domingo, 24 de agosto de 2014

Momentos que marcan una vida.

Caía la tarde. La ciudad, tan urbana como siempre, impedía ver debidamente las luces del ocaso.
Miles de ilusiones se arremolinaban en torno a una multitud de personas organizadas por filas según la puerta indicada.
La inmensa carpa se erguía impertérrita ante todos ellos, queriendo destacar.


Algún que otro desorientado, entre bastidores, proporcionaba unos últimos cacahuetes a aquellos dioses. La noche iba para ellos, para que fueran eternos.
Podéis decir que una pequeña de seis años es incapaz de recordar una noche como aquella una vez ha crecido, pero os equivocáis. La recuerdo. La recuerdo con todo lujo de detalles porque fue especial, fue mágica.
Iba con mis padres a aquel espectáculo tan sonado en la ciudad. Recuerdo las ganas de tenía de ver todas las peripecias que iban a enseñarme.
Comenzó la gala y aquello era increíble: pequeños hombres que se doblaban, tigres que no habían aparecido más que en libros de cuentos, mujeres demasiado bellas para ser reales adornadas con todo tipo de piedras preciosas, cuidadores de los agradecidos animales, a los cuales trataban con cariño…


Y de pronto se apagaron las luces. La noche ya era cerrada en la ciudad y por los huecos de la carpa entraba la luz de la luna.
Una música tranquila se fue apoderando de nuestros subconscientes y poco a poco la intensidad de la luz fue aumentando.
Entonces la vi a ella. Kendra.
En el centro del ruedo había una preciosa elefanta india de no más de dos años de edad mirando embelesada a su sorprendido público. Uno de sus cuidadores anunció con ayuda de la megafonía que únicamente una persona podría comprobar la suavidad de su piel, que podría tener visión de elefante. De entre los miles de personas que allí había levantando las manos pidiendo que las eligieran, el cuidador miró al cielo. Yo daba saltos, sobre el asiento, mi madre decía que me bajara, que me caería. Aunque yo seguía con lo mío, queriendo acariciar aquel maravilloso animal, queriendo formar parte de sus recuerdos para siempre.
El cuidador miró a su alrededor y me vio. Dijo "ella". Al principio no lo entendí, pero después me llamaron los ayudantes y yo bajé precipitada y feliz por las escaleras.
Al llegar junto a Kendra no sentí miedo, sino fascinación. Ella era inmensa, preciosa. Una caricia de mis pequeñas manos de niña fue a parar hasta sus orejas, ella me devolvió el saludo acariciando mi cabeza y con lo que a mi me pareció una sonrisa.
Colocaron un pequeño pedestal junto a su lomo y yo pude subirme. No se me ocurrió otra cosa que abrazarla fuerte. Todas las personas allí presentes rompieron a carcajadas. Después me indicaron que me bajara y me regalaron mi foto con ella.
De nuevo las luces volvieron a  apagarse por completo y cuando se encendieron Kendra ya no estaba.
Con cara de seria entregué la fotografía a mi madre y le susurré que debía ir al baño.
-Te acompaño.- Me insistió.
-No- Contesté.- Puedo ir sola, ya tengo seis años.
Bajé corriendo las escaleras mientras el espectáculo continuaba. Salí de aquella carpa y me dirigí a la parte trasera del edificio improvisado.
La vi. Era Kendra. Me acerqué a ella. Jugaba tranquilamente con lo que parecía ser una muñeca de trapo.
Al verme se acerco lenta y pesadamente. Cuando estábamos a milímetros una de la otra nos abrazamos de nuevo.
Fue una sensación…sencillamente indescriptible. Aún la recuerdo.
Le susurré que no me olvidara sin saber que los elefantes no olvidan. Ella aún me recuerda.
Cuando terminó aquella noche me dormí pensando que debía encontrarla. Me dijeron que había vuelto a casa.
Ahora he crecido, pero aún la sigo buscando.
¿Dónde estás, Kendra?


domingo, 17 de agosto de 2014

San Francisco.

¿Y por qué no?



La melodía suena mientras ves a Forrest correr dentro de la caja tonta llegando lejos. Otra vez esa dichosa canción.
Maldita casualidad.
A lo mejor no es casualidad. A lo mejor la serendepia es sólo un invento de nuestra fatídica cabeza para explicar que nos encontrásemos, que no fuéramos un nosotros.
O quizá si lo fuimos.
Fuimos un pequeño infinito, interminable e intenso del que aún no hemos aprendido a salir.
"debo, debo debo…"
Debes hacer tantas cosas que una vez estas ante el precipicio admirando la belleza de la naturaleza eres incapaz de saltar.
Suéltate el pelo y decide disfrutar. Sabes que las cosas pasan por algo y que ese algo es lo que mueve el mundo.
Deja que el hable contigo pero no vayas a abrirle tu corazón hasta que estés segura de que prefiere hacerlo suyo en lugar de hacerlo pedazos.
Pasea de su mano por las calles de San Francisco.
Escucha música con un solo auricular porque el tenga el otro.
Tómate un helado y llénale con él la nariz.
Deja que te abrace sin saber lo que pasará al instante siguiente.
No corras, no frenes.
Respira.
Vive y dale la mano.
Quizá mañana él se haya cansado de ser un "no nosotros".
Quizá ahora viene en tu busca.
Cuéntale tus penas a las estrellas.
Un, dos, tres;
Sonríe.


Summertime Sadness

No sé que decirte que no sepas. quizás porque tengo suerte de tenerte en la cabeza y de tener a fuego grabados todos nuestros momentos vividos. Quizás sea que te quiero demasiado o que mi cabeza es redonda y por eso da demasiadas vueltas.
Solo me gustaría que esto no acabara nunca. Me gustaría saber predecir el futuro. O no, mejor no. Pero si me gustaría estar de por vida en tu cabeza y tener esa garantía.
Gracias por dejarme verte dormir, gracias por abrazarme cuando más lo he necesitado. Perdón por los bailes y las llamadas de madrugada pero, tú también los has disfrutado.
Gracias por decirme que te quedarías para siempre aunque ni tú mismo sepas cómo vivir y sólo estés improvisando.
Gracias por regalarme lo más bonito que hay en esta vida, el cariño.
Quiero que sepas que, aunque no lo creas, eres importante. Más que eso, eres increíble.
Eres quien me saca mis mejores sonrisas. Eres el que me hace reír a carcajadas y el que sabe cuando pararme los pies.
Quiero que sepas que te quiero. Si, que te quiero. Pero es un te quiero sincero, desde lo más hondo del imprescindible músculo que bombea mi sangre hasta el cerebro y me hace enrojecer las mejillas, desde lo más profundo de mi ser.
Cada vez los días son más cortos y las noches más largas. Sólo la luna sabe cómo mirarnos. Cada día te echo más de menos. Cada día te da por alejarte más. Tendría que decirte tantas cosas…
Pero tú no quieres oírlas y el verano se acaba.
Queda poco para que nada vuelva a ser lo mismo. Queda poco para partir con la maleta repleta de recuerdos que hemos construido durante este verano.
Y voy a echarte de menos, y voy a querer verte cada día- Y no voy a poder.
Por eso me conformo con que mi mirada hable, con que le cuente todo a la tuya al despedirnos.
Por eso me conformo con que no me olvides.




sábado, 16 de agosto de 2014

"Look at the stars, look how they shine for you.”

No podía esperar más. Faltaban horas para poder cumplir su sueño y el corazón hacía días que había dejado de vivir tranquilo. Le habían hecho una promesa: una promesa sagrada. Iba a conocer por fin al motivo de su existencia, a su inspiración.


Maletas hechas, cosas preparadas, BILLETES EN LA MANO. Se iba a Barcelona. Le hubiera gustado coger un vuelo más temprano pero el único que quedaba cuando le informaron de aquel milagro era el de las seis de la tarde y a las diez sería el concierto.


Martina repasó durante el trayecto todas y cada una de las canciones. La voz de Chris Martin salía por aquellos destrozados auriculares y le transportaba hasta el lluvioso día por Madrid, años atrás, también en otro de sus conciertos. El mismo sentimiento y la misma emoción le recorría por las venas. Miraba ilusionada a través de la pequeña ventana del avión esperando verlos de lejos, a pesar de que fuera una locura.
Llegó a la ciudad condal cuando el cielo comenzó a tornarse de mil colores. Corrió al hotel, dejó las maletas y se puso su camiseta de Coldplay tras llenarse el brazo de pulseras. El pelo algo despeinado y el brillo en sus ojos, Martina corrió por las calles de la mágica ciudad de Gaudí mientras la luna amenazaba con ser la protagonista de la noche.


