jueves, 29 de diciembre de 2016

Equilibrista de sueños

Mantén el equilibrio.
Sólo depende de ti.
Que tu cabeza y tu corazón supongan lo mismo sobre esa balanza, ajada, que es la sociedad.
Hazte equilibrista de sueños sobre la cuerda de la vida.
Demuéstrales quien manda.
Que tus ideas pesen exactamente lo mismo que tus miedos. Que los sentimientos abracen a la razón.
Deja al corazón volar y que la cabeza tenga que mirar desde abajo, bien lejos para que se sientan a la misma altura.
Comprende la frialdad de la cabeza y la calidez del corazón- y no los excuses- quiérelos por lo que son y por cómo te reconstruyen, cada vez que te rompes.

Siempre has querido razonar y has razonado querer por igual: dando motivos, explicaciones y las gracias.

Pero, ha llegado la hora de la verdad, el momento en que vas a poner en práctica todo lo aprendido.
Ese momento en que vas a dejar a un lado tu parte más visceral, y también la más metódica, y vas a cambiar de manos.

Siempre has intentado, con esto, llevarle la contraria a la vida, sumergirte en el mar de dudas, y nadar.
Nadar.
Nadar a contracorriente, sin día soleado, con estrellas gastadas y lluvias torrenciales.

Pero se acabó, que de tanto mar, se nos arrugan las comisuras de los labios.
De tanta sal, escuecen más las heridas abiertas.
De poco sol, se desgasta la luz la mirada.

Siempre elegiste la izquierda para llevar el rojo y la diestra, para colgar luces.
Pero, ¿y si nos diera por voltear el mundo?
Por verlo boca arriba.

Te diré que la derecha derramaría la sangre del querer, y la zurda brillaría más que las estrellas.
Que el norte sería sur; el sur, norte.
Que veríamos atardecer con los primeros rayos del sol.
Que no seríamos más que el reflejo de un espejo que descolgábamos de aquella pared hace tiempo.

Por eso, y porque se nos va la vida con veinte años, porque se nos gastan otras 365 vueltas de sol y ya Diciembre
dejó de ser el mes de las sorpresas.

Por eso, y por lo que viene.
Deja la contracorriente, olvida la corriente que siguen las masas.
Sigue sólo tu camino, que no, sola.
Piensa con el corazón y quiere con la cabeza.
No ansíes cambiar el mundo y empieza por cambiarte a ti.

Ah, y no lo olvides:
Mantén el equilibrio que te caracteriza.
Mantenlo, siempre.



miércoles, 21 de diciembre de 2016

Opcional

Tenemos dos opciones. Siempre hay al menos dos.
Jugar para ganas o para perder. Participar no es una de ellas, está implícito en el juego.
Dos opciones. Caernos y levantarnos; o seguir lamentándonos en el suelo.

Ver amanecer,o ver anochecer. La gente siempre prefiere la segunda, la fácil. Total, si vamos a estar despiertos ¿por qué no mirar al horizonte?
Pero luego, a la hora de la verdad, nunca lo hacemos. No vemos más allá de nuestras propias narices.

Tenemos la opción de reír o llorar. Aunque en esta ocasión yo siempre defendí el llorar riendo. En ese preciso momento en que las lágrimas desbordan tus ojos, simple habrá alguien que te exprima la última carcajada. Entonces te darás cuenta de que ese alguien merece la pena.

Tenemos la opción de tener muchos amigos! O de tener a los mejores: los que se pelean contigo más de lo que disfrutan, los que te echan de menos más de lo que los tienes delante. Sin embargo, sabes que al volver no se moverán de tu lado. Sabes que al volver, nada habrá cambiado.

Y en estas dicotomías es imposible no poner sobre la mesa el corazón. Podemos querer mucho, querer intenso, fuerte y apasionado. En mi caso, prefiero querer bien, querer queriendo.
Y todo porque sé que si quiero mucho el que termina sufriendo es mi corazón, por no recuperarse del exceso de cariño ni del síndrome de abstinencia de la pérdida; pero, si quiero bien, ese cariño me será devuelto de la mejor de las maneras: la desinteresada.

Tenemos la opción de playa o montaña, de frío o de calor, de invierno o de verano, de aire o de tierra.
Nuestra vida es un debate continuo entre dos opciones, aunque no queramos darnos cuenta. Pueden presentarse mil más, pueden fusionarse, moldearse pero, en nuestra cabeza siempre se terminarán imponiendo dos.

Dos, entre las que tendremos que elegir para que, al final, sólo quede una.
Dos, de las cuales, una no valdrá.

Y cuando elegimos, es porque estamos seguros. Porque la opción que se yergue ante nosotros es la adecuada.
Porque es la nuestra.

Eso lo aprendí de ti. Podemos maquillar el tú y el yo en un nosotros siempre que quieras. Pero las dos partes siempre estarán presentes.
O tú.
O yo.
Nunca nosotros.

Me dijiste muchas veces que no sabías, que cómo demonios hacía para elegir si salvarme de la quema y entregarme a ti o ser libre en soledad.
Es sencillo. Tienes que buscar una situación límite y enfrentar tus dos opciones.
Luego, asignadas a cada lado de una moneda,
Y tírala por los aires.
En la décima de segundo que quede suspendida, sé que cerraras los ojos.
Entonces. Desearas que la moneda caiga más por un lado que por el otro.
Ahí tienes la respuesta.

Yo hace tiempo que tiré la nuestra.
Y salió cruz.
Cruz, que eras tú.




viernes, 16 de diciembre de 2016

Vidas X

Lo intentaste y te salió mal la jugada.
Quizás no deberías haber empezado por el final.

A lo mejor lo de enredar vidas a la tuya nunca fue tu punto fuerte.
Por aquella  rubia salvaje que te dejó marca y cicatriz.

Quizá ella tenía años de menos y gustos de más.
Puede que fuera tan de sur, que no la creyerás capaz de adorar el gris.

O que el problema fuera otro, bien distinto;
como el hecho de que no recordaras su nombre pero sí, las curvas de su vestido.
Ni recordaras los sitios de aquella noche pero,
el momento de cruzártela aún se te repite en bucle en la retina.

Quizá todo fue demasiado deprisa como para augurar un buen final
incluso antes de empezar.
Y los dos tirasteis con más fuerza de la cuenta, de una cuerda floja
que siempre acaba rompiéndose.

Puede que fuerais dos de esas vidas x.
Si.
Vidas 'equis'.
Aquellas que comienzan lejos, a muchos kilómetros, que se van construyendo con distintos materiales con el paso del tiempo, a las que el cariño trata de manera diferente.
Y entonces, llega el día menos pensado.
O la noche,
porque todos sabemos que las mejores historias solo tienen por testigo a la luna.

Llega una de esas noches, inesperada, menos-soñada;  y como la grafía de la x junta estas dos vidas en un momento escrito en ninguna parte.
Pero también, como esa misma grafía, el tiempo se escapa y las dos vidas que han compartido algo más que dos míseros holas, vuelven a no verse.
Jamás.

Quién sabe.
Quizá ella y tú, no érais más que eso.
Vidas X.




















a C.

jueves, 15 de diciembre de 2016

Ficciones perfectas

Tenía los ojos más bonitos de toda Malasaña.
Creo que fueron ellos los que me hicieron fijarme en un tipo cómo aquel.
A día de hoy, aún desconozco el color exacto de aquella mirada.
La recuerdo grises los días de lluvia  y frío, durante los noviembres y del verde más intenso que le faltaba a la capital cuando brillaba el sol en primavera.

Me gustaban nuestros encuentros fortuitos. Yo, pidiendo café para encontrarme con una mirada como la suya; yo, que no había probado aquel brebaje en mi vida.
Adoraba las noches de Café Libertad sin sabernos quien.

La primera vez que tropezé con aquella sonrisa supe que lo conocía, pero ¿de qué? Nunca hubiera olvidado una presencia como aquella.
Me encantaba su aroma cada vez que se paseaba nervioso de un lado a otro del café, creyendo que nada iba a salir bien. Y al mismo tiempo le restaba importancia con su sonrisa canalla.
Y su barba de tres días. Cielos, adoraba esa maldita barba.

