miércoles, 29 de marzo de 2017

Era el chico perfecto en la persona equivocada

Era el chico perfecto en la persona equivocada.

Se había encaprichado de las ondas que hacía su pelo al levantarse.
Adoraba las esquinas de su risa.
Y esa manera tan resuelta de echar a andar el mundo y de poner las calles bien temprano, que tenía su ella por las mañanas.

Pero no le gustaba nada engancharse.
Pensaba que el simple hecho de querer a alguien te volvía débil y te arrancaba la libertad de cuajo.

Le gustaban miércoles por la tarde.
Cuando, al salir de clase, los días de sol podía ver atardecer en Compostela.

Terminaba con un té en el bar de siempre.
La libreta y bolígrafo que descansaban en el bolsillo izquierdo de su chaqueta,
le dejaban sangrar sus heridas.

Contar ordenadamente todos los desvaríos que le susurraba su cabeza.

Y si ella no bajaba a verle, él se impedía odiarla por ello.
Aunque tampoco se permitía el lujo de echarla de menos.
No era más que la niña de la que se habían enamorado sus ojos.
Pero a él no se lo ganaría nunca.

Se cuestionaba todos los días si vivir soñando o soñar viviendo.
Iba y venía por puertas de atrás, pero su deseo siempre fue abrir un mar de  ventanas,
que las oportunidades se sacaran de debajo de las piedras.

Era bueno en lo suyo. En inventar, en vivir y en ser proyecto de algo que no le pegaba nada.
Pero ¿quienes eran ellos para juzgarlo?
Para crear estereotipos de algo que ni ellos tenían definido.

Era el chico perfecto.
Para ella, que lo miraba desde debajo de las penas.
Para la chica invisible, la otra.
Para ella, que suspiraba en silencio, poder cruzar la mirada con sus ojos.

Era la persona idónea para dejar apoyadas las risas.
Y ella lo sabía.

La de las mil soluciones para un único problema.
La de todos los caminos llevan a Roma pero tienes que recorrerlos conmigo.
La quédate a vivir, que no voy a enamorarme.

Dame una oportunidad, se decía ella.
Conóceme- Gritaba en silencio.

Después veremos si mi voz encaja con las cuerdas de tu guitarra,
si preferimos el frío del norte o los atardeceres del sur.
Después vienes, y me dices que te parezco.
Y si quieres me besas.
Y me dejas que te quiera.

Mientras tanto, dejémonos llevar.
No vamos a hacer daño a nadie.






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