martes, 18 de abril de 2017

Cuenta conmigo.

-¿En qué momento dejas de verle las soluciones múltiples a un estúpido problema?

Creo que es cuando no quedan ganas de seguir. Cuando los descosidos se convierten en rotos permanentes y las agujas y los hilos desaparecieron del costurero.

Cuando por falta de costumbre se nos olvidó coser.
Cuando las noches se convierten en días eternos, y las ojeras son la única señal que muestra tus preocupaciones al mundo. Cuando no compartes lo que te pesa.

Los problemas dejan de tener solución cuando no te molestas en buscarla o no los llamas por su nombre y los escondes.

O cuando llaman a tu puerta y tú no abres porque estás muy segura de que te fallan las fuerzas, de que no te interesa lo que tienen que contarte y de que el tiempo inevitablemente se nos escapa.

Pero te digo algo: Es cierto que entre dos los problemas del mundo no van a desaparecer. Pero  ¿y los de tu mundo? ¿qué me dices de ellos?

Cuando los problemas son en voz alta se vuelven un poco menos problema. Se te aclaran las ideas, y adivinas una tenue luz al final del camino, que te enseña lo que siempre has querido pero nunca has terminado de aceptar.
El peso se reparte. No es lo mismo cargar sobre dos hombro que sobre cientos. Cientos que lo único que buscan es algo de confianza.

Y ya ni te recuerdo el alivio. El hecho de dormir y soñar en blanco porque no quedan preocupaciones en el fondo de tu memoria. Tan sólo la felicidad de las pequeñas cosas y lo realmente importante.
Por eso, guárdatelo para ti si quieres. Pero me enseñaron que sólo vas a sufrir hasta donde estés dispuesta.

Date la vuelta. Joder, vuélvete. ¿Qué es lo que realmente necesitas?
Estoy aquí. Cuenta conmigo.


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