Pero él desapareció con el tiempo. Y yo, dejé de frecuentar el mismo local cada diciembre.
Desapareció él...o fui yo, no lo recuerdo.

Puede que le de demasiadas vueltas a la cabeza, y con tal de no ahogarme use recuerdos como botes salvavidas. O que a veces exista en realidades paralelas.

Puede que aquellos ojos no fueran los más bonitos de toda Malasaña, pero si son los más bonitos con los que he tenido el placer de tropezarme.
Puede que no acostumbrase a pasar los diciembres en el café Libertad, que no pidiera nunca aquel estimulante para encontrarme con su mirada.

Puede que ese pasado, no fuera tan pasado cómo recuerdo, y que el presente tenga algo que ver en esto.

Y que él no esté tan lejos, ni hayamos desaparecido.
Puede, que no hable de Madrid.


domingo, 11 de diciembre de 2016

Sin ella


Vivo nadando en un sinfín de contradicciones que me suponen las novedades.
Un mundo de suposiciones y exento de certezas. En el que una muestra de cariño es un visto de whatsapp con contestación, y un recuerdo es una captura de pantalla, que ninguna de las dos partes vivió en persona.

De nuevo domingo, y el sol compostelano se empeña en tatuarnos la piel.
Y desde mi ventana no puedo adivinar la vida.

Domingo de leer cartas para recuperar un romanticismo que considero perdido.
Cartas antiguas, recientes, de cariño, de nostalgia, de desesperación.
He leído una que en especial ha sacado a las lágrimas de paseo como a los perros.
Por lo que supone, por el vestigio de vida al que me agarré entonces, y que no se quedó conmigo.
Yo, escribiéndole hace casi un año, aún en enero, a alguien que se fue demasiado pronto, a uno de los que presume de alas por entre las nubes. Para luego no encontrar la manera de hacérsela llegar, para que las manchas de tinta se borraran con agua.

"Querido ángel, no sé si de la guarda, o de la juventud eterna,
hacía tiempo que no te escribía.
¿Cómo vas?
No pregunto qué tal llevas la sonrisa, porque sé que se hizo inmortal.

Hoy me ha dolido un poco el alma. Me la has arañado sin querer.
Dos 365. Dos, sin ti presente.
No te conocí más allá de las palabras de los que siguen sangrando tus heridas.
Espero que se te llene el alma con cada sonrisa de ella. Nunca has dejado de hacerlo.
Espero, que hayas aprendido a desplegar fuerte tus alas.

Sólo te pido que no te la lleves todavía. Tengo miedo. De no llegar a tiempo. De que sea demasiado tarde.
Dile a Dios que aún nos queda vida,  a ella y a mi, para compartirnos.
Que aunque no se lo diga, la quiero.
Y lo valoro lo suficiente por el hecho de que sé que está siempre, pero ¿y cuando me falte?

No te la lleves, por favor.

Carolina"

Pero el tiempo pasó y nos dejó su efecto devastador.
A mi sin ella,
sin respuestas a las incógnitas más grandes, sin despedidas merecidas.
Sin poder darle el último te quiero.
Con el único recuerdo de una cama de hospital y de una llamada, días antes diciendo que se había despertado.
Estúpida y caprichosa esperanza, que se empeña en hacernos creer cuando lo que nos ahoga es el tiempo.

Y no ha dejado de dolerme el alma.
Ni se ha evaporado el miedo.
Sólo que ahora, ese ángel destinatario tiene algo más de compañía.
Y ella nos abraza con la forma de las estrellas, brillantes y perfectas,
a años luz de un abrazo.

lunes, 5 de diciembre de 2016

Tengo que dolerte

Quiero ser con las luces apagadas y sin salidas de emergencia.
Que los únicos límites que nos pongamos sean los del cielo,
por faltarnos alas a la espalda.

Quiero convertirme en el bote salvavidas delante de tu puerta,
y salvarte los domingos a base de poesía.

Quiero declararme colgante en la línea que une tu hombro con tu cuello.
Quiero que me saques a bailar sin que yo te lo pida.

Y que nos lluevan otoños, y nademos entre primaveras.
Que los veranos se construyan sobre la historia interminable,
y a los inviernos los vigilemos de cerca.

Quiero surcar mares, en modo pirata y en barco de vela.
Y descubrir el tesoro que esconden todas tus promesas.

Y romper enero con los dientes, y creer que puedo.

Quiero hacer de mis labios una boca de metro,
y que se me escapen por ella
todos los adjetivos que te tachan de perfecto.

Quiero que me dejes el timón, y el mando, y el calendario,
y que no nos quede más opción que la clase turista,
y que no sepamos hacer más que un aterrizaje forzoso.

Quiero confundirme con el brillo de tus ojos,
con los colores de un atardecer en Cádiz.
Y balancearme sobre tus pestañas
las horas de fiesta y siesta.

Quiero completarte y comprenderte,
pero para ello,
tengo que dolerte.


A través de las canciones

Es como si te estuviera viendo.
Como una mirona en una estación desde todas las paradas que te retornan al hogar.
Porque hoy me regodeo un poco más en mi locura.

Como si te viera.
Demasiado ensimismado con tus recuerdos como para darte cuenta de que la chica del vestido blanco te mira desde el vagón de enfrente.

Ella es de las que se imagina la vida en raíles de tren. De las que vive del cuento.
Y os habéis cruzado solo en esta última parada,
entre dos y tres segundos- pero jura que te conoce.

Demasiado entusiasmado con nuevas melodías y con la música lo suficientemente alta en tus oídos como para encerrarte en tu mundo.

Como si viera que te pellizca el corazón el sonido de esa guitarra, y que tienes a alguien esperando al otro lado del billete.
Como si supiera lo que te cuesta escuchar tu corazón, y que no sabes rozarlo si no es con arañazos.

Como si mi cabeza me dejara imaginarte en el transcurso de tus horas sentadas,  con pies dormidos y pentagramas demasiado despiertos
y me gritase un 'búscame'.

Pero no es más que eso, imaginación.

No es más que el secreto de dos velas que se consumen en lugares diferentes,
de dos extraños que compartieron cuatro letras y dos palabras.

Es como el secreto mejor guardado de mi vida necesitase desvelarse en la tuya,
derramándose sobre una arena que nunca pisó antes,
queriendo ser norte.

Como si tú y yo, fuéramos un yo y un tú demasiado complejo,
que sólo fuera posible a través de las canciones.

a L.

No te vayas

Y el sol no va a decirnos adiós sólo porque tú decidas marcharte.
No quieras creerte importante.

Es más. No te vayas.
¿Me contradigo si afirmo que sus rayos de tarde me susurraron que volvieras?

Quédate.
Por favor.

Sé que las luces de la capital le roban el corazón a cualquiera,
pero aquí necesito tu aliento.

Quiero que me enseñes tu forma de sonreirle al alma.
Aunque sé que lo tuyo son las madrugadas.

Aprovecha que los rayos de sol han venido para quedarse,
que la lluvia ha colgado bandera blanca.

Aprovecha que es diciembre y se nos van las horas.
Aprovecha que el día dura poco para encandilar mis noches.

Quédate y me arrancas está melancolía de ti.
Que no entiendo cómo encajar dos piezas de puzzle tan diferentes a la perfección.
Quédate- que me han dicho que eres experto en recomponer los corazones.
Que se te dan de miedo los rompecabezas.

Quédate y vuélveme a enamorar.
Pero esta vez que no sea en abril.

No dejemos pasar ni un minuto más, que corremos el riesgo de que se nos escape la vida.

Sé que las vidas de la capital te llenan hasta rebosar.
Que ahora
todo lo que tendría que haber ido mal está saliendo bien,
y lo bueno, ahora es mejor.

Sé que tienes a los mejores a tu lado.

Pero concédeme una hora, para convencerte de una vida.
Concédeme una hora para poder explicarte los motivos por los que lato
mirándote a los ojos.

¿Los ojos no eran el espejo del alma?

Ven y adéntrate en la mía.
Descifra el braille de mi memoria sin que duela,
y permite que nuestros minutos no se nos escapen de los dedos.

Vuelve.
Ahora que mis ojos quieren encontrarte en cualquier rincón del invierno.
Que te has perdido las primeras luces del mejor ocaso de tu vida.

Vuelve.

Ahora, que me faltas.


SCQ

domingo, 4 de diciembre de 2016

Ni te atrevas

No la dejes escapar.
Ni te atrevas.
Porque mira cómo se te cae la baba cuando contemplas sus andares.
Cómo la echas de menos hasta un punto que no habías conocido nunca.
Cómo te vas a dormir sonriendo, porque te dio las buenas noches,
o qué bien que lo pasas cuando la recuerdas.
Qué bien, si ella está de vuelta.

No la dejes escapar,
porque muchos se han enterado del secreto que supone la felicidad de estar con ella,
pero tú, amigo, eres el único capaz de llevarlo a cuestas.
Tú eres el responsable de que esa felicidad se desprenda.

Nadie te dijo que esa responsabilidad sería tan grande.
Nadie, que sería fácil.
Que supondría mil alegrías maquillando el sudor y las lágrimas de la trastienda.
Una trastienda en la que nada es de color de rosa, en la que las peleas
están a la orden del día
y la distancia se empeña en guardarse un as en la manga.

Te has llegado a plantear si realmente merece la pena.

Pero la miras, y piensas que qué iba a hacer un tipo como tú sin alguien como ella.
Te habían hablado muchas veces del amor, y nunca quisiste escucharlo.

Supones que el amor, será algo relacionado con ella.
Y supones bien.

No la dejes escapar, que te trae de cabeza.













































Ella.


jueves, 1 de diciembre de 2016

Hasta qué punto conoces

"Esto yo ya lo he vivido"
Me ha pasado todas las veces que me asalta tu recuerdo. Una sensación de déja vù constante, como si el día de la marmota se hubiera instalado en mi vida.
Y no tengo problema en admitir eso de que sigues aquí dentro. ¿Tanto te cuesta salir? O eso o que mi cabeza está estructurada como el más difícil de los laberintos.

Sigues dentro, pero en versión mejorada: una 2.0 de cariño y punto canalla.

Y no sabes hasta qué punto conoces mejor a los extraños que a tu puta media naranja.
No lo sabes hasta que todo se acaba.
Y quieres agarrarte a algo, a esa entrada de cine, a un colgante que nunca quisiste, a aquella cena que acabó en disputa.
Quieres agarrarte incluso al sonido de una risa.
Pero no lo sabes.
Al menos no hasta que eso de latir por alguien pasa a estar en un segundo plano y se funden tus prioridades como los restos de un metal que ya no tenía valía.
Hasta que te quedas solo o acompañado de nadie.

Y es ahí cuando quieres darte cuenta de que la velocidad se ve, pero tú estabas demasiado ciego, demasiado ocupado, y distraído.
Cuando quieres darte cuenta de que esa chica era la que te había sacado tu sonrisa preferida. La que sabía destapar la mejor versión de tu persona, y curarte todas las heridas.
Cuando la has perdido.

Entonces intentas en vano engañarte. Decir que todo va a salir bien, que siempre hay una segunda oportunidad, que hay que dejar pasar tiempo, y tener confianza. Que si te quiere volverá.

Pero es demasiada confianza para alguien que apuesta tan bajo.



domingo, 27 de noviembre de 2016

Lentas

Me gusta que las horas pasen lentas los domingos.
Poder disfrutar de ese paso de tiempo
y que el lunes se espere, que tarde,
que llegue con ganas.

Y más si son como hoy-
de melancolía y familia- tanto de sangre, como de vida.
Y más, si son de atardeceres de mil colores.
Me gustan los domingos si se hace de noche demasiado pronto y luego no sabemos que hacer con tantas estrellas.
Domingos con sabor a despedida, en los que se nos olvidan penas y sueños.

Esos en los que dudamos
si estrellarnos las ganas, o esconderlas bajo la cama.

Porque los domingos son mi fusión perfecta entre fiesta y siesta.

Y me seguirán encantando.
Y más en noviembre, tan dulce como frío;
y más si Loreto comienza a recitar a contrarreloj
y me cuenta que las veces que la vida ha sido puta
ganan a las que fue de rosa.

Y si los domingos se convierten en madrugadas desgarradas.

Y yo.
Yo que hoy pedía lluvia,
que la necesitaba tanto,
y el sol no quiso darme la espalda.


Vida a cuestas, para dos. Compostela.



Fiebre del sábado noche

El aliento me sabe a vino del malo, y no hay nada mas triste que terminar otro sábado sola.
Sin tan siquiera haber probado tus labios, sin sentir tu aliento en mi nuca o tus brazos rodeando mi cintura. Nada más triste que dormir sin ti otra noche más, que quedarnos con las ganas tatuadas en la piel.
Y a mi alrededor el reloj marca las cinco. Y hoy no nos curó el concierto.
Y estoy sin ti.
Y estoy tan harta de las cervezas sin alcohol, de los besos sin pasión, o el sexo sin amor.
Estoy cansada de la vida sin tus sueños.
La madrugada vuela y me quedan unos 20 metros para encontrar suplente. Encontrar entre el gentío obnubilado, a alguien que me recuerde a ti, que me regale desinteresadamente la mitad de lo que tu me diste.
Y no creo.
Esta vez no.
No creo que aparezca de la nada.
No, en veinte metros lisos, ni en veinte kilometros a la redonda.
Porque apareciera quién apareciese, no seria un nosotros.






































Musa.

sábado, 26 de noviembre de 2016

Quedarme a vivir

Y quise quedarme a vivir.
En ese instante, ese preciso momento en el que fui capaz de tocar un sentimiento. De divisarlo en un horizonte y querer grabar las luces de su madrugada. Quise quedarme a vivir en Noviembre, de año par.
Y seguir recordándote sin quemarme.
Quise quedarme a vivir en las cuerdas de una guitarra, en aquella voz desgarrada y en unas letras queriendo cambiar el mundo. Quedarme a vivir en las ilusiones que partían de aquel sobre rojo, esperando- sin saber- a pasar a mejor vida.
En los poemas, en las cartas y en las dudas.

Quedarme a vivir en los conciertos de un viernes noche y en los días de después, en los que la resaca sentimental envolvía todo mi mundo.
Todo lo que quería, era seguir siendo sur entre tanto norte que nunca llegaría a rasgarme lo suficiente el corazón.

Y sentir menos fuerte, menos intenso, o con menos ruido.
Sentir bajito; al oído.
Llegar a convertirme en la ella de la canción final de un concierto. La especial, la imborrable. La ella que siempre volvía a la memoria y que después de quitar sueño y daño, sigues queriendo como el primer día.
Sólo quise.
Quise mucho.

Quise
Llegar
A
Ser.

jueves, 17 de noviembre de 2016

Tuyo


Tú que no te aprendes los cumpleaños ni queriendo,
que odias las despedidas y las fechas señaladas.
Tú, que lo primero es la familia,
Y después va el mundo.
Tú, que no eres ni herida ni tirita
qué prefieres ser efecto de bomba nuclear.

Tú encantado de conocerte,
Perdido en eso de comprenderte,
enganchado a lo de siempre
Y confiando secretos a la suerte.

Tú en prosa,
O en verso de rima libre.

Tú.
Que te estudias el temblor de mis rodillas.

Yo, que defiendo mi sur con uñas y dientes,
porque quiero y porque puedo.
Yo, que hablo por los codos
Y que me encanta reír.

Yo con mi acento- que te vuelve tan loco,
con un veintidós tatuado en la muñeca
y con mis melancolías de domingo.

Yo prefiriendo letras y melodías.
Yo, quedándome enredada a una guitarra.
Yo viajera, personaje de novela,
Inspiración soñada de cantautor.

Yo que siempre, fui más guerra que trinchera.
Yo, amante de los besos en la frente,
Yo, grabando nombres con tinta permanente.
Yo sintiendo los versos que son contigo.
Yo quitándole costuras a mi corazón.
Yo filópata y de tristeza crónica.

Yo, a distancia y a centímetros.

Yo, que tanto presumo de escéptica:
Me he enamorado de ti.



lunes, 14 de noviembre de 2016

Personas

No es la primera vez que me pasa. Y conociéndome tampoco será la última.

Pasa que me acostumbro muy rápido a la gente que me complementa, me completa o me aporta en la vida.
Pasa que paso a necesitarlos para construir mi rutina y se me derrumban los castillos de cemento que me hacía en mi cabeza cuando ellos desaparecen.
Pasa que considero la confianza un pilar fundamental, tanto como para regalarla

Y después doy de bruces contra el suelo, o resbalo, o hago aguas por huecos que no conocía y no hay remedio que pueda reconstruir cada parte de mi corazón que van rompiendo.

Porque, hay personas en mi vida en las que quiero quedarme a vivir.
Personas con las que compartir está a la orden del día.
Personas que me escriben a fuego un 'felicidad, qué bonito nombre tienes' en la frente.
Personas que me han convertido en lo que soy ahora dándome tan poco...

Pero luego pasa que ellas no piensan, no sienten o no comparten lo mismo. O si, pero su pasado, o sus sentimientos hacia otras vidas, son más fuertes.
Y se van.
Aunque yo no quiera, aunque pelee por ello, aunque intente, como siempre, arreglarlo todo a base de lágrimas.

Nunca habrá dos sentimientos iguales. Y de querer con ganas, significa que el deseo más imposible se acabe materializando.
Si sólo fueran eso...deseos.

Ya han desaparecido más personas en mi vida.
Unas por mi culpa.
De las otras no conozco el motivo- se fueron sin decírmelo.

Pero he pensado que, por mucho que me duela, es inevitable decir adiós.

Es doloroso, siempre, pero a la larga

que desaparezcan esa clase de personas de nuestras vidas, nos hará más fuerte,

¿no?

Siempre fue un lugar al que llegar, pero hay quiénes lo consideran un punto de partida.

domingo, 13 de noviembre de 2016

Contra las cuerdas

Camina resuelta, de domingo, bajo el sol de noviembre.
Adora el mar los fines de semana. Le gusta levantarse y bordear la costa como queriendo atisbar algo en el horizonte.
No sabe que en otra ciudad, en su mismo sur, la estuvieron nombrando a oscuras.

No sabe lo que callaron por ella dos corazones que ahora, ya tenían poco que decir.
Y todo por no saber enamorarla a tiempo.

Ella es feliz, y ellos se resignaron a quedarse con el recuerdo de su sonrisa.

Piensa en la vida. En lo que cambia en poco tiempo pero sin dejarlos entrar en su recuerdo ni una sola vez.

Ellos tenían el mismo propósito, pero, una vez mas, el alcohol los hizo ceder y la luna, confesarlo.

Se contaron penas de una ella lejana. Una morena que, por algún motivo desconocido, les había quitado el sueño y regalado alas.

Ambos hablaban de la misma, pero no lo sabían.
Melena ondulada, sonrisa perfecta. Pero lo que más les dolía era haber perdido de vista aquel brillo intenso de su mirada.

Altas de la madrugada, copa tras copa esperando que aquella alegría volviera a entrar por la puerta. A coincidir en una vida que les había dado tanto y se les hacia tan corta.
Siguieron pasando las horas.

Ella le guiña al cielo. Ellos, a un abismo de distancia, pelean por estar más cuerdos ahora que no recuerdan.



sábado, 5 de noviembre de 2016

Las huellas de tu abrazo

Solo espero poder colarme en los sueños de ese alguien durante el resto de mi vida.
¿Hay algo más bonito?
Me refiero a que llegues a esa confianza con una persona,
la de colarte en sus sueños.
Ser partícipe de las preocupaciones y deseos de alguien y poder compartir para que pesen menos y se disfruten más.

Anoche te colaste tú en los míos. Hacía tiempo que no te veía, y tampoco esperaba hacerlo así. Es cierto que no fue un sueño bonito, idílico.
Fue de los más reales tenido.

No recuerdo bien dónde estaba. Solo recuerdo que abrí los ojos en un mundo onírico y vi llover tras el cristal de una casa que se me antojaba desconocida y acogedora. Sobre el alféizar, y de espaldas a mi había un gato pardo algo disconforme y perezoso. 

Nunca me han gustado mucho los gatos. No son animales que me transmitan confianza.
Saltó al suelo al escuchar el ruido de la puerta y el murmullo posterior.
Y apareciste tú por esa puerta.
Empapado y queriendo saber qué tal me iba. Sonriente. De la única forma que te recuerdo.
Detrás de ti, todos tus amigos, creando una gran algarabía entre mi toda mi paz anterior. Y espantando al felino hacia Dios sabía dónde.

Yo no terminé de esbozar mi sonrisa. No me salía. Estaba enfadada contigo. Y lo sigo estando.
Me parece que esperé mucho a que volvieras a llamarme. Si, eso fue lo que te dije. Creí que tus noticias llegarían antes, y menos escuetas. Creí que preocuparme por ti no dolería. Pero preocuparse siempre duele.

Entonces te conté. Te conté todo lo que había hecho en tus ausencias, te conté que ya no pasaba por los puertos de las ciudades con mar, porque me recordaban a ti. Que ya no iba al mismo bar a las doce, por si se aparecía tu fantasma y se llevaba mi aliento. Te conté que te había echado de menos, pero que me lo supe callar. Y que aprendí a quererme, y que nunca había conocido a un amigo como tú.

Y, entonces, te enfadaste tú. Me dijiste que cada uno se preocupaba a su manera, que si creía que no te habías acordado de mí en todo ese tiempo. Tampoco lo supe.
Pero no me resultaron más que palabras.
De qué sirve extrañar si no puedes demostrarlo; de qué acordarte, si nadie conoce tus olvidos.
Y luego me abrazaste.
Juro que necesitaba aquel abrazo para olvidar.
Y recuerdo que encajaba perfectamente bajo tu barbilla  y entre tus brazos.
Después me dijiste que me concedías un deseo y yo te pedí volar.
Me susurraste al oído que no eras tanto de aire, que a ti te perdían las olas.

Después desapareciste. Llevándote tu sonrisa perfecta y a todos tus amigos.

Y me vi en una azotea de Brooklyn. En una de esas con letras tipo Broadway de bombillas gigantescas. Era noche oscura y éstas estaban brillantes. 

Y qué bonito se veía el mundo desde las alturas.

Y en mi espalda, donde aún descansaban las huellas de tu abrazo, me empezaron a crecer las alas.

Me he levantado con un dolor inmenso en el hueco donde anoche comenzaron a salirme alas.
En las huellas de tu abrazo.

Aunque me levante cada día, sigo adorando mis sueños.
Al menos en ellos te veo. Y me haces de hado madrino.

Y me abrazas.

Y me dejas volar.


      (Debra Winger- "Oficial y Caballero")



lunes, 31 de octubre de 2016

El mes de la tristeza

He llegado a la conclusión de que noviembre es un mes triste. No porque me lo susurre Diego cantero en sus canciones, ni porque lo empecemos celebrando el recuerdo de los difuntos.
Noviembre es un mes tristemente dulce y dulcemente triste porque algo dentro nos lo dice, porque en esta vida tenemos siempre una de cal y otra de arena. Y necesitamos esa tristeza para afrontar las fechas navideñas que nos vienen pisando los talones con su alegría rebosante.

Es un mes triste y yo me doy cuenta ahora, cuando faltan horas para que se me eche encima.
Me doy cuenta cuando no dejo de escuchar a Supersubmarina, como esperando que ese gesto les mande una pronta recuperación de un fatídico accidente estival.

Todo el mundo se levanta con ganas de posponer el despertador cinco minutos más, y el sueño pesa en las pestañas.
Tantos cambios de hora no pueden ser buenos. Van a volvernos a todos locos. Ya no sabemos si somos más de luz del sol o de luna. Si nos apetece quemar ciudades a ciegas, o vigilarlas en la penumbra.

Todos quieren dedicarse a contemplar las hojas caer desde una Alameda que nunca estuvo más bonita, sin embargo les pueden las prisas, los agobios, y los kilos de apuntes necesitados de chapa y pintura que aguardan en los escritorios, expectantes.
Noviembre es un mes triste porque se acaba la fiesta-hasta nuevo aviso, y comienza más que nunca una rutina que cansa.
Noviembre es triste porque, aunque quede poco no vemos el momento de volver a casa; porque echamos de menos más fuerte, y más intenso. Porque las lágrimas se escapan solas y la susceptibilidad se convierte en nuestro apellido. Porque el frío nos hiela la cara y nos pilla casi en tirantas.

Pero, al fin y al cabo, la tristeza es bonita si vemos todo lo que esconde detrás.

Noviembre es triste porque es un mes muy nuestro, y si esta tristeza crónica no nos pintara la cara, dejaríamos de ser nosotros.
Y eso es justo lo que no queremos, ¿verdad?

    Ante el espejo

viernes, 28 de octubre de 2016

Manual de usarme

La pulsera que me regalaste sigue brillando como el primer día. Pero sólo la contempla la oscuridad del cajón. Y yo, cada cuarto creciente.

Es irónico que te pensaras que aquel era el mejor regalo y no pensaras en ti.
En que tú eras mi regalo, desde el día en que desvestiste tus miedos.

Venía a decirte todo lo que no me gusta. A reprocharte todo lo que pudimos haber hecho, y sido. Todo lo que debiste saber entonces, cuando creías que me conocías a la perfección. Cuando me di cuenta de que no conocías la mitad del juego, y yo te llevaba ventaja.
Venía a decirte todo lo que me hizo daño.

Pero he pensado que, mejor te digo lo que me gusta, a lo que aspiro, lo que me encanta.
Para que si vuelves a cruzarte por el camino con alguien que se parezca en algo a mi,  sepas cómo tratarla y merecerla. Porque me ha apetecido ser egoísta.

Como buena piscis adoro el agua, caída del cielo, sobre la arena, bajo las huellas, inmersa en charcos, resbalando por mis mejillas. Me encanta nadar. Y en ella, me siento en mi elemento.

Me considero soñadora de más. Si, me encanta soñar, pensar en los imposibles y no poder dormir  hasta las tantas planteando realizarlos en un futuro lejano.
Me gustan las distancias cortas, los besos en la frente, los detalles, los reencuentros.

Me gusta la música. De todo tipo. La tengo desde la más cañera para los momentos de adrenalina, hasta la más corta venas, para las melancolías que no compartiré nunca. Sólo los cantantes saben hacerme sentir comprendida- por ahora.

Me enamoran los domingos. Sus amaneceres entre mis sueños. Me gusta que sean días de no hacer nada o de hacerlo todo, sin término medio. Me gustan los domingos en familia, con amigos; los domingos de playa o montaña; los domingos de desayunos casi comidas, de sobremesas que terminan con las estrellas. Me gustan los domingos de propósitos que no llegarán a cumplirse. Y todos los días de la semana que quieren parecerse a estos últimos.

Me encanta abrir los ojos con un nuevo día y no levantar la vista de las páginas de mi libro preferido.  Adoro el cine, y las palomitas, y el chocolate.

Siento debilidad por el amor en todos sus formatos.
Soy cursi, terriblemente cursi, y llorona desde que nací.
Siempre intenté arreglarlo todo con el llanto.

Me gustan las palabras como vehículo de mis sentimientos, y los girasoles, y recibir cartas.
Me encanta viajar y conocer nuevos lugares, las puestas de sol de Cádiz, mi querida Compostela, mi sur.
Me gusta hacer regalos y adoro las sorpresas.
Me encanta vivir en concierto, las montañas rusas, y los pendientes largos.
Adoro las manualidades y el trabajo en grupo.
Y conocer gente, y volver a casa, y los recuerdos.
Me encanta querer, y ser querida.

Me encanta ser feliz.




Símil

Te pareces tanto a él.

A mi poeta preferido, a mi querido Escandar.

Siempre has sido de pocas palabras pero de grandes abrazos. Has sabido cuándo y cómo decir lo justo y necesario.
Tienes un pecho defectuoso, abierto. Todo por un corazón que no cabe.

Nunca has querido que te paren los pies ni que te pisen los esquemas.
Siempre has presumido de una vida tan cómoda como nómada.

Algunas madrugadas te daba por escribirle cartas de amor a aquella chica acabada en A, y enseguida acababan formando parte de tu magnífica tanda de triples contra la papelera.
Nunca fuiste de atreverte ni atraparte.

Te encanta el baloncesto, pero cada vez lo juegas menos.
Adoras las tardes de flamenco y los domingo con Marley en los oídos. A los martes los llamas 'las noches de los artistas', y los viernes, son de míticos: te sigues durmiendo escuchando a Dani cuando aún le cantaba a un loco.

Tu sexto sentido tiene cuerdas, y nombre de guitarra.
Tus febreros son para cantarle al Falla; y tus odios inexistentes.
Adoras el sol, pero prefieres los inviernos.

Te apoyas mucho en tus amigos, a los que llamas hermanos.
Sabes a quien acudir cuando te llueven problemas.
Y los de tu misma sangre estarán eternamente agradecidos de contar contigo.
Eres tan de familia como de soledad.
Has cruzado mares sin caer en brazos de ninguna sirena.
Has visto belleza en la más triste de las miserias.
Y querido cambiar el mundo desde el sofá.

Y eso que te conozco poco,
pero mi deuda siempre estará detrás del día en que te conocí.


Vida en verbo

Irse de las manos- como persona o como concepto de desmadre.

Volver tornados a tus tripas.
Querer con ganas gastadas.
Estrenar enfados.
Ocupar estómagos repletos de mariposas,
terminar con pájaros en tu cabeza.

Perseguir sueños y odiar daños.

Que tu sonrisa se vuelva bonita con el paso de las horas,
y nuestros besos maduren con el de los años.

Volvernos maduramente inmaduros.
Jugar como Lope, al claro desengaño.

Imaginarnos juntos y gustar a nadie.
Ser escépticos de miras y bohemios de tardes.
Conocer las estrecheces del alma, y el ancho del arte
Llegar-hasta dónde- para aparecerte en ninguna parte.

No salir a matar, ni a morir.
Pasar noches, quemar lunas.
Sufrir eclipses de cabeza.
Volar para hablar, charlar,
bailar, reír, llorar,
y que a la conjugación no le de por acabar.

Hablar de salvar- Sé mi salvavidas y sálvame de mi.
Cruzar líneas de metro, ríos, brazos, caras, bocas.

Guiñar al sol.
Esperar,
y escapar.


viernes, 14 de octubre de 2016

Tercer otoño...

...y el tiempo vuela.

Y 'Parece que fue ayer' se ha convertido en nuestra muletilla preferida. Me siento vieja con tan solo veinte años y esto no es más que una estúpida contradicción.
Imagino que, producto del ritmo frenético que está llevando mi vida.

Nunca antes había oído hablar de este lugar que ahora me tiene comida las entrañas,
ni de sus formas,
ni de su gente.

En ningún momento se me ocurrió pensar 'Galicia' como alternativa.

Y mírame, míranos.

Siempre había vivido en una rutina concéntrica, que consistía en ir de casa al colegio, y del colegio a casa.
Con alguna excepción de viernes noche.
Un eclipse de luna entre tanta vuelta al sol.

Pero entonces, me descubrí a mil kilómetros de casa.
Sin saber a ciencia cierta, si hacía lo correcto, peleando por un sueño- el mío- y muerta de miedo.

Nunca pude imaginar que una ciudad tan pequeña como está podría albergar un espacio tan grande en mi corazón.

Me han preguntado muchas veces, ¿por qué allí? ¿No estás muy lejos? ¿Te pedirás el traslado?

Realmente, lo nuestro, no fue más que una casualidad.
Una que se tornó en fortuna.

Y siempre contesto lo mismo, no me canso.
Un no rotundo entre sonrisas.

Si ellos supieran...

Si ellos supieran que no quería venir, y ahora no contemplo la idea de marcharme,
si supieran que necesito Compostela en vena, más que aire para respirar,
si conocieran el sentimiento de morriña en todos sus sentidos,
si se hubieran lanzado a los brazos de la suerte, como yo hice-
y esta le hubiera contestado con el mejor de los abrazos.
Si se pararan a pensar que sólo tienen que dirigir su vida- y no la mía.
Si supieran lo que duele echar de menos, pero qué maravillosos que son los reencuentros.
Si creyeran cuando se dice que siempre hay algo que hacer, y sino se inventa.
Si hubieran visto nevar en  enero en Compostela,
si los agobios suyos estuvieran tan justificados como los míos.
si no hubiéramos cambiado el llevar las cosas al día y el dormir, por los estudios intensos y las salidas....

