viernes, 26 de mayo de 2017

Agnosia

Nombre. f. Incapacidad para reconocer e identificar las informaciones que llegan a través de los sentidos, especialmente la vista.


No saber.

No saber, ni acordarme de las cosas que me eran importantes. No saber cuándo sale el sol por Compostela y cuando debutará la lluvia.
No saber porque el corazón se cansa y no lucha, no sangra.
No saber en qué día andas viviendo porque todos se convirtieron en el mismo. Uno solo.
A escasas horas de la miel, que amenaza con rozarte los labios en sueños.
Aunque ni haya miel en el tarro ni sea siempre primavera.

No saber las canciones y necesitar cantarlas para desatar tifones sobre las antípodas.
No saber de que forma comprimir más tu cerebro para que se disuelvan los restos de tu energía.
No saber si no te ha mirado por falta de belleza o excesos de compromiso.

No saber si la toalla se tira, seca, moja o envuelve cuerpo y protege corazón.
No saber cómo decir lo que duele, cómo soltar lo que alegra o cómo dejar la mente en blanco.

No saber si la última vez fue esa, o la anterior.
No saber lo que pasas en el mundo por no tener tiempo, pues todo lo inviertes en saberes que nunca terminarás de saber.

No saber si la vida te va a durar siempre, lo que tú te esperas o si se te escapa.
No saber si el siempre, siempre significa lo mismo y el nunca no.
No saber si las gotas corren o vuelan hasta tus mejillas.
Si el mar, depende de la luz, se ve aguamarina o turquesa.
Si las lágrimas saben saladas o dulces según el motivo que las derrame.
No saber si es estás en el desvío correcto.
Definiendo correcto como el que te dicta el corazón.
Querer aprovechar la vida a ciegas y acabar con los lamentos.

No saber nada.
Y querer  saberlo todo.


lunes, 22 de mayo de 2017

Óbito

La habíamos visto reír de cerca y de lejos. Ganaba mucho en las distancias cortas. Helaba hasta el calor más sofocante del desierto con tan solo despegar los labios. Se los pintaba de un color berenjena que le quitaba la última de las vidas que hubiera podido tener- si alguna vez las tuvo.
Vestía según el día, siempre en tonos oscuros pero los martes era la reina del baile. Elegante y sofisticada- y lista para salir en la contraportada de las mejores revistas. Decían que nunca había hablado con nadie, que ningún alma tenía el suficiente valor para acercársele.
Sin embargo, era la única que se atrevía a hacer pactos con el demonio- sin palabras. Le prometió cielo, tierra y mar con tal de tenerlo comiendo de su mano. Arriesgó todos los ases de corazones de la baraja y se guardó en la manga de su chaqueta un as de picas destrozado.
Decían que destrozado porque sobre él habían caído restos de la lágrimas, de sudor, sangre y piedras y ya apenas se distinguía la simbología de color tizón sobre el lienzo blanco.
El demonio no sabía nada de ases. Él prefería jugar construyendo una escalera de color.
Inepto de él- se sintió engañado cuando ella le enseñó a quemarse con su propio fuego. Dejó de mirar y se sintió desvanecer cuando, al buscarla de nuevo, no encontró el reflejo de un pelo que tanto le calmaba las heridas.
Se había enamorado de una belleza fría. Fría por el hastío, por el paso del tiempo y los olvidos. Fría que bajo toda aquella coraza de invierno, aún guardaba un músculo rojo sangre que se revelaba contra las leyes de la naturaleza. Que quería seguir latiendo y querer a voces.
Ambos habíamos decidido rondarla. Descubrir si eran ciertas todas las habladurías. Llevábamos tiempo viviendo en el mundo a escondidas. Pensábamos que no podíamos más, que todo el peso  era responsabilidad nuestra y lo cargábamos sobre los hombros.
No la conocíamos de nada pero nos había arrancado de cuajo pedazos de nuestros corazones.
Qué ingenuos éramos entonces. 
Débiles, no aptos para la vida bajo grandes presiones. Al borde de todos los colapsos inimaginables.
Sólo queríamos decir adiós. Sin importar el quien, el cómo o el dónde.
Todos los martes y trece la esperábamos bajo la escalera. Los días impares me tocaba romper los espejos, mientras él derramaba montañas de sal. Los pares cambiábamos las tornas y algún fin de semana suelto nos cruzábamos con los gatos negros.
La buscábamos en callejones oscuros, en los ojos de los perdidos. Llegamos a buscarla en la tristeza de los finales y en las últimas páginas de los libros más macabros,
pero nada.
Era ella quien decidía cuando aparecerse y estaba claro que con nosotros no tenía planes por el momento.
Eramos nosotros los que queríamos buscarla, pero porque no cesaba de atormentarnos la idea de un viaje a cualquier otra parte.
Ironías de la vida, que siempre haya sido al revés.
Por eso y porque muerte, dicen que es nombre de mujer.


