jueves, 30 de marzo de 2017

No te canses de mirar

Mírala.

Cómo escucha a Sabina en bucle pero los jueves prefiere bailar las canciones de Michael Bublé.
Cómo sale de puntillas siempre que terminan sus duchas con complejo de concierto.
O cómo se queda con los detalles grabados en la memoria.

Mírala.

Cómo baila 'Toro' de El Columpio asesino, cuando está en las últimas.
Cómo odia la cerveza, pero cuánto le gusta el tequila.

Deléitate con su silueta.
Que a ti parece que te deja.
Porque luego llega el sexo opuesto y apuesto,
y sólo sabe hacer bailar sus pendientes sobre las orejas.

Mírala.
Cómo no permite que se inmiscuyan en su vida,
pero sin conocer a un príncipe desencantado cualquiera,
le regala el corazón.

Qué extraña, pero qué dulce
la anarquía de su cabeza.
Y a la vez que pequeña parecen sus miras.

Mírala.
Cómo tiene consejos para todos
los que no sean ella
que los reutiliza ajados y sin vez primera.

Mirala llorar.
Me han contado que es cuando más bonita está.

Mírala reír de todo menos de la brisa del mar.

Mírala atenta, distraída, disfrutada y aburrida.
Mírala feliz y desenfadada.

Pero mírala, y no te canses de mirar.




















(Steve McQueen, Ali MacGraw)

miércoles, 29 de marzo de 2017

Era el chico perfecto en la persona equivocada

Era el chico perfecto en la persona equivocada.

Se había encaprichado de las ondas que hacía su pelo al levantarse.
Adoraba las esquinas de su risa.
Y esa manera tan resuelta de echar a andar el mundo y de poner las calles bien temprano, que tenía su ella por las mañanas.

Pero no le gustaba nada engancharse.
Pensaba que el simple hecho de querer a alguien te volvía débil y te arrancaba la libertad de cuajo.

Le gustaban miércoles por la tarde.
Cuando, al salir de clase, los días de sol podía ver atardecer en Compostela.

Terminaba con un té en el bar de siempre.
La libreta y bolígrafo que descansaban en el bolsillo izquierdo de su chaqueta,
le dejaban sangrar sus heridas.

Contar ordenadamente todos los desvaríos que le susurraba su cabeza.

Y si ella no bajaba a verle, él se impedía odiarla por ello.
Aunque tampoco se permitía el lujo de echarla de menos.
No era más que la niña de la que se habían enamorado sus ojos.
Pero a él no se lo ganaría nunca.

Se cuestionaba todos los días si vivir soñando o soñar viviendo.
Iba y venía por puertas de atrás, pero su deseo siempre fue abrir un mar de  ventanas,
que las oportunidades se sacaran de debajo de las piedras.

Era bueno en lo suyo. En inventar, en vivir y en ser proyecto de algo que no le pegaba nada.
Pero ¿quienes eran ellos para juzgarlo?
Para crear estereotipos de algo que ni ellos tenían definido.

Era el chico perfecto.
Para ella, que lo miraba desde debajo de las penas.
Para la chica invisible, la otra.
Para ella, que suspiraba en silencio, poder cruzar la mirada con sus ojos.

Era la persona idónea para dejar apoyadas las risas.
Y ella lo sabía.

La de las mil soluciones para un único problema.
La de todos los caminos llevan a Roma pero tienes que recorrerlos conmigo.
La quédate a vivir, que no voy a enamorarme.

Dame una oportunidad, se decía ella.
Conóceme- Gritaba en silencio.

Después veremos si mi voz encaja con las cuerdas de tu guitarra,
si preferimos el frío del norte o los atardeceres del sur.
Después vienes, y me dices que te parezco.
Y si quieres me besas.
Y me dejas que te quiera.

Mientras tanto, dejémonos llevar.
No vamos a hacer daño a nadie.






domingo, 26 de marzo de 2017

Madrid quedaba lejos y abril venía lluvioso

Tenía el mundo- su mundo- metido en una caracola. Había aprendido, tras mucho dolerse, a priorizar. A discernir entre lo imprescindible y lo irrelevante.

La suya era una caracola de las que sólo encuentras con las primeras luces del alba cuando baja la marea, sobre la orilla.

Recordaba llegar a aquella playa algún que otro verano con las lágrimas de San Lorenzo. En su 600 antiguo. Con él, su saxo y el sexo metidos en la guantera.

Aquellas mañanas vinieron cargadas de olas y vacías de paseantes. Vinieron repletas de risas y de inicios.
Demasiada tempestad para un agosto salteando acordes. Demasiada admiración para un corazón que sólo buscaba cariño.

Tenía su mundo colgado sobre el cuello. En el corazón de una caracola.
Todo lo que tenía significado para ella pendía sobre la línea perfecta de ambos hombros con el inicio de las clavículas,
y se mecía con los vientos del sur.

Cuando pasó el verano, él le dijo que volvieran a Madrid, que tirara la caracola y se dejara de cuentos. Que si de verdad se querían...

'¿Pero que era querer?' Pensó ella.
¿Querer era perseguir a alguien  hasta un fin del mundo que nadie se tragaba? ¿Era renunciar a los sueños propios? ¿Era borrar raíces?

-Tatuémonos, lo mismo.- Le dijo él.- Así seremos uno.
Así sabrás que vamos en serio, y que te quiero.

Esto último como palabras sin voz, al oído y cosquilleando mechones con sabor a sal.

Y las piernas de ella flaquearon, pero se negó.

Y él se fue.

Sin maletas, sin recuerdos de ambos, sin un futuro prometedor.
Sólo.
Con un par de euros en los bolsillos y el saxofón colgado a su espalda.
Con los brazos repletos de amuletos y de tinta.
Con su corazón.

Ella no necesitaba la tinta para saber que lo quería.

Sólo necesitaba que alguien entendiera sus domingos. Que la despertara con un beso sobre la escápula. Y bailar compartiendo metros cuadrados para dos.
Y algún paseo de la mano hasta la Círculo de bellas artes. Pero por encima de todo estaba su sur.

Y Madrid quedaba lejos para volver a arrastrar el seiscientos. Y abril se presentaba lluvioso, más que en los refranes.



lunes, 20 de marzo de 2017

Tenía demasiadas dudas


Los restos de los rayos del sol recortaban su silueta sobre la ventana de un tercer piso.
Nadie, más que su sombra y el humo de un cigarrillo efímero, era consciente de las dudas tan grandes que escondía su cabeza.
Nadie se paró a mirar los ojos de aquel hombre, con ojos de niño, que destrozaba otro domingo desde otro edificio de la gran ciudad.
Tenía demasiadas dudas.
Dudas de si podría con todo, de si estaría haciendo o no lo correcto, de si disfrutar de la vida le estaba permitido.
Dudas sobre si hizo bien en dejarla marchar la noche anterior, después de aquella colisión frontal con sus labios.

Todo ello quedó suspendido en la última calada. Aspiró hondo y volvió a mezclar tantas dudas con el aire del norte.
Aunque hacía días que le dolía en un rincón del costado izquierdo, justo bajo los latidos, se sentía cómodo inmerso en aquella sensación de triste soledad.

Así, pensó, no tendría que dar explicaciones, tampoco despedirse de las vidas que llevaba pegadas a las líneas que surcaban sus ojos cansados.
Así, dolería menos la vuelta a la cruda realidad.
Se encaminó hacia el último estante. La cerveza ya no estaba fría, las horas de sueño se acumulaban bajo el alféizar de la ventana  y su miedo volvía a salir a flote, a pesar de la última paliza en aquel ring de los sueños.
Bajó las escaleras, despojándose de las dudas, y quedando en la más profunda desnudez decidió darse otra oportunidad.
Aunque supo que ella no regresaría, que la luna se había adelantado en su busca, decidió descolgar el auricular del teléfono de la planta baja de un duplex demasiado vetusto, y llamarla.

Como esperaba, nadie contestó al otro lado.
Ya se lo avisó ella antes de irse. Si la dejaba marchar, no habría más te quieros de broma sobre las sábanas. Tampoco más reencuentros sobre las estrellas.
Pero él lo intentó una vez.

-Soy yo...Vuelve. No por nada pero, ¿quieres oírlo? Si. Has hecho que te eche de menos. Ya sé que me dijiste que no había marcha atrás, pero vuelve.

Y después colgó.
No le dijo que el dolor del costado tenía herida previa, y que ésta se la había hecho ella con los labios. Tampoco le dijo que aunque se sentía bien en aquella soledad, se había acostumbrado a su aroma y a sus despertares.
Ni que se había aferrado a sus regresos como puntos de partida de la semana, y ahora el lunes se le venía encima y ella no estaba para calmarle los silencios.

Sólo podía esperar.

Y confiar en que ella se diera cuenta de aquellos cuatro versos sobre la línea media de su espalda, escritos con tinta de pluma. Y que la tristeza, no hubiera borrado los corazones.

martes, 14 de marzo de 2017

Sálvame los martes

Vuélame los lunes.
Haz que mi cabeza deje de dar vueltas sobre ti misma,
y sobre mi.
¿Me harías un favor? Ayúdame a no sentirme sola entre multitudes.
A descubrir cuáles son las vidas que realmente vienen para quedarse.

Vuélame los sueños,
cuéntame secretos que sean sólo tuyos.
Alunízate, por una noche, con el brillo de mis ojos.

Sal de mi cabeza, rómpete en pedazos,
achica el rumor de tus cosquillas en mi oído.

Esfúmate de mis ideas- ellas quieren querer libres.

No quieras sentirte centro de una historia de la que todos salimos mal parados.
No hieras vidas que no te signifiquen nada [como la mía].

Ahora ya no vale- con la boca chica
(porque seguirá valiendo todas las veces que nos seamos).

Se gastaron los domingos por el rastro,
Malasaña, ya nos conoce demasiado bien
Sabe que dejaste de ser Peter cuando fuiste a buscar pan.

Porque lo aprendiste tan bien, eso de confiar en tu propia sombra.
Trepaste al balcón de la fama, y me dejaste dos pisos más abajo
-un tequila, sin las dudas, y con las ganas-
En un garito que tenía pinta de 'bar del olvido'.

No me desencantes, ni me hechices con palabras tan vacías como tus horizontes.
No hagas sonar mi teléfono cada vez que me necesites, porque no sería justo.
Las veces que te necesité cerca, te hiciste el loco.

No enloquezcas conmigo, ni me hagas sangrar los recuerdos.
No intentes volver loca a una loca de remate,
ni esperes terminar la partida cuando tú y yo sabemos,
que nos tienen preparado el jaque mate.

No eres digno de quedarte mis domingos, de absorberlos
de contarme los lunares,
de declararte conquistador supremo de la curva de mi espalda.

No juegues conmigo como lo hicieron contigo.
Ni te alimentes de ilusiones que crecieron demasiado rápido.
Te mereces ser feliz.

Guarda los lunes como citas de Cernuda en el calendario.
Arranca las páginas que empapelan las calles,
las que mienten y dicen que siempre estarás disponible.

Guárdame los días impares, y los ramos de girasoles,
sabes que siempre te recordarán a mi.

Borra las marcas de mi cadera,
quema todas las entradas de las salidas que nos compartimos.
Quiéreme por ti, y por ser yo.
O decide odiarme.

Pero, por favor, voy a pedirte
que me cumplas el último deseo:

Sálvame los martes.
Sigue conjurando con tus malas artes.

Sálvame
De quedarme dormida y chocar con la vida.
De enamorarme de ti.
De sentir tan fuerte que duela.
De tener el alma intranquila
y letras sobre la piel.

Susúrrame eso de 'Sálvese quien vuela'.

