domingo, 27 de noviembre de 2016

Lentas

Me gusta que las horas pasen lentas los domingos.
Poder disfrutar de ese paso de tiempo
y que el lunes se espere, que tarde,
que llegue con ganas.

Y más si son como hoy-
de melancolía y familia- tanto de sangre, como de vida.
Y más, si son de atardeceres de mil colores.
Me gustan los domingos si se hace de noche demasiado pronto y luego no sabemos que hacer con tantas estrellas.
Domingos con sabor a despedida, en los que se nos olvidan penas y sueños.

Esos en los que dudamos
si estrellarnos las ganas, o esconderlas bajo la cama.

Porque los domingos son mi fusión perfecta entre fiesta y siesta.

Y me seguirán encantando.
Y más en noviembre, tan dulce como frío;
y más si Loreto comienza a recitar a contrarreloj
y me cuenta que las veces que la vida ha sido puta
ganan a las que fue de rosa.

Y si los domingos se convierten en madrugadas desgarradas.

Y yo.
Yo que hoy pedía lluvia,
que la necesitaba tanto,
y el sol no quiso darme la espalda.


Vida a cuestas, para dos. Compostela.



Fiebre del sábado noche

El aliento me sabe a vino del malo, y no hay nada mas triste que terminar otro sábado sola.
Sin tan siquiera haber probado tus labios, sin sentir tu aliento en mi nuca o tus brazos rodeando mi cintura. Nada más triste que dormir sin ti otra noche más, que quedarnos con las ganas tatuadas en la piel.
Y a mi alrededor el reloj marca las cinco. Y hoy no nos curó el concierto.
Y estoy sin ti.
Y estoy tan harta de las cervezas sin alcohol, de los besos sin pasión, o el sexo sin amor.
Estoy cansada de la vida sin tus sueños.
La madrugada vuela y me quedan unos 20 metros para encontrar suplente. Encontrar entre el gentío obnubilado, a alguien que me recuerde a ti, que me regale desinteresadamente la mitad de lo que tu me diste.
Y no creo.
Esta vez no.
No creo que aparezca de la nada.
No, en veinte metros lisos, ni en veinte kilometros a la redonda.
Porque apareciera quién apareciese, no seria un nosotros.






































Musa.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Quedarme a vivir

Y quise quedarme a vivir.
En ese instante, ese preciso momento en el que fui capaz de tocar un sentimiento. De divisarlo en un horizonte y querer grabar las luces de su madrugada. Quise quedarme a vivir en Noviembre, de año par.
Y seguir recordándote sin quemarme.
Quise quedarme a vivir en las cuerdas de una guitarra, en aquella voz desgarrada y en unas letras queriendo cambiar el mundo. Quedarme a vivir en las ilusiones que partían de aquel sobre rojo, esperando- sin saber- a pasar a mejor vida.
En los poemas, en las cartas y en las dudas.

Quedarme a vivir en los conciertos de un viernes noche y en los días de después, en los que la resaca sentimental envolvía todo mi mundo.
Todo lo que quería, era seguir siendo sur entre tanto norte que nunca llegaría a rasgarme lo suficiente el corazón.

Y sentir menos fuerte, menos intenso, o con menos ruido.
Sentir bajito; al oído.
Llegar a convertirme en la ella de la canción final de un concierto. La especial, la imborrable. La ella que siempre volvía a la memoria y que después de quitar sueño y daño, sigues queriendo como el primer día.
Sólo quise.
Quise mucho.

Quise
Llegar
A
Ser.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Tuyo


Tú que no te aprendes los cumpleaños ni queriendo,
que odias las despedidas y las fechas señaladas.
Tú, que lo primero es la familia,
Y después va el mundo.
Tú, que no eres ni herida ni tirita
qué prefieres ser efecto de bomba nuclear.

Tú encantado de conocerte,
Perdido en eso de comprenderte,
enganchado a lo de siempre
Y confiando secretos a la suerte.

Tú en prosa,
O en verso de rima libre.

Tú.
Que te estudias el temblor de mis rodillas.

Yo, que defiendo mi sur con uñas y dientes,
porque quiero y porque puedo.
Yo, que hablo por los codos
Y que me encanta reír.

Yo con mi acento- que te vuelve tan loco,
con un veintidós tatuado en la muñeca
y con mis melancolías de domingo.

Yo prefiriendo letras y melodías.
Yo, quedándome enredada a una guitarra.
Yo viajera, personaje de novela,
Inspiración soñada de cantautor.

Yo que siempre, fui más guerra que trinchera.
Yo, amante de los besos en la frente,
Yo, grabando nombres con tinta permanente.
Yo sintiendo los versos que son contigo.
Yo quitándole costuras a mi corazón.
Yo filópata y de tristeza crónica.

Yo, a distancia y a centímetros.

Yo, que tanto presumo de escéptica:
Me he enamorado de ti.



lunes, 14 de noviembre de 2016

Personas

No es la primera vez que me pasa. Y conociéndome tampoco será la última.

Pasa que me acostumbro muy rápido a la gente que me complementa, me completa o me aporta en la vida.
Pasa que paso a necesitarlos para construir mi rutina y se me derrumban los castillos de cemento que me hacía en mi cabeza cuando ellos desaparecen.
Pasa que considero la confianza un pilar fundamental, tanto como para regalarla

Y después doy de bruces contra el suelo, o resbalo, o hago aguas por huecos que no conocía y no hay remedio que pueda reconstruir cada parte de mi corazón que van rompiendo.

Porque, hay personas en mi vida en las que quiero quedarme a vivir.
Personas con las que compartir está a la orden del día.
Personas que me escriben a fuego un 'felicidad, qué bonito nombre tienes' en la frente.
Personas que me han convertido en lo que soy ahora dándome tan poco...

Pero luego pasa que ellas no piensan, no sienten o no comparten lo mismo. O si, pero su pasado, o sus sentimientos hacia otras vidas, son más fuertes.
Y se van.
Aunque yo no quiera, aunque pelee por ello, aunque intente, como siempre, arreglarlo todo a base de lágrimas.

Nunca habrá dos sentimientos iguales. Y de querer con ganas, significa que el deseo más imposible se acabe materializando.
Si sólo fueran eso...deseos.

Ya han desaparecido más personas en mi vida.
Unas por mi culpa.
De las otras no conozco el motivo- se fueron sin decírmelo.

Pero he pensado que, por mucho que me duela, es inevitable decir adiós.

Es doloroso, siempre, pero a la larga

que desaparezcan esa clase de personas de nuestras vidas, nos hará más fuerte,

¿no?

Siempre fue un lugar al que llegar, pero hay quiénes lo consideran un punto de partida.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Contra las cuerdas

Camina resuelta, de domingo, bajo el sol de noviembre.
Adora el mar los fines de semana. Le gusta levantarse y bordear la costa como queriendo atisbar algo en el horizonte.
No sabe que en otra ciudad, en su mismo sur, la estuvieron nombrando a oscuras.

No sabe lo que callaron por ella dos corazones que ahora, ya tenían poco que decir.
Y todo por no saber enamorarla a tiempo.

Ella es feliz, y ellos se resignaron a quedarse con el recuerdo de su sonrisa.

Piensa en la vida. En lo que cambia en poco tiempo pero sin dejarlos entrar en su recuerdo ni una sola vez.

Ellos tenían el mismo propósito, pero, una vez mas, el alcohol los hizo ceder y la luna, confesarlo.

Se contaron penas de una ella lejana. Una morena que, por algún motivo desconocido, les había quitado el sueño y regalado alas.

Ambos hablaban de la misma, pero no lo sabían.
Melena ondulada, sonrisa perfecta. Pero lo que más les dolía era haber perdido de vista aquel brillo intenso de su mirada.

Altas de la madrugada, copa tras copa esperando que aquella alegría volviera a entrar por la puerta. A coincidir en una vida que les había dado tanto y se les hacia tan corta.
Siguieron pasando las horas.

Ella le guiña al cielo. Ellos, a un abismo de distancia, pelean por estar más cuerdos ahora que no recuerdan.



sábado, 5 de noviembre de 2016

Las huellas de tu abrazo

Solo espero poder colarme en los sueños de ese alguien durante el resto de mi vida.
¿Hay algo más bonito?
Me refiero a que llegues a esa confianza con una persona,
la de colarte en sus sueños.
Ser partícipe de las preocupaciones y deseos de alguien y poder compartir para que pesen menos y se disfruten más.

Anoche te colaste tú en los míos. Hacía tiempo que no te veía, y tampoco esperaba hacerlo así. Es cierto que no fue un sueño bonito, idílico.
Fue de los más reales tenido.

No recuerdo bien dónde estaba. Solo recuerdo que abrí los ojos en un mundo onírico y vi llover tras el cristal de una casa que se me antojaba desconocida y acogedora. Sobre el alféizar, y de espaldas a mi había un gato pardo algo disconforme y perezoso. 

Nunca me han gustado mucho los gatos. No son animales que me transmitan confianza.
Saltó al suelo al escuchar el ruido de la puerta y el murmullo posterior.
Y apareciste tú por esa puerta.
Empapado y queriendo saber qué tal me iba. Sonriente. De la única forma que te recuerdo.
Detrás de ti, todos tus amigos, creando una gran algarabía entre mi toda mi paz anterior. Y espantando al felino hacia Dios sabía dónde.

Yo no terminé de esbozar mi sonrisa. No me salía. Estaba enfadada contigo. Y lo sigo estando.
Me parece que esperé mucho a que volvieras a llamarme. Si, eso fue lo que te dije. Creí que tus noticias llegarían antes, y menos escuetas. Creí que preocuparme por ti no dolería. Pero preocuparse siempre duele.

Entonces te conté. Te conté todo lo que había hecho en tus ausencias, te conté que ya no pasaba por los puertos de las ciudades con mar, porque me recordaban a ti. Que ya no iba al mismo bar a las doce, por si se aparecía tu fantasma y se llevaba mi aliento. Te conté que te había echado de menos, pero que me lo supe callar. Y que aprendí a quererme, y que nunca había conocido a un amigo como tú.

Y, entonces, te enfadaste tú. Me dijiste que cada uno se preocupaba a su manera, que si creía que no te habías acordado de mí en todo ese tiempo. Tampoco lo supe.
Pero no me resultaron más que palabras.
De qué sirve extrañar si no puedes demostrarlo; de qué acordarte, si nadie conoce tus olvidos.
Y luego me abrazaste.
Juro que necesitaba aquel abrazo para olvidar.
Y recuerdo que encajaba perfectamente bajo tu barbilla  y entre tus brazos.
Después me dijiste que me concedías un deseo y yo te pedí volar.
Me susurraste al oído que no eras tanto de aire, que a ti te perdían las olas.

Después desapareciste. Llevándote tu sonrisa perfecta y a todos tus amigos.

Y me vi en una azotea de Brooklyn. En una de esas con letras tipo Broadway de bombillas gigantescas. Era noche oscura y éstas estaban brillantes. 

Y qué bonito se veía el mundo desde las alturas.

Y en mi espalda, donde aún descansaban las huellas de tu abrazo, me empezaron a crecer las alas.

Me he levantado con un dolor inmenso en el hueco donde anoche comenzaron a salirme alas.
En las huellas de tu abrazo.

Aunque me levante cada día, sigo adorando mis sueños.
Al menos en ellos te veo. Y me haces de hado madrino.

Y me abrazas.

Y me dejas volar.


      (Debra Winger- "Oficial y Caballero")