Entró como pudo en el auditorio sorteando a la muchedumbre enloquecidas. Nada le importaba ya, mas que ver a su anhelado grupo. Con las entradas en el corazón y el pase VIP en el bolsillo llegó hasta las primeras líneas de la pista.

Un rugido ensordecedor dio comienzo al concierto y, de entre millones de colores y luces miles de personas adivinaron ocho pies acercándose al centro del escenario.


Como no podía ser de otra forma, la conocida voz de Chris Martin comenzó a viajar al son de los acordes de Viva la Vida y a la mitad de la canción se silenció para dar paso a las voces que le pertenecían, esas que estaban brillando como las estrellas del cielo, en aquella noche de otoño frente a él.
El grupo se entregó completo a su público. Cuando llegó el momento de "Yellow", Jon hizo levantar hasta a los más cansados con la única ayuda de su guitarra. Will y Guy se dedicaron una sonrisa cómplice y en uno de los momentos mágicos del espectáculo, los cuatro integrantes se fundieron en un abrazo.



"Look at the stars, look how they shine for you.

Recordaron sus inicios, cuando todas aquellas butacas aún estaban vacías, cuando faltaban saltos, risas, llantos y sonrisas.
Martina vivió.
Estaba viviendo aquel concierto como uno de las experiencias más maravillosas de su vida. Al igual que en el anterior, las lágrimas la acompañaron en todo el espectáculo. Queridas lágrimas, que sabían expresas todo lo que ella era incapaz de decir con palabras.
Chris miraba a la multitud uno a uno y la distinguió cantando alto, cantando fuerte, con lágrimas en los ojos.
Entonces supo que era ella. La chica de la que le habían hablado, la que después vería en el camerino.
Cientos de personas detrás de Martina, había otro que se había percatado de su presencia. Se había aprendido todas las curvas de su risa. Se sabía de memoria en muy poco tiempo el trayecto de la sal de sus lágrimas y conocía todos y cada uno del ritmo de sus desenfrenados cabellos. 
Él también cantaba. Él también estaba invitado al camerino. Pero, él no sabía siquiera si volvería a ver a aquella preciosa joven llena de vida.
Aquello acababa y el último turno fue para "Paradise". Con ello el grupo quiso agradecer el apoyo y el cariño que le habían dado de una parte hasta entonces. Con ello fueron uno más de la multitud.

Cuando las luces se fueron apagando y Coldplay desapareció del escenario, Martina partió en dirección contraria a la multitud. Primero entró en el baño, se secó las lágrimas y después comenzó a correr por un pasillo que se le antojó frío, vacío e interminable.


Al final llegó a una puerta con un cartel que rezaba "Coldplay". La puerta entreabierta y la luz de su interior le invitaban a entrar. 
En un rincón de la estancia vislumbró un piano y comenzó a juguetear con él mientras esperaba que aparecieran.


Aunque estuviera en España estaba preparada para poner en práctica todos sus conocimientos de inglés. Sonrió al alternar las teclas blancas y negras al azar.
-¿Martina?- Preguntó alguien tras de sí con un fuerte acento.
 A la joven se le heló la sangre. El vello fue erizándose poco a poco y sus ojos no cabían en sí de su gozo.
Se volvió súbitamente para verlos. A los cuatro. Perfectamente vivos ante ella. Mirándola. "Martina, respira, respira, respira….AHHHH" Pensó su cabeza. Le preguntaron cómo estaba y como respuesta, ella se abalanzó y los abrazó. Aquella era la contestación más sincera y emotiva que habían recibido.
Pasaron una velada increíble.
Subieron a la azotea donde esperaba todo el equipo y algunos conocidos. Solo quedaron las risas.
El joven invitado del grupo que había estado observando a Martina en el concierto miraba a las estrellas, de espalda a la comitiva.
-¡Ansel!- Gritó en inglés Will,- Ven, vamos a presentarte a alguien.
Por segunda vez aquella noche el corazón de Martina se paró durante dos milésimas de segundo. Aquello no podría ser bueno. ¿Había escuchado aquel nombre? "Martina, se te va la pinza. ¿Cómo va a  ser él?" pensó para sus adentros.
El joven soñador que miraba a las estrellas abrazado a un abrigo azul marinero se volvió.
Martina contuvo la respiración al verlo sonreír. No podía creerlo…


