domingo, 10 de diciembre de 2017

Ana

La loca de los domingos tiene a Hozier rasgándole el corazón. La música sobrepasa el volumen de los vendavales.

El temporal le trae de cabeza, y no encuentra mejor excusa que un café para ser eternamente feliz durante tres minutos.

Se ha calzado las botas de agua porque el norte no cesa su llanto para no terminar de salir y ha vuelto a adorar sus interminables domingos.
Ella, que quería saltar charcos, solo patalea viendo las carreras de gotas de lluvia sobre el cristal.

Gotas, farolas y oscuridad que se entremezclan para formarle la más bellas de las postales navideñas ante el escritorio.

Hoy se sentía peleona y rebelde. Hoy lucía una corona algo anárquica y su pelo sólo quería volar.
Hoy no se puso demasiado cerca, por temor a no ser suficiente. Y su modo despeinado ha invadido toda la casa.
La bautizaron como Ana, y ha venido a hasta el norte para desatar la guerra.

Ríe en silencio y va al contrario que el tiempo. Le busca la luz a lo oscuro de la manera más ilusa y esconde las ganas tras las pupilas.

Quiere contarle al mundo que está preparada.
Que en eso del amor, nadie nació sabiendo y que ya ha desperdiciado demasiadas oportunidades.

Quiere susurrar al oído del primero que le escuche que las noches son para los valientes, que el mundo pertenece a los que siguen creyendo en la magia y que los días a su lado pasan como los segundos, desfilando incansables.


No hay comentarios: