miércoles, 28 de septiembre de 2016

Girasoles y promesas

Y quería quedarse con aquella escena. La de la vida  de la pequeña inexperta como una auténtica diva de Hollywood. Cumpliendo la mayoría tan bien acompañada y feliz.
En noche de invierno cerrada, de febrero, en madrugada.

Aquella noche la vi sentirse desde allá arriba reina del mundo, con el corazón dividido.
Yo, soy de los pocos que pudo contemplar el brillo de sus ojos.
Yo, que en silencio, tenía la libertad y la osadía de amarla y amarrarla a mis días.

La vi quererlos, a los dos.
A cada uno a tiempo distinto, con formas diferentes.
Los vi a duelo de miradas.
Uno cargado con flores amarillas, y el otro, con  promesas de media vida.

Y ella aceptó las flores, sus preferidas. Como si aquello no tuviera mayores implicaciones que las de remover rescoldos de una antigua llama. Como si la cabeza no diera vueltas por si sola, y los corazones no nos delataran latiendo a destiempo.

Y en aquel momento, cuando todos la miraban sonreír. Yo lo miré a él. Al idiota que le prometía la vida, sin saber que siempre fue libre. Como en una boda de cuento, mirando al desgraciado que espera en un altar un si, quiero en forma de promesa. A pesar del rostro ensombrecido él fue el elegido. Él compartió todas sus horas, y quebró su cabeza en perseguirla incluso con tierra de por medio.

Y tiempo después, ella continúa libre. Las flores se desvanecieron, fueron derramando todos sus pétalos por la habitación, y las promesas se quedaron guardadas en un escalpelo acorazado sin recuerdos en su interior.

Y yo, sigo amarrando sus pestañas a mis días, haciéndome el loco. Creyendo no saber que su risa es mi punto débil y sus susurros, todos mis esquemas.


París desde tus ojos

Y volveré a aquel lugar al que una vez juré hacerlo.
Porque si. Porque me faltó verla erguida de noche, tan alta y tan torre, llena de luces y destellos, coronando la mal llamada ciudad del amor, desde el suelo.
Porque juré por Eiffel contemplar esa maravilla.

Porque prometí que aquella sensación de estar flotando la viviría de nuevo. Sólo que no con ellos, sino contigo de la mano.
Que recorreríamos juntos los Elíseos mientras la juventud de la noche nos llegara a los talones. Y que saldría la voz de la señorita Piaf cantándole al rosa de la vida, desde una ventana de un quinto piso.
Que nos esconderíamos en Moulin por desentonar demasiado, entre bambalinas.
Y saldríamos a bailar lento a algún garito del Barrio Latino.
Que iríamos a cenar a aquel bistro de la esquina para luego llegar a la otra punta, exhaustos, con las primeras luces de un nuevo día.

Prometí llegar al hotel más encantado entre tus brazos y dejarme hacer. Y que luego nos trajeran café y croissants a la cama, y volver a soñar entre besos y caricias.
Y tener cortinas, y poder dormir hasta pasadas las doce con tu aliento sobre el ángulo derecho que harían mi hombro y mi cabeza.
Y volver a exprimir la noche. Así todos los días restantes, hasta el vuelo de vuelta.

Porque ya vi París una vez. Pero era de día, y el sol brillaba. Y la vida se volvía más frenética que de costumbre. Y ya sabes que a mi, me desesperan las prisas.

Ahora la necesito a oscuras. Traviesa, alocada.
Ahora necesito ver París desde tus ojos.

(Anochece en París)

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Como fin último

Quizá haya llegado la hora de dejar de creer (de crecer).
Creer en las hadas, en los cuentos, en que las historias bonitas no terminan nunca.
Estamos en ese momento de nuestra vida efímera.
La era del escepticismo.
En 'el momento'.
Por definición: el momento es aquel en el que cada cual puede con todo. Actúa como una apisonadora humana y todo lo que sucede es bienvenido, sea bueno, malo o peor.
Estamos en ese momento de descubierta de los sentimientos fuertes.
Ese en que, si el amor llega, puede volverse infinito;
y si lo hace el odio, es irrevocable y devastador.

La era de los para siempre que se acaban,
la de los rotos sin descosidos- arrancados de cuajo,
la era de 'se ha terminado la espera'.

Ya nadie espera por nada,
ni por nadie.

Cada día que acaba se corona con un final, y un punto.
Cada día hay más ocasos prematuros.
Y las historias no se viven,
y los momentos pueden contarse con los dedos de una mano,
y la vida pasa, y pesa-.
Cada día los recuerdos importan menos, y el carpe diem desenfadado se lleva atado al cuello.
Un cuello que se cree libre, importante- un cuello en el que se puede dibujar un mapamundi a nuestro antojo que por mucho que queramos, no seremos capaces de completar.

Y mientras todo esto pasa, fuera, ellos han dejado de sonreírle a la felicidad.

Brangelina


La chica de la barra

Quisiera saber por qué a la chica de la barra le duele tanto echar de menos.
Por qué le escuecen los abrazos. Y la punta de una pistola le da más calor que el ultimo rayo del sol del verano.
Por qué no olvida aunque quiera, ni aunque se lo proponga.

Por qué llorará por ellos.
Por qué tiene sueños que saben a imposibles de limón, y siempre espera en ese rincón, junto al espejo.
Hasta que la madrugada canta las tres.
Como con esperanzas, como creyendo que fueran a volver por donde un día desaparecieron. Como teniendo la fe que le falta-hoy- al resto del mundo.

Por qué llorará por ellos.
Los que un día le prometieron llenar de coronas sus ondulados cabellos.
Y de los que hoy no queda más que un enero triste. Otro comienzo con sabor a fin.
Un verano que termina, para dar paso a un otoño vestido de frío.

