domingo, 26 de marzo de 2017

Madrid quedaba lejos y abril venía lluvioso

Tenía el mundo- su mundo- metido en una caracola. Había aprendido, tras mucho dolerse, a priorizar. A discernir entre lo imprescindible y lo irrelevante.

La suya era una caracola de las que sólo encuentras con las primeras luces del alba cuando baja la marea, sobre la orilla.

Recordaba llegar a aquella playa algún que otro verano con las lágrimas de San Lorenzo. En su 600 antiguo. Con él, su saxo y el sexo metidos en la guantera.

Aquellas mañanas vinieron cargadas de olas y vacías de paseantes. Vinieron repletas de risas y de inicios.
Demasiada tempestad para un agosto salteando acordes. Demasiada admiración para un corazón que sólo buscaba cariño.

Tenía su mundo colgado sobre el cuello. En el corazón de una caracola.
Todo lo que tenía significado para ella pendía sobre la línea perfecta de ambos hombros con el inicio de las clavículas,
y se mecía con los vientos del sur.

Cuando pasó el verano, él le dijo que volvieran a Madrid, que tirara la caracola y se dejara de cuentos. Que si de verdad se querían...

'¿Pero que era querer?' Pensó ella.
¿Querer era perseguir a alguien  hasta un fin del mundo que nadie se tragaba? ¿Era renunciar a los sueños propios? ¿Era borrar raíces?

-Tatuémonos, lo mismo.- Le dijo él.- Así seremos uno.
Así sabrás que vamos en serio, y que te quiero.

Esto último como palabras sin voz, al oído y cosquilleando mechones con sabor a sal.

Y las piernas de ella flaquearon, pero se negó.

Y él se fue.

Sin maletas, sin recuerdos de ambos, sin un futuro prometedor.
Sólo.
Con un par de euros en los bolsillos y el saxofón colgado a su espalda.
Con los brazos repletos de amuletos y de tinta.
Con su corazón.

Ella no necesitaba la tinta para saber que lo quería.

Sólo necesitaba que alguien entendiera sus domingos. Que la despertara con un beso sobre la escápula. Y bailar compartiendo metros cuadrados para dos.
Y algún paseo de la mano hasta la Círculo de bellas artes. Pero por encima de todo estaba su sur.

Y Madrid quedaba lejos para volver a arrastrar el seiscientos. Y abril se presentaba lluvioso, más que en los refranes.



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