martes, 2 de mayo de 2017

Cortocircuitos

Mi cabeza ha comenzado a desvariar. Hace días que tiene interferencias.

Se dedica a grabar como 'inolvidables' momentos que sé que nunca volveré a utilizar o sitios en los que -por suerte o por desgracia- no me verán perderme.
En definitiva, basura.

Memoria selectiva, la llaman.
Pero es que la mía tiene vida propia.
Y cuando más aprietas las cuerdas que se ciernen sobre sus sentidos,
más libertad necesitan.
Tienen de todo menos suficiente.

La estúpida de mi cabeza me domina
y suprime el poco espacio que me queda para las cosas indispensables.

Necesito control sobre mi misma y que la mente deje de pasearse por los lúgubres bares del olvido.

Por ejemplo, te puedo decir todas las veces que me crucé con tus ojos, o todos los días que te sentí respirar sobre mi nuca por acercarme a alguna fragancia similar tuya.

Podría relatar sin equivocarme, cómo te reías los días de lluvia. Todo porque yo la odiaba.
Cómo adorabas verme enfadada, decías que así te enamoraste de mi: siendo yo en contra del mundo.

Sin embargo no recuerdo el contenido de los tres últimos exámenes, o cuantos folios llevo pasados en una tarde. Se me empiezan a olvidar incluso las fechas señaladas.

Me he enemistado con las listas, los esquemas y los números. Los evito si me los encuentro sobre mis días.

Mi cabeza sólo sabe reflotar muchos recuerdos sin vida.
Muchos recuerdos que dejaron heridas abiertas y que creí esconder demasiado bien.

Recuerdos que ya no importan porque ni somos ni estamos.
De cómo nunca quise enamorarme, y menos de ti, siempre por miedo a un futuro incierto.

Pero el día que dijeron en clase de la vida eso de 'uno nunca elige de quien se enamora', yo no estaba presente.


Estaría demasiado ocupada aprendiéndote de memoria.



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