Con tanta lluvia por el norte que camufla las muchas lágrimas que descansan en sus pestañas antes de caer al más oscuro de los abismos.
El de una vida llena de contrastes.
Una vida en la que puedes abandonarte en la mas bella de las tristezas, o querer hasta doler el mundo, sin poder moverlo, no más que la luna.
No más que el sol, egoísta, pidiendo que esta salga solo cuando él se vaya.
Para así no mirarle a los ojos, y no verle la cara.

(O Caldereiria 26, Compostela)


sábado, 17 de septiembre de 2016

Porque lo vemos todo demasiado difícil

El beso era lo fácil.
Lo difícil es eso. Estar ahí, a un centímetro.

A un centímetro de comernos la boca, de jugar con fuego.
A un centímetro de arriesgar y ganar.
Lo difícil, es quedarse después de la primera noche.
Lo difícil, es hacer vida juntos.
Y bailar pegados, y ser.

Lo difícil es respirar aire ajeno. Y que no nos importe nada.
Lo difícil es que nosotros veamos el lado fácil de las cosas y no le busquemos trescientos pies al gato.

Y luego está lo fácil, que siempre fue darnos la vuelta, evitarnos, no gritar a los cuatro vientos que los dos lo estamos deseando. 
Lo inevitable.
Luego está  lo fácil que es abrir los ojos sin ti al lado y con demasiado dolor de cabeza.
Luego está lo de no arriesgarnos por miedo a perder.
Que siempre fue más fácil.

                                                 (Un invierno en la playa)

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Carrera de la vida

Tener miedo.

Me confieso presa del miedo.
Miedo a que dejes de ser.
A desaparecer.
Tengo miedo a los cambios,
a la incertidumbre de qué me deparará
el futuro no tan lejano.

Miedo de mi, de mis decisiones.
Miedo de equivocarme,
de no hacer lo correcto.
De pensar mal, y acertar.
Miedo de pasarlo bien.

Tengo miedo de mi cabeza,
de mis recuerdos.
Es absurdo, pero le tengo
miedo al propio miedo.

Miedo de no volver a escuchar esa canción, a que se acabe el mundo demasiado pronto y no me pille bailando. Miedo a que mi mundo se desmorone antes de lo previsto. Miedo a enamorarme, a querer con ganas, a decir adiós.
Temo las despedidas. A no encontrarme en los ojos de que quien me mira.
Tengo miedo a sentirme bien, y mal.
Me da miedo sentir.
Tengo miedo al naranja intenso de los atardeceres. Porque eso significa que otro día se acaba.

Un día menos. Que en algunas vidas puede suponer una alegría, incluso un alivio. Pero en otras, una opresión en el pecho, una oportunidad menos, un paso más en una estúpida cuenta atrás.

Tengo miedo a descolgar el teléfono, llamarte y que no sea tu voz la que oigo al otro lado del auricular, a miles de kilómetros de mi estúpida sonrisa.
Tengo miedo a no arriesgar. A no decir te quiero en el momento indicado.
Y a que al decirlo, suene tan mal que sólo salga un adiós de tus labios.
Tengo miedo a echar de menos. A extrañar. A no saber dejar la mente en blanco.
Miedo a, si desapareces, no hacerlo contigo.

Pero he aprendido algo. Los miedos están para eso. Para superarlos.
Al fin y al cabo la vida es una carrera llena de miedos, que se yerguen como mismísimas barreras de  una carrera de obstáculos.
Y ahí estás tú, como siempre.
Esperas en la grada, animándome, a que empiece la carrera. Teniendo la certeza de que vaya a ganarla, sin que yo me lo crea.
Tres, dos, uno. Ya.

A ganarle la batalla al miedo.


Gádir

Sabedora de nada

No quise vivir toda mi vida en un recuerdo.
No quise que lo fueras, que te fueras.
No quería ser más que una fecha en tu memoria de la que, inevitablemente, no podías escapar cada vez que aparecía en cualquier numeración- tanto arábiga, como romana.

No quería convertirme en pasado, sino respirar tu presente, el nuestro.
Nunca quise ser una fotografía tomada a traición en el fondo de un cajón de tu escritorio.
Tampoco las miles de cosas que me dijiste- solo a mi- ni siquiera las que te dejaste por decir.

Nunca deseé ser una suerte en tu vida, ni convertirme en tu maldición.
No había pensado, hasta ahora, lo difícil que resulta que alguien desaparezca de tu vida.

Así. Sin darte cuenta. De la misma manera en que apareció.
La única diferencia que hay entre el principio y el final es que la trayectoria cambia.
Cambian esquemas, maneras, ilusiones. Cambias tú, y cambio yo. Pero el mundo nunca.

Resulta difícil porque nos hacemos muy rápido a la idea de que tenemos una vida más a nuestras espaldas, cuando contamos con el gozo de compartirla. Y luego, cuando todo se acaba. En ese lento periodo de penumbra, comienzas a imaginar la vida sin esa persona. Sin quererlo.

Al principio, parece imposible. Todas las cosas que se te antojaban tan cotidianas, vas a tener que dejar de hacerlas. De sentir lo mismo. Soy de las que piensan que no existen dos sentimientos iguales. Ni remotamente parecidos.

Y ahí estamos nosotros. Intentando luchar contra la fuerza de la naturaleza. Creyéndonos más héroes que nadie. Queriéndole cambiar los esquemas a la vida.
Sin saber que la vida siempre ha sido demasiado caprichosa.

Y The Fray suena, mientras la resignación a que la vida pueda ganar me maquilla la piel.- 'Never Say Never'
(Vejer de la Frontera  (Cádiz), Días de verano)