miércoles, 17 de mayo de 2017

Fantasmas del pasado

Nos hemos convertido en eso.
En otro de los fantasmas del pasado que vaga por entre vagones de metro.

Siempre he querido probar la vida de la capital pero
si tuviera que elegir una ciudad donde perderme con mi fantasma 
sería Roma.
Tanto tú como yo elegimos aquella maravilla como último destino.
Siempre nos quisimos creer Audrey Hepburn y Gregory Peck recorriendo los alrededores del Coliseo en vespa, por un afortunado accidente.

Podrán seguir pasando años pero sé que tu recuerdo regresará a mi el mismo día de mayo.
Lo bueno que tuvimos, aunque efímero, fue que nos construímos sobre ganas y sonrisas.

Noche de mayo.
Fuera hay quienes no quieren seguir con la vida; otros, exprimen la noche por encima de sus posibilidades  porque le tienen miedo al día.
Hay quienes, como yo, les invade la morriña en días señalados.
Hay tatuajes que se quedan en la piel sin tinta.

Suena Rosana. 'Si tú no estás aquí' como sabiendo lo que sucede, golpea mis oídos y los de mi fantasma.

Compostela está igual de confusa y colapsada que nosotros.
No sabe si llorar o reír, si llover o quemar. Pero está preciosa, como siempre.

Me recuerda a ti, a lo mucho que te gusta descubrir nuevas ciudades lo que disfrutas viajando y viendo mundo, y aún no conoces la mía.

Puede que no volvamos a sernos, pero aún tenemos muchas cosas que decir, muchos paseos en globo que se quedaron en el tintero y aquel viaje,
a Roma.


(Vacaciones en Roma- Audrey Hepburn y Gregory Peck)


lunes, 15 de mayo de 2017

El imbécil más afortunado del planeta

Juegas a sentir las gotas de lluvia sobre tu pelo. A no despreciar ninguna.
Siempre has adorado el agua.

Las tontas de las gotas se confunden con las perlas que emergen de tus ojos. No consigo distinguir cuál es cual.
Me pregunto desde no tan lejos porqué estarás llorando. Maldigo mil y una las veces que hayan podido inundar esos ojos que carecen de salida de emergencia. Mi cabeza divaga sobre qué rondara la tuya.

Mientras, adivino el vapor que te avisa de que la ducha tiene la temperatura perfecta.
Para no llegar a más extremos.
Terminas de deslizar los restos de tu ropa interior por entre las piernas, y acaban en algún lugar de tu habitación fuera de mi campo de visión.

Cierras la ventana de la vida, y te alejas de los grises que contrastan con la alegría de los transeuntes.
El dorso de tus manos se estrella contra tus mejillas y desprecia los restos de humedades que ahondan las cuencas de tus ojos.

Y luego te me desapareces.

Siete minutos.
Es el tiempo que tardas en volver a aparecer por tu ventana cubierta entre toallas.
Yo no he apartado la mirada de las únicas luces que descubrí en el edificio.

A veces necesitamos esas duchas eternas de siete minutos.
Para que el cuerpo hierva y la piel se torne sonrosada. Esas duchas en las que encuentras las respuestas a tus problemas.

Ya no tienes lágrimas. Parece que ahora te has vestido de sonrisa. ¿Eres así siempre?
Me recuerdas al mar. A cuanto echo de menos las tardes con ella. Te pareces mucho.
No recuerdo su nombre, o no quiero recordarlo.

Te acercas al armario y jugueteas indecisa con las prendas del interior. Eliges una sudadera de una talla demasiado grande.
No te la pongas, quédate así.