Si tan si quiera, se pararan:
A mirarla,
a admirarla,
a sentirla,
a beberla,
a vivirla.

Si pisaran y vieran Compostela con los mismos pasos y ojos con los que yo la camino y la miro desde todos sus rincones,
podrían llegar a comprenderme.

Si no...siempre hay tiempo de creer en la magia.

Atardece en Compostela

domingo, 9 de octubre de 2016

Banda sonora de vida

Hay canciones que por un motivo u otro, siempre vuelven.

Vuelven siempre a recordarte quien eres y en qué momento te convertiste en esa persona.
Siempre vuelven a sonar.
Y en ese instante algo se acciona en tu cabeza. Y te llueven recuerdos, casi como tormentas de verano en pleno invierno.
Las botas de agua se te quedaron pequeñas y tu paraguas tiene demasiados rotos. Y tú te mojas con tus propios recuerdos.
El poco rímel que vestía tus pestañas se resbala por tus mejillas.

Hay canciones que vuelven siempre para respirarte profundo. E impregnarte.
Las hay que tienen el poder de tele transportarte al día 'X' en el momento 'Y'. A instantes que nunca pensaste revivir. A momentos enterrados en un cofre, en tu jardín.

Hay canciones que son personas. Por su vitalidad, por su forma de definirnos, por sus versos, por su sentido, el que nos cobra en cabezas ajenas, siempre por culpa del recuerdo. Como tú y como yo.

Y luego hay canciones que son banda sonora de la vida. Que te resuenan sin estar presentes cuando ves sonreír a alguien que te importa, cuando paseas lento, cuando bailas a ritmo frenético, cuando te apetece cantar a voz en grito. Cuando te escapas a Madrid, cuando guardas un secreto, cuando te concedes el beneficio de la duda y tiras por la borda las prisas...

En mi vida hay tantas canciones que llevan tu nombre que se me hace raro que el que faltes seas tú.

Hoy ha vuelto una de ellas a mi cabeza. Mi preferida, realmente. Favorita por la voz de Alberto de fondo, por lo que supuso, por la lágrima que se me escapa cada vez que vuelve, o tal vez, por lo mucho que me gustaba nuestra rutina anárquica.
'Mi rutina preferida' eras tú, y Miss Caffeina tuvo la culpa.
Pero claro, hay canciones que también llevan mi nombre y el de mis desastrosos domingos.
Por eso, yo me encargué del resto.

lunes, 3 de octubre de 2016

¿De los 'no errores' se aprende?

Lo tuyo no fue más que un error de principiante. Buscabas al hombre de tu vida, el perfecto. Buscabas un abrazo al despertarte, un compañero de manías.

Pero no tuviste en cuenta que ese tipo de hombres no existen. No existe el hombre perfecto porque todos lo son. Cada uno a su manera.
Existen aquellos que te lo dan todo, o que por el contrario no te dan nada. Los que se hacen querer, y se dejan odiar. Los orgullosos, los bordes, los arrastrados, los lentos.
Existen hombres alegres, resueltos, despiertos, tímidos, o tristes. Existen infinidad de temperamentos hechos hombres, tan complicados como simples.
Pero ninguno será el de tu vida, por que no están para eso. Están para querernos, hacernos reír, compartir, llorar, perderse. Pero nunca le pidas a ninguno que se quede para siempre. Corres el riesgo de asustarlos, de que entren en estado de pánico y desaparezcan de la misma estúpida manera en que se dejaron caer en tu vida: de repente.
Algo como un 'para siempre' debe salir de ellos.

Ese fue tu error. Creer, que con él habías encontrado tu tesoro mejor guardado. Sin saber que rondando la veintena, aun nos queda vida.
Quisiste apostar fuerte, y te equivocaste.
Lo viste aparecer, con aires de sur y sonrisa infranqueable y tu mundo de mariposas echó a volar antes de lo previsto. Los castillos de arena quedaron reducidos a sus ruinas antes de empezar.
Y las últimas olas de septiembre arrastraron a su paso cualquier atisbo de nuevo comienzo, de nueva ilusión, de deseo alguno..

Y te enamoraste. Como lo hubiera hecho otra cualquiera al mirarlo a los ojos, al verlo sentir.

Pero ahora, sabes que no serías más que otra de las que desfilaron por la pasarela de su vida. Y no recuerdas cómo te dijeron que se digería esto. Porque eres consciente que de los errores puedes sacar enseñanza, pero, ¿de aquello que no fue un error también se podría?

Quiero que reflexiones acerca de un par de cosas. La primera es que no eres la única. Como tú, todas hemos tenido en algún momento de nuestra vida que tirar de tiritas para recomponer el corazón.
La segunda es que no estás sola. Tienes a tu familia, a tus amigos, y a miles de vidas paralelas que aún esperan encontrarte en sus caminos. Porque estoy segura de que eres maravillosa.

Así que levanta esa sonrisa, vístela de fiesta y que la única sal que surque tu rostro sea la de los restos de un verano maravilloso.

Que amar se puede hacer siempre. Porque el amor está para eso, para hacerlo en cualquier circunstancia; pero reír, eso solo sale a base de ganas.



miércoles, 28 de septiembre de 2016

Girasoles y promesas

Y quería quedarse con aquella escena. La de la vida  de la pequeña inexperta como una auténtica diva de Hollywood. Cumpliendo la mayoría tan bien acompañada y feliz.
En noche de invierno cerrada, de febrero, en madrugada.

Aquella noche la vi sentirse desde allá arriba reina del mundo, con el corazón dividido.
Yo, soy de los pocos que pudo contemplar el brillo de sus ojos.
Yo, que en silencio, tenía la libertad y la osadía de amarla y amarrarla a mis días.

La vi quererlos, a los dos.
A cada uno a tiempo distinto, con formas diferentes.
Los vi a duelo de miradas.
Uno cargado con flores amarillas, y el otro, con  promesas de media vida.

Y ella aceptó las flores, sus preferidas. Como si aquello no tuviera mayores implicaciones que las de remover rescoldos de una antigua llama. Como si la cabeza no diera vueltas por si sola, y los corazones no nos delataran latiendo a destiempo.

Y en aquel momento, cuando todos la miraban sonreír. Yo lo miré a él. Al idiota que le prometía la vida, sin saber que siempre fue libre. Como en una boda de cuento, mirando al desgraciado que espera en un altar un si, quiero en forma de promesa. A pesar del rostro ensombrecido él fue el elegido. Él compartió todas sus horas, y quebró su cabeza en perseguirla incluso con tierra de por medio.

Y tiempo después, ella continúa libre. Las flores se desvanecieron, fueron derramando todos sus pétalos por la habitación, y las promesas se quedaron guardadas en un escalpelo acorazado sin recuerdos en su interior.

Y yo, sigo amarrando sus pestañas a mis días, haciéndome el loco. Creyendo no saber que su risa es mi punto débil y sus susurros, todos mis esquemas.


París desde tus ojos

Y volveré a aquel lugar al que una vez juré hacerlo.
Porque si. Porque me faltó verla erguida de noche, tan alta y tan torre, llena de luces y destellos, coronando la mal llamada ciudad del amor, desde el suelo.
Porque juré por Eiffel contemplar esa maravilla.

Porque prometí que aquella sensación de estar flotando la viviría de nuevo. Sólo que no con ellos, sino contigo de la mano.
Que recorreríamos juntos los Elíseos mientras la juventud de la noche nos llegara a los talones. Y que saldría la voz de la señorita Piaf cantándole al rosa de la vida, desde una ventana de un quinto piso.
Que nos esconderíamos en Moulin por desentonar demasiado, entre bambalinas.
Y saldríamos a bailar lento a algún garito del Barrio Latino.
Que iríamos a cenar a aquel bistro de la esquina para luego llegar a la otra punta, exhaustos, con las primeras luces de un nuevo día.

