuatro esquinas entre las que me cobijo.
¿Qué cuanto hace que no escucho mi risa? ¿Qué desde cuando el mundo no prueba mis besos?
Nunca me he aprendido el sonido de ella, porque lo poco que río lo disfruto. Y el mundo nunca conoció mis besos.

Tira de mi gritándome ¡despierta!
Dice que esto no es un mal sueño, que al mundo real se le conoce por sacarte las cosquillas a arañazos pero que es el mismo que te pide que resurjas de tus cenizas.
Y yo me he quedado embobada mirándome las llamas.

Hace frío a pesar de la época del año que atravieso y el fuego debe ser artificial porque no calienta lo suficiente.
No quema, no calcina, no se mimetiza con el gris que me rodea.
Por eso no puedo jugar a ser ave fénix.
¿ Y ahora? ¿Qué puedo hacer?

Puedo elegir.

Seguir abrazada a los a lamentos, avanzar un pie y después otro con ideaciones suicidas.
Dejar de respirar, olvidar los días mejores.
Dejar de querer, no volver a abrir los ojos, no descubrir lo que- con tanto mimo- me tiene reservado el mundo real.
No despedirme del sol, no volver a pisar tierra ni sumergirme en el mar.
Dejar de guardar recuerdos en la retina.
Despegar las notas de los cristales, no jugar con los acordes y no volver a sentir nunca más.

O puedo jugar con esos fuegos tan artificiales que me envuelven. Cargarme días y penas a las espaldas y comenzar a trepar la montaña de mis dudas.
Volver a casa, volver a verlos, sonreír porque si, no olvidar la música, hacerle cosquillas a las olas, dorarme al sol y pensar que mi transcurso irrelevante no le va a servir a nadie más que a mí para sobrevivir.
Y que venga lo que tenga que venir.

Para hacer lo primero, debería saltar. Me dice que ya estoy tardando, que no me despida porque me echaré atrás. Que lo haga. Pero sabemos que no es lo que quiero.
Que voy a elegir lo segundo.
Que yo soy más de deportes de riesgo y que aprendí que las penas quemaban y las alegrías escocían. Que no todas las heridas dejan cicatriz y que las que se quedan es porque tuvieron algún motivo de más.

Dice que soy una persona incansable y que no se lo he demostrado con el paso del tiempo sino con la manera de levantarme después de caer, con los remedios de mis lágrimas y mi cabeza dura.

Me dice que vaya, qué le de la mano y que esta noche cuando deje de sentirme gris va a llevarme al mar.

Me ha dicho que la sal que se ve en los reflejos de luna da de sobra para sus heridas y las mías.

Febrero sobre el Father Bernatek Footbridge- Cracovia

Durante los mayos

Me enamoré de ti en aquel abrazo. No recuerdo muy bien si por aquel entonces tú me querías de la misma manera.
Solo recuerdo el rodeo rápido de tus brazos hasta rozarme el alma.
Luego llegaron miles de cosas bonitas, miles de confesiones y de risas, y otras tantas complicidades. Pero ningún otro abrazo me ha hecho sentir igual de bien. Y mira que ha pasado tiempo.
Pero las primeras veces tenías la virtud de hacerme sentir alguien en la nada. De sentirme querida y correspondida y de poder regalar mi cariño tal y como lo sentía sin tener que medir mis palabras.
Me ganaste jugando con otras con ese punto canalla pero haciéndome ver que estaba la primera en tu lista de prioridades.
Tenías unas formas peculiares de querer pero dicen que cuando se quiere, se hace con todo, con virtudes pero mucho más por defectos.
Y tonta de mi, fue lo primero a lo que me agarré cuando agarraste mi corazón.
Eras la más bonita de las tempestades. Eras las buenas noches a tiempo y los amaneceres con sueño.
Entonces creí que entendí las connotaciones de significarme.
Te convertiste en mi mundo y yo me declaré satelizante de tu persona.
¿Quieres saber lo que más extraño?
De ti guardo recuerdos maravillosos, que permanecerán conmigo hasta que deje de respirar pero echo de menos la seguridad que me transmitías.
La decisión que de vez en cuando hace que me flaqueen las piernas y las palabras desmedidas.
Nadie podía cuestionar mis sentimientos porque eras mi realidad.
Sé que estás mejor que nunca, que te has convertido en tu mejor versión pero a mi, durante los mayos me cuesta asimilar que hace mucho que aprendí a vivir sin ti.