Pero tú no me oyes los pensamientos.
Ni siquiera sabes que te espío desde mi ventana, entre las sombras.

Te colocas la sudadera y los recuerdos regresan a mi cabeza.
Claro que me acuerdo de su nombre.
Marina.

No te pareces. Eres tú.

Soy el idiota que te rompió el corazón.
El estúpido que te dejó escapar.
El que no sabe cómo explicarte que perderte fue pecado capital.

Llevas puesto lo único que te quedó de mi.
Los restos de la arena que quedaban en ella ya no los veo.
Has cambiado las olas y los atardeceres por la lluvia.
Las balas, por los conciertos, y las risas por las lágrimas.

Me pregunto si ahora también preferirás el norte, a tu querido sur.

Tengo miedo a decirte que no te he olvidado.
A que el “no" vuelva a ser el juez de nuestra historia y la distancia, mi abogada de oficio.

No había vuelto a saber de ti.
Hasta aquel noviembre que decidí venir a buscarte al norte.
Venía con el propósito de convencerte de que me gustaba ser contigo. Quería pedirte perdón.

Y las malditas casualidades de la vida, o las bromas del destino han vuelto a apostarlo todo para ganar. Llegué al hotel en el que me hospedaba y salí a la ventana. Necesitaba un cigarrillo.
Hasta allí habían llegado las excusas.

Cuando, de pronto, te vi.
No podría confundir las ondas de tu pelo cuando te pones a bailar. 
Bailabas a carcajadas en el edificio de enfrente. No podía ver con quién hablabas pero reías.

Y cómo echaba de menos esa risa, Marina.

Te vi feliz y me dio miedo.
No quería ser yo el que derrumbara de nuevo tu felicidad.
Así que aquí estoy.
Alargando el viaje y las oportunidades.
A 72 horas de volver a ser humano, plantado ante la ventana. Sin encender las luces.
Hay dos cajetillas de tabaco en el suelo, y miles de colillas en el cenicero. Mi aliento apesta a cerveza y yo no me resisto a echarte de menos.

Iba a volver mañana. A desearte feliz vida en silencio. Hasta que ha empezado a llover de nuevo. Y con la lluvia, tus lágrimas.

Entonces sé que tengo que recuperarte.
Empleo siete minutos en decidir mi vida bajo el agua hirviendo. Bajo y pregunto en recepción dónde puedo comprar girasoles.

La floristería no queda lejos. Me acerco y consigo lo que quería. No quedaban girasoles pero servirán. Regreso sobre mis pasos y marco tu número al llegar a tu portal.

Contestas al segundo. Creo que habías borrado mi número a juzgar de tus prisas.
-¿Si?- Preguntas seria.
-Marina…
Se te corta la respiración al otro lado de la línea. Tendría que haber subido de nuevo a mi ventana.
-Nacho.- Dices entonces.- ¿Qué tal? ¿Pasa algo?

Venga, imbécil. Dile que baje. Que tienes algo para ella.

-Sólo quería saber cómo estabas y que bajaras a por algo.
-¿Bajar? ¿Qué hay abajo?
-Yo.

No te doy oportunidad a contestar. Pulso el botón rojo y espero. Te veo bajar apresurada por las escaleras. Llevas mi sudadera y unos vaqueros. Abres la puerta indecisa y me miras pidiéndome explicaciones.
Pero a mi solo me sale empezar por donde lo dejamos. Así que busco entre tus labios un beso que siempre llevó mi nombre.
Y te lo digo todo al oído. Luego las flores y tus ojos.
Veo en ellos que hay esperanza, perdón y ganas. Y que los reproches se quedaron en la ducha, con las lágrimas y los corazones rotos.
Y siento.
Más que nunca, y más que siempre.
Me siento bien, comprendido y contigo.

Y me declaro el imbécil más afortunado del planeta.



viernes, 5 de mayo de 2017

Apaga las estrellas

¿Alguna vez os han preguntado cuál era vuestro mejor recuerdo de alguien que ya no está?

A mi tampoco.
Pero si que lo he pensado.

Mi mejor recuerdo con ellas, y de ellas, son sus risas.
Sus risas que nos ponía contentos a todos, que nos entraban ganas de volver cada tarde solo por la compañía.

Sus risas que no se escuchan en el aire, pero no paran de resonar en mi cabeza.