Prometí llegar al hotel más encantado entre tus brazos y dejarme hacer. Y que luego nos trajeran café y croissants a la cama, y volver a soñar entre besos y caricias.
Y tener cortinas, y poder dormir hasta pasadas las doce con tu aliento sobre el ángulo derecho que harían mi hombro y mi cabeza.
Y volver a exprimir la noche. Así todos los días restantes, hasta el vuelo de vuelta.

Porque ya vi París una vez. Pero era de día, y el sol brillaba. Y la vida se volvía más frenética que de costumbre. Y ya sabes que a mi, me desesperan las prisas.

Ahora la necesito a oscuras. Traviesa, alocada.
Ahora necesito ver París desde tus ojos.

(Anochece en París)

miércoles, 21 de septiembre de 2016

Como fin último

Quizá haya llegado la hora de dejar de creer (de crecer).
Creer en las hadas, en los cuentos, en que las historias bonitas no terminan nunca.
Estamos en ese momento de nuestra vida efímera.
La era del escepticismo.
En 'el momento'.
Por definición: el momento es aquel en el que cada cual puede con todo. Actúa como una apisonadora humana y todo lo que sucede es bienvenido, sea bueno, malo o peor.
Estamos en ese momento de descubierta de los sentimientos fuertes.
Ese en que, si el amor llega, puede volverse infinito;
y si lo hace el odio, es irrevocable y devastador.

La era de los para siempre que se acaban,
la de los rotos sin descosidos- arrancados de cuajo,
la era de 'se ha terminado la espera'.

Ya nadie espera por nada,
ni por nadie.

Cada día que acaba se corona con un final, y un punto.
Cada día hay más ocasos prematuros.
Y las historias no se viven,
y los momentos pueden contarse con los dedos de una mano,
y la vida pasa, y pesa-.
Cada día los recuerdos importan menos, y el carpe diem desenfadado se lleva atado al cuello.
Un cuello que se cree libre, importante- un cuello en el que se puede dibujar un mapamundi a nuestro antojo que por mucho que queramos, no seremos capaces de completar.

Y mientras todo esto pasa, fuera, ellos han dejado de sonreírle a la felicidad.

Brangelina


La chica de la barra

Quisiera saber por qué a la chica de la barra le duele tanto echar de menos.
Por qué le escuecen los abrazos. Y la punta de una pistola le da más calor que el ultimo rayo del sol del verano.
Por qué no olvida aunque quiera, ni aunque se lo proponga.

Por qué llorará por ellos.
Por qué tiene sueños que saben a imposibles de limón, y siempre espera en ese rincón, junto al espejo.
Hasta que la madrugada canta las tres.
Como con esperanzas, como creyendo que fueran a volver por donde un día desaparecieron. Como teniendo la fe que le falta-hoy- al resto del mundo.

Por qué llorará por ellos.
Los que un día le prometieron llenar de coronas sus ondulados cabellos.
Y de los que hoy no queda más que un enero triste. Otro comienzo con sabor a fin.
Un verano que termina, para dar paso a un otoño vestido de frío.

Con tanta lluvia por el norte que camufla las muchas lágrimas que descansan en sus pestañas antes de caer al más oscuro de los abismos.
El de una vida llena de contrastes.
Una vida en la que puedes abandonarte en la mas bella de las tristezas, o querer hasta doler el mundo, sin poder moverlo, no más que la luna.
No más que el sol, egoísta, pidiendo que esta salga solo cuando él se vaya.
Para así no mirarle a los ojos, y no verle la cara.

(O Caldereiria 26, Compostela)


sábado, 17 de septiembre de 2016

Porque lo vemos todo demasiado difícil

El beso era lo fácil.
Lo difícil es eso. Estar ahí, a un centímetro.

A un centímetro de comernos la boca, de jugar con fuego.
A un centímetro de arriesgar y ganar.
Lo difícil, es quedarse después de la primera noche.
Lo difícil, es hacer vida juntos.
Y bailar pegados, y ser.

Lo difícil es respirar aire ajeno. Y que no nos importe nada.
Lo difícil es que nosotros veamos el lado fácil de las cosas y no le busquemos trescientos pies al gato.

Y luego está lo fácil, que siempre fue darnos la vuelta, evitarnos, no gritar a los cuatro vientos que los dos lo estamos deseando. 
Lo inevitable.
Luego está  lo fácil que es abrir los ojos sin ti al lado y con demasiado dolor de cabeza.
Luego está lo de no arriesgarnos por miedo a perder.
Que siempre fue más fácil.

                                                 (Un invierno en la playa)

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Carrera de la vida

Tener miedo.

Me confieso presa del miedo.
Miedo a que dejes de ser.
A desaparecer.
Tengo miedo a los cambios,
a la incertidumbre de qué me deparará
el futuro no tan lejano.

Miedo de mi, de mis decisiones.
Miedo de equivocarme,
de no hacer lo correcto.
De pensar mal, y acertar.
Miedo de pasarlo bien.

Tengo miedo de mi cabeza,
de mis recuerdos.
Es absurdo, pero le tengo
miedo al propio miedo.

Miedo de no volver a escuchar esa canción, a que se acabe el mundo demasiado pronto y no me pille bailando. Miedo a que mi mundo se desmorone antes de lo previsto. Miedo a enamorarme, a querer con ganas, a decir adiós.
Temo las despedidas. A no encontrarme en los ojos de que quien me mira.
Tengo miedo a sentirme bien, y mal.
Me da miedo sentir.
Tengo miedo al naranja intenso de los atardeceres. Porque eso significa que otro día se acaba.

Un día menos. Que en algunas vidas puede suponer una alegría, incluso un alivio. Pero en otras, una opresión en el pecho, una oportunidad menos, un paso más en una estúpida cuenta atrás.

Tengo miedo a descolgar el teléfono, llamarte y que no sea tu voz la que oigo al otro lado del auricular, a miles de kilómetros de mi estúpida sonrisa.
Tengo miedo a no arriesgar. A no decir te quiero en el momento indicado.
Y a que al decirlo, suene tan mal que sólo salga un adiós de tus labios.
Tengo miedo a echar de menos. A extrañar. A no saber dejar la mente en blanco.
Miedo a, si desapareces, no hacerlo contigo.

Pero he aprendido algo. Los miedos están para eso. Para superarlos.
Al fin y al cabo la vida es una carrera llena de miedos, que se yerguen como mismísimas barreras de  una carrera de obstáculos.
Y ahí estás tú, como siempre.
Esperas en la grada, animándome, a que empiece la carrera. Teniendo la certeza de que vaya a ganarla, sin que yo me lo crea.
Tres, dos, uno. Ya.

A ganarle la batalla al miedo.


Gádir

Sabedora de nada

No quise vivir toda mi vida en un recuerdo.
No quise que lo fueras, que te fueras.
No quería ser más que una fecha en tu memoria de la que, inevitablemente, no podías escapar cada vez que aparecía en cualquier numeración- tanto arábiga, como romana.

No quería convertirme en pasado, sino respirar tu presente, el nuestro.
Nunca quise ser una fotografía tomada a traición en el fondo de un cajón de tu escritorio.
Tampoco las miles de cosas que me dijiste- solo a mi- ni siquiera las que te dejaste por decir.

Nunca deseé ser una suerte en tu vida, ni convertirme en tu maldición.
No había pensado, hasta ahora, lo difícil que resulta que alguien desaparezca de tu vida.

Así. Sin darte cuenta. De la misma manera en que apareció.
La única diferencia que hay entre el principio y el final es que la trayectoria cambia.
Cambian esquemas, maneras, ilusiones. Cambias tú, y cambio yo. Pero el mundo nunca.

Resulta difícil porque nos hacemos muy rápido a la idea de que tenemos una vida más a nuestras espaldas, cuando contamos con el gozo de compartirla. Y luego, cuando todo se acaba. En ese lento periodo de penumbra, comienzas a imaginar la vida sin esa persona. Sin quererlo.

Al principio, parece imposible. Todas las cosas que se te antojaban tan cotidianas, vas a tener que dejar de hacerlas. De sentir lo mismo. Soy de las que piensan que no existen dos sentimientos iguales. Ni remotamente parecidos.

