lunes, 20 de marzo de 2017

Tenía demasiadas dudas


Los restos de los rayos del sol recortaban su silueta sobre la ventana de un tercer piso.
Nadie, más que su sombra y el humo de un cigarrillo efímero, era consciente de las dudas tan grandes que escondía su cabeza.
Nadie se paró a mirar los ojos de aquel hombre, con ojos de niño, que destrozaba otro domingo desde otro edificio de la gran ciudad.
Tenía demasiadas dudas.
Dudas de si podría con todo, de si estaría haciendo o no lo correcto, de si disfrutar de la vida le estaba permitido.
Dudas sobre si hizo bien en dejarla marchar la noche anterior, después de aquella colisión frontal con sus labios.

Todo ello quedó suspendido en la última calada. Aspiró hondo y volvió a mezclar tantas dudas con el aire del norte.
Aunque hacía días que le dolía en un rincón del costado izquierdo, justo bajo los latidos, se sentía cómodo inmerso en aquella sensación de triste soledad.

Así, pensó, no tendría que dar explicaciones, tampoco despedirse de las vidas que llevaba pegadas a las líneas que surcaban sus ojos cansados.
Así, dolería menos la vuelta a la cruda realidad.
Se encaminó hacia el último estante. La cerveza ya no estaba fría, las horas de sueño se acumulaban bajo el alféizar de la ventana  y su miedo volvía a salir a flote, a pesar de la última paliza en aquel ring de los sueños.
Bajó las escaleras, despojándose de las dudas, y quedando en la más profunda desnudez decidió darse otra oportunidad.
Aunque supo que ella no regresaría, que la luna se había adelantado en su busca, decidió descolgar el auricular del teléfono de la planta baja de un duplex demasiado vetusto, y llamarla.

Como esperaba, nadie contestó al otro lado.
Ya se lo avisó ella antes de irse. Si la dejaba marchar, no habría más te quieros de broma sobre las sábanas. Tampoco más reencuentros sobre las estrellas.
Pero él lo intentó una vez.

-Soy yo...Vuelve. No por nada pero, ¿quieres oírlo? Si. Has hecho que te eche de menos. Ya sé que me dijiste que no había marcha atrás, pero vuelve.

Y después colgó.
No le dijo que el dolor del costado tenía herida previa, y que ésta se la había hecho ella con los labios. Tampoco le dijo que aunque se sentía bien en aquella soledad, se había acostumbrado a su aroma y a sus despertares.
Ni que se había aferrado a sus regresos como puntos de partida de la semana, y ahora el lunes se le venía encima y ella no estaba para calmarle los silencios.

Sólo podía esperar.

Y confiar en que ella se diera cuenta de aquellos cuatro versos sobre la línea media de su espalda, escritos con tinta de pluma. Y que la tristeza, no hubiera borrado los corazones.

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