Ellas, que se reían incluso cuando el mundo las desbordaba.
Ellas, que decidieron cargar familias a sus espaldas sin importar el precio o el esfuerzo.
Ellas, que lo han hecho todo toda la vida de buena gana y un día faltan sus huellas sobre la arena.
Ellas, que adoraban la playa, ya forman parte del mar del sur.

Y ahora es cuando emerge de entre las olas la añoranza. Cuando el cariño compite con las nubes en el horizonte.
A veces nos cuesta respirar ante tanta inmensidad con el peso de un recuerdo pero, cuando se trata de sus risas, yo siempre me siento volar.
Habéis conseguido lo que queríais, vivir. Vivir bien, vivir siempre y hacer volar a quiénes os recuerdan riendo.

Nunca imaginé que la falta pudiera hacerse persona, que tomase nombre y forma y lo arrasara todo a su paso.
Dos años comenzados con dos golpes de los que no vislumbras cura.
Nunca imaginé que 'echar de menos' le daría la mano al 'doler'. Hasta entonces.
Enero, y febrero, distintos años en meses consecutivos, menos de un año.
Meses que siempre me han gustado, pero desde hace poco, detesto con fuerza.

Mes en que vi la luz, por primera vez años atrás; mes en que ella terminó de cerrar los ojos.
Y luego otro enero, cuando empezaba a doler menos, otros ojos persiguieron un sueño eterno.

No sé exactamente en qué consiste el viaje de desaparecer del mapa.
Todo el mundo habla de ello, pero le tienen tanto miedo como respeto.

Estéis donde estéis.
Seguid riendo como lo recuerdo.



Leyendo a Rayden

Hay quien entiende la poesía como desorden ordenado, como caos milimétrico decorado en palabras bonitas.
-Quiénes quieren entenderla.
Un tetris de palabras exactas, monocromas, cumpliendo su función de manera extraordinaria.

Hay muchos poetas,
y luego está ella,
la POESÍA- que no atiende a razones.

Quienes la absorben en sus momentos de despecho, quienes se deshacen en ella, quienes la queman por no saber olvidar sentimientos desesperados.
Hay quienes, los versos les sirven de faro o de timón según sean más de mar o de tierra.
Hay quienes siguen afirmando que Poesía es nombre de mujer, y que es la madre de quien hechizó las letras.
Hay quien la usa para teletransportarse en el mundo a sus siete maravillas, quien la exprime porque le gusta la demasiado la filosofía.
Hay quien la oye, pero no la escucha.
Hay quien se tropieza con ella en bares o escaparates.
Quienes la comparten entre caña y copa.
Hay quien la prefiere en madrugadas, en noches de lluvia y velas o en tardes de verano.
Quien la deleita, quien la lee, quien la versa, quien la canta.
Hay algunos que todavía la prefieren sola que acompañada, que la piden morena, porque de rubias están las tabernas llenas.

pero, ¿quién hay?

Aún hay quienes no la entienden, a quiénes sus rimas no le arañan, quienes por no parar, no encuentran lo que no buscaban.

Es abril y mi vida no es la misma que hace un par de horas.
Como siempre o como nunca, acabo de terminar de hacer el amor con la poesía.
En voz alta- no podía ser de otra forma.
Queriendo dar alas a toda experiencia,
real o inventada que amenaza con escapar a borbotones de mi cabeza
fluyendo con versos.

He terminado "Terminamos y otros poemas sin terminar"y, que queréis que os diga, quien lo escribió es uno de los mejores encantadores de palabras de nuestros días.
Rayden o el genio de David, podeís llamarlo como gustéis.

Y a él, tenemos el privilegio y la suerte de compartirlo en vida.
¿Cuánto quisimos preguntarle a Bécquer, a Cernuda?¿Cuánto a Mario Benedetti, Alberti?
¿Quién no sigue llorando la muerte de Lorca sin conocerlo?

Con David Martínez somos capaces de seguir sus progresos, de no olvidar los ojos que nos conducen a todas las salidas de emergencia por las que nos planteamos la huída.
Siempre me he sentido insegura, y he dudado de todo, menos de estar viva.
Supongo que dudar es humano, ¿no?

Nunca he terminado de sanar el dolor del corazón por mi sola pero,
sé que soy experta en hacerme daño y adorar a la poesía en partes iguales.
Gracias, David, por tu parte de culpa.