Y ahí estamos nosotros. Intentando luchar contra la fuerza de la naturaleza. Creyéndonos más héroes que nadie. Queriéndole cambiar los esquemas a la vida.
Sin saber que la vida siempre ha sido demasiado caprichosa.

Y The Fray suena, mientras la resignación a que la vida pueda ganar me maquilla la piel.- 'Never Say Never'
(Vejer de la Frontera  (Cádiz), Días de verano)

domingo, 21 de agosto de 2016

Santiaguiño

Y hoy amaneció gris.
Con lo que a mi me gustan los domingos, y amanece como na terriña.
Y eso hace que la extrañe aún más de lo que imaginaba.

Hoy no quiso entrar el sol por mi ventana.
Hoy no quiso despertarme, y optó por dejarme dormir cinco minutos más.
Creo que quería que siguiera soñando.

Y el día comienza con morriña, sin que dure la fiebre de sábado noche un domingo por la mañana.

Confieso que cada verano que vivo, se supera aún más.  Que las emociones se tornan gigantes y no sé parar molinos. Que de locuras, tengo la cabeza llena.

Creo que es porque he aprendido a vivir intenso (la clave, de sol del sur)

Suena 'Hey Daydreamer' de Neil Heilstead y mi corazón quiere contarlo.
Contar los días que quedan hasta que llegue septiembre; los días, para volver a pisar norte.
Quiero contar(los) días que quedan para volver a ver llover.

Que no todo sea perseguir gotas de agua en el cristal de mi ventana. Que también nos de por amar la vida y hacer lo que nos dicte el corazón.

Que nos de otro año más, por vivir.
Y aprendamos a volar.
Que las luces del teatro sean las últimas en apagar nuestra función.
Y seamos de los que sigan mirando cada mañana las torres más altas de la catedral.

(Compostela)

Cierra los ojos

No sé- puede que a lo que realmente tenga miedo, es a enfrentarme al blanco,
al vacío inmenso que se me presenta delante cuando no encuentro respuestas a tanta pregunta.
A pensar.
Y mientras mis ánimos decaen al ritmo de melancolías de cantautores- lejos- hay una vida que se apaga. Que no va a volver a encenderse, pero que siempre brillará junto a la luna desde hoy.
Algo más cerca hay dos que se pelean, porque quieren. No se dan cuenta de que cada minuto que se pierde no se recupera jamás, y que la ley del corazón es la de dolerse.
Y su doctrina, el querer (mal o bien).
Y al otro lado del mundo, se agarran al último aliento.
En Rio de Janeiro muchos rozan el oro, otros resoplan, para llegar a un último esfuerzo, a una meta impuesta o soñada. Y  están los últimos: los que lo consiguen, los que a base de esfuerzo  y trabajo obtienen algo por lo que ser reconocidos.
Otros, lo ven todo desde fuera. Desde la felicidad ficticia de lo compartido, desde no saber si existirá un mañana.

Estamos en el verano de dos mil dieciseis, según los expertos, uno de los más calurosos desde hace cientos de años. Pero hay quiénes siguen teniendo frío.
Que dicen que durante el verano, los polos se derriten, pero los nuestros hace tiempo que dejamos de disfrutarlos como simples helados.
Que tenemos en nuestras manos, las llaves del universo.

Sigo teniendo miedo. Mucho. Porque soy consciente que hemos entrado a jugar con la vida al escondite.
Y en ello, ella siempre fue la experta.
Que no gana quien pierde, gana al último al que se encuentra.

(Amanece en Conil de la Frontera)

Cuánto dura un recuerdo

Aparecerte.
De la nada, siendo todo.
Aparecer para cortar respiraciones, disminuir distancias y reavivar recuerdos.
Olvidar olvidos; hacer como si no existieran, solo durante las milésimas de segundo que dura un saludo.
Despedirte, despedirnos.
Pero no volver la vista atrás.
Aunque duela,
Aunque el corazón grite, y el alma arañe.
No volver aunque el que me lo pida seas tú, ni mirándome a los ojos.
Aparecerte en sueños, en ilusiones, en salidas del sol a rastras, cada mañana por la ventana de mi habitación.
Pero no, esto no siempre será sur.
Allá por casa, sigue lloviendo.
Y tú no vuelves.
Y yo no miro atrás.

























Rincones de Málaga

lunes, 1 de agosto de 2016

Segunda estrella a la derecha.

¿Crees que para mi ha sido fácil? Respóndeme.
Tan sólo quería hablar contigo. Mirándote a los ojos. Sin pantallas de por medio, ni malditas distancias.

¿Crees que no han sangrado las heridas contra todo pronóstico?¿que no duele?
Quema.

Lo difícil de sentirse perdida un único instante de tu tiempo, de sentirte lejos, es que eso puede disparar el ritmo de las vidas de los que te rodean.
Corren el riesgo de querer romper con todo, y con nada.
Querer seguir siendo y dejar de ser. Seguir queriendo y querer odiarlo.
Corren el riesgo de querer evitar el dolor.

Sentirte perdida lo único que me provocó fue un periodo frenético de vida intensa, sin frenos, para evitar pensar en ti.
Lo reconozco: lo he evitado;
te he evitado.
Pero no conscientemente. Sólo me salió así.
Me salió a flote el frío invierno, y me agarré a sus copos nevados en pleno verano.

Nunca te fuiste, y si te soy sincera, tampoco creo que vayas a hacerlo.

Desde que te conocí, desde aquella tarde de octubre, en que compartimos cuatro risas viendo un partido de fútbol, supe que ibas a quedarte.
No me arruines esa sabiduría, ni nos des por vencidas, por favor.

No necesito más 'lo siento', más palabras cariñosas- las palabras son sólo eso.
Sólo necesito que no te vayas, que te quedes conmigo.

Y a lo mejor me has echado de menos, pero lo mío fue el doble.
Que no quiero que una persona que solo me había regalado momentos maravillosos, se esfume así. Poco a poco- diciéndonos hoy tres, mañana dos (palabras).

Si vas a salir -si quieres hacerlo-, que sea por la puerta grande.

Tu juegas a extrañar con Ed.. Pero yo no quiero llorar más, así que lo intento con Dani Martín.
Aunque en realidad, valdría cualquiera. Los hemos compartido todos. A cualquier hora del día.

T e   e s p e r o.





domingo, 31 de julio de 2016

Por el último día del resto de mi vida

No recuerdo cuanto tiempo pasé pensando sobre la arena. Ni soñando despierta.
En aquella playa siempre habia perdido el sentido de las horas. Los minutos a veces volaban, pero otras- en silencio- eran eternos.
Ya iba siendo hora de despedirse. Y entendí las palabras que por aquel entonces me susurraron sobre el odio y la aversión hacia las despedidas.
Y recuerdo que juré no haber vivido mejor comienzo de verano que el de aquel año. Después de un año que había querido acabar conmigo por el norte; el sur me había recibido con la mejor de sus sonrisas y con miles de vidas con las que cruzarme. Algunas de ellas venían con garantía (garantía de que iban a durar siempre).

Recuerdo que hundí los pies en la arena.
Aquellos granos con complejo harinoso que amenazaban con no soltarse nunca de los dedos de mis pies.
Que miré de frente a mi presente. A mis dudas, y les planté cara.
Que me desvelé con el pasado.
Y me cuestioné qué sería de mi vida las horas próximas.
Y que nada, en absoluto, era lo que parecía.
No recuerdo haber visto unos colores más vivos que aquel treinta de julio contemplando la puesta de sol. La última.
Ni un deseo más ansiado, colgado sobre mi cuello en forma de gargantilla.

Era cierto que algunos podían pensar que era una nimiedad, que los colores podían conseguirse con simples mezclas y había cosas más importantes, que el tiempo era inútil perderlo.
Pero para mi, observar aquello con mis propios ojos, y tener el privilegio de compartirlo con los míos era la definición de felicidad.

Luego podían venir muchas noches de fiesta, muchos bailes e infinitos pies de repuesto, pero aún no había experimentado nada como aquel pequeño instante de felicidad que guardo en mi memoria.