Porque nunca dijimos que esto tuviera sentido.
Y éste no es más que un viejo enemigo
al que condenamos en el mejor de los infiernos
hasta quedarnos dormidos.

Sálvame de hacerte daño,
de enumerar las estrellas y vivir para contarlo.

Sálvame de las canciones y sus orillas.

Quédate.
Llévame a tu playa más bonita.
Rellena mis enredos con las sales marinas,
y baila los asteroides de mi cuello a mis rodillas.

Sálvame los martes.
Son los únicos días que puedo sentirme vulnerable.

Y vuélveme a pedir permiso,
para quedarte a vivir en las comisuras de mi sonrisa.


miércoles, 1 de marzo de 2017

Y te quedas

Busca más piedras, más de las que rebosan por las orillas.
Sumérgete en el mar de tu cabeza para encontrar la vida que te falta por las venas.
Y luego siéntate.
Yo te contemplo como un niño con zapatos nuevos.

-Cuenta los granos de arena.- Te dije- No pares, ni te levantes, ni digas que estás cansado. No murmures. Ten cuidado o tendrás que empezar de nuevo.

Búscate. Búscame.
Búscanos.

-No podemos contarlos, hay muchos.- rechistaste. Y levantaste la cabeza. Tarde. Ayer. Hace tiempo. Atrás. Siempre en pasado.
Siempre fuiste de excusas.

Nuestra ecuación de charcos y piedras no tenía solución, y quizás ese fue el problema.
La marea no dejaba de hacer, con cada amanecer, más borrón y cuenta nueva.
Y la sal nos borró los nombres, y el cruce de los caminos.
Y las olas engulleron ríos de lágrimas.
Y fuimos felices sólo en el minuto y medio que tardamos en despedir a la luz del sol entre aplausos.

Luego brillaban estrellas. Y la filosofía nos quiso hacer preguntas.
 Preguntas que siempre pensé imprimirte en voz suave al oído. Por si éramos dueños de las mismas dudas.

¿Confías en el azar? ¿O crees que todo pasa por algo? ¿Eres feliz pero te sientes triste? ¿Te encanta escuchar la lluvia en los cristales pero la odias sobre tu cabeza? ¿Música para bailar, para pensar, para leer, para vivir? ¿No sabes lo que quieres? ¿Te gusta contradecirte? ¿Confías en ti? ¿Y en mi? ¿Subes o bajas? ¿Medio vacío o medio lleno? ¿Eres establemente inestable? ¿Y perfectamente imperfecto? ¿Verdad o mentira? ¿Ayer o mañana? ¿Te faltan respuestas?

Siento destruir tu exclusividad a choque de pestañas y que mis labios trunquen tus esquemas.
Pero no eres la única persona que siente.

[Que siente, que sufre, que ríe y llora,
que roza, que araña, que sigue, que cae,

que se levanta y que no puede,

que guarda ganas y  quema kilómetros.]

No eres el último que 'hoy no', que 'mañana será otro día', que 'qué frío tienes el corazón y qué limpias las heridas'.
No eres la única persona que pasa temporadas con pies en la tierra y la cabeza en el limbo.

No somos porque el mar no nos quiso a su imagen y semejanza. Porque venimos de brotar en tierra de nadie y porque ya no estamos solos.

Somos muchos.
Pero recuerda, mi limbo es el de la puerta entreabierta, el de las velas a media mecha, el de la música alta y las madrugadas, el que tiene un barco tan poco pirata que le falta hasta tu bandera.
Mi cabeza la de los pájaros que aún no alzaron sus alas al vuelo.
Mis ojos de los colores de los que se levante la naturaleza, los sin fondo, los del corazón varado.

Recuérdalos por si te das cuenta de que respiras, y sueñas.
De que eres tú.
No olvides, por si algún día regresas,
que para bailes y poesía siempre me queda tiempo.

No borres ese condicional en el que podríamos vivir tú y yo.
Si vuelves,
y te quedas.