Sé que siempre pueden decirte lo mismo y que está en tu mano tomarlo de una forma, de otra o incluso no tomarlo, pero te digo algo más:
En el sur, de donde vengo, siempre termina por salir el sol y hoy, curiosamente, no se ha dejado ver.
Ha entendido que se quita el sombrero ante tu magia.
Me dijo que los versos y los besos, solo los repartes tú.
Que tenía miedo de salir y que no le mirasen.
El mar olea algo triste, en su escala de grises.

Y yo, que no me sé ni en que fase camina esta noche la luna, muero de ganas de que vuelvas para contármelo.



martes, 2 de mayo de 2017

Desquerida

'Come away with me in the night'

Suena Norah.
Domingo lluvioso de abril y ella piensa en el daño.

En lo que significa, lo que abarca. Piensa en hasta dónde se extiende.
En quién lo hace y quién lo siente.

Percibe muchos dolores distintos pero no alcanza a discernir cuáles son exactamente sus diferencias.
¿Que si le duele algo?
La pregunta de aquel conductor de autobús la persigue sin descanso.
No le ha contestado nada.

Si. Podría decir que si.
Le duele algo.
Pero no ha encontrado ese dolor en los libros.

Ella cree que le duele el alma.
Cree que es eso, porque no se parece a ningún otro dolor que haya experimentado.
Porque no se resuelve con remedios de farmacia, no con cuidados excesivos, los ha probado todos.
Sin embargo, si que cede a los abrazos.
Y se termina al notar los besos, o el cariño.

Es un dolor del que se convence que el tiempo hará desaparecer, pero siempre vuelve a recordarle que nunca olvida.

Es un dolor que arrebata sueños, que arrasa temporales, que abre amaneceres desde las arenas más profundas.

Y detrás de todo, detrás de su dolor, de las gotas de lluvia, de los domingos, detrás de Norah Jones calmándole las primaveras,
estás tú.

Que le aseguras que esta vez no va a doler. Que le susurras al oído que vas a hacer de superheroe, que se atreva a ser tu Lois Laine. Que ésta es la definitiva, y que no piensas soltarla nunca.

Pero estás equivocado porque ella no es tuya.
Nunca lo fue y se ha vuelto tan escéptica que ya no se traga los cuentos de hadas.


Liv Tyler

Cortocircuitos

Mi cabeza ha comenzado a desvariar. Hace días que tiene interferencias.

Se dedica a grabar como 'inolvidables' momentos que sé que nunca volveré a utilizar o sitios en los que -por suerte o por desgracia- no me verán perderme.
En definitiva, basura.

Memoria selectiva, la llaman.
Pero es que la mía tiene vida propia.
Y cuando más aprietas las cuerdas que se ciernen sobre sus sentidos,
más libertad necesitan.
Tienen de todo menos suficiente.

La estúpida de mi cabeza me domina
y suprime el poco espacio que me queda para las cosas indispensables.

Necesito control sobre mi misma y que la mente deje de pasearse por los lúgubres bares del olvido.

Por ejemplo, te puedo decir todas las veces que me crucé con tus ojos, o todos los días que te sentí respirar sobre mi nuca por acercarme a alguna fragancia similar tuya.

Podría relatar sin equivocarme, cómo te reías los días de lluvia. Todo porque yo la odiaba.
Cómo adorabas verme enfadada, decías que así te enamoraste de mi: siendo yo en contra del mundo.

Sin embargo no recuerdo el contenido de los tres últimos exámenes, o cuantos folios llevo pasados en una tarde. Se me empiezan a olvidar incluso las fechas señaladas.

Me he enemistado con las listas, los esquemas y los números. Los evito si me los encuentro sobre mis días.

Mi cabeza sólo sabe reflotar muchos recuerdos sin vida.
Muchos recuerdos que dejaron heridas abiertas y que creí esconder demasiado bien.

Recuerdos que ya no importan porque ni somos ni estamos.
De cómo nunca quise enamorarme, y menos de ti, siempre por miedo a un futuro incierto.

Pero el día que dijeron en clase de la vida eso de 'uno nunca elige de quien se enamora', yo no estaba presente.


Estaría demasiado ocupada aprendiéndote de memoria.