De las cosas que hacen frenar

Fuera junio no termina de florecer.
El cielo llora, incesante, pidiéndonos un respiro, una mano alentadora que lo acerque al mar. Un grito que sangre todas sus heridas.
El frío se nos ha colado por los marcos de las ventanas y del verano no hay ni rastro.
Pero no puedo evitar sonreír a la vida, cuando veo que enlentece el ritmo para aquellos que lo necesitan.
Me encanta observar el bullicio desde las ventanas. Hace que mi mente se acelere en forma de preguntas de las que ni yo sé cómo salir.
Pero hoy, mientras el cielo lloraba, vi pasar a todas las edades concentradas en cuatro vidas.
Todo ello en menos de cinco metros de una fachada vetusta y cubierta por las humedades.
Dos de esas vidas no sumaban los treintaytantos y se abrazaban ante un semáforo demasiado carmín. No llevaban paraguas pero tampoco se les veía necesitados.
Aquel fue el primer instante en que vi al mundo detenerse.
Pero luego. Me di cuenta de que no era yo la única observadora de aquella calle concurrida.
A lo lejos, venían otras dos almas con muchas más canas sobre las sienes que, al ver los abrazos calados, se dieron la mano.
Como si la vida nos enseñase a recuperar lo que perdemos cuando nos invade el pánico a intentarlo.

jueves, 31 de mayo de 2018

La risa de los niños no siempre suena a música

Y siento.
Porque sentir es eso de que algo se te mueve por dentro ¿no?
Sentir que puedo y sólo pienso en eso.
Hace años, con mi ayuda, mermaron mi capacidad de quererme.
Me encasillaron dentro de un estereotipo desaventajado y decidieron apartarme de lo que ellos conocían como sociedad.

Puede que hoy sea una más, y que la crueldad infantil por contagio no conozca límites.
Pero me hicieron caer en lo más hondo.
No veía solución posible para la negación hacia mi persona.
No era capaz de vislumbrar ningún atisbo de luz.
Sólo me salió derramar lágrimas y esperar.

Fue una suerte que no me diera por cortar por lo sano y hacer desaparecer mis miedos para siempre.
Porque ahora, dentro de mis taras, soy feliz.
Soy una persona a la que le cuesta superar los baches, como si estos no estuvieran hechos para mi. Y que no sabe, tras veintidós años, gestionar sus ansiedades.

¿Que si perdoné?
No entiendo muy bien que tenía que perdonar.
Estaban disconformes conmigo y me lo hicieron saber- aunque de mala manera, eso si.

Perdonar, considero que si.
Porque a los que no merecían mi perdón, les faltó tiempo para salir huyendo. De los fugitivos solo queda una pequeña y preciosa cicatriz a costa de los daños.

De aquellos que se quedaron, los que se merecían mi perdón los he querido incluso más. Porque creo que todos estamos hechos de oportunidades y nos equivocamos en innumerables ocasiones por el camino.

Olvidar no se olvida. Se convierte en parte de tu existencia. Hechos que van a terminar definiendo más o menos la personalidad que te define.
Te agarras al clavo de 'lo que no te mata te hace más fuerte' y quema; pero la vida continúa.
Y con el paso de los años te das cuenta de que tus miedos se vuelven marcas en la piel que vas a acariciar con las yemas de los dedos para sacar fuerzas de flaqueza.
Que puedes agarrarte a la fe, a los rezos, a clamar al dios que más cualidades te reúna.
Pero lo que consigas tú, vas a hacerlo por ti mismo, y eso no te lo puede negar nadie.


(Katherine Langford- 13 Reasons Why)