ERA ÉL.
Ansel Elgort. 
ANSEL ELGORT!!!!!!!!!
El guapísimo, barra, impresionante, barra, maravilloso actor de quien vivía enamorada. ¿Qué estaba haciendo allí?
Como adivinando sus pensamientos y de la mano de una amplia sonrisa Ansel le contestó:
-Coldplay es mi grupo favorito desde que era niño.
Los labios de Martina que hasta entonces habían descrito una enorme "o" que no disimulaba su sorpresa se cerraron.
-Soy Ansel, encantado.- Continuó.
Al ver que las palabras no salían de la boca de aquella joven increíble decidió preguntarle su nombre.
-Martina. Me llamo Martina. Lo siento.
Después de la copiosa cena en la que todos se comportaron como una gran familia tocaba bailar. 
La noche era joven y ellos se habían propuesto recogerse con la luna.
Alguien del equipo acompañó a Martina a cambiarse al hotel y fueron recorriendo todos los bares de la ciudad en busca de un movimiento frenético de pies. Martina iba preciosa, un vestido azul cielo lleno de pequeñas motas de colores.
Ansel y Martina acabaron bailando cogidos de la mano. Cogidos de la mano, reían, hasta que él se atrevió a acercarla demasiado.
Él la besó. Primero lento y luego apasionadamente. Ella se dejó besar y le correspondió.


Era tarde y la pareja se despidió del resto. Martina volvió a llorar al decir un "hasta luego" a su queridísimo grupo.
Ella con el abrigo de el sobre los hombros y el comiéndosela con la mirada.
Compartieron besos en cada esquina, en cada rincón.
Sin saber cómo, ni porque acabaron viéndose dormir el uno al otro arropados por las primeras luces del alba de la ciudad condal en una habitación de hotel que se les antojó maravillosa.
Ansel partía al día siguiente para los Estados Unidos y ella regresaba a casa. Antes de quedarse dormidos habían prometido llamarse. Ambos daban gracias a aquella noche…
Ansel se despertó sobre las diez de la mañana y la observó dormir. Era preciosa.
Ella de pronto abrió los ojos. Un beso.


Desayunaron y compartieron un taxi hasta el aeropuerto. Ella no se sintió triste. Sabía que aquella noche sería la mejor de toda su vida. Sucediera lo que sucediese después.
Un último beso, uno en el que se paró el tiempo.
Y después cada uno se fue por su lado.

Martina no podía creerse aquella experiencia. Viajó abrazada al pintalabios que había dejado marca en los labios de Ansel la noche anterior sin quererlo.
Llegó a casa sin darse cuenta y aquella noche cuando adivinaba la sonrisa del joven entre las estrellas se metió la mano en los bolsillos de su abrigo.
En el izquierdo notó algo raro. Un pequeño papel arrugado quedo atrapado entre sus dedos.
Cuando lo desplegó las lágrimas comenzaron a recorrer traviesas sus mejillas.
Aquel pequeño trozo de papel rezaba:

"Look at the stars, look how they shine for you. - Coldplay 
Yours, A.

No tenía palabras para describir aquello. Quizá "magia" lo englobara todo, o quizá no se necesitaban esas palabras. Quizás solo debía vivir como si no existiera un mañana.


Cualquier tiempo pasado fue mejor


Por un momento olvidó todo lo que había quedado etiquetado de problema. Se quitó las gafas y se frotó los ojos con fuerza hasta dar un suspiro. Luego volvió a colocar aquella vieja montura sobre su curvada nariz y miró hacia su rincón favorito de la ciudad con la ilusión de un niño.
Will ya no era joven. Las arrugas le habían hecho visitas hacía años y habían decidido quedarse ahondando en el que había sido su terso rostro de adolescente.
Sus intensos ojos azules estaban demasiado hundidos en las cuencas de sus ojos. Últimamente siempre se encontraban vidriosos.
Sin mucha dificultad se centró en el juego de luces de su adorado tiovivo. Aquel era su rincón preferido. Donde había conocido a Molly.
Cientos de niños pasaban por su rincón cada día y al igual que la joven Molly dejaban sus risas bajo los galantes corceles de madera al abandonarlos en contra de su voluntad. La música también formaba parte de su vida. Había sido la melodía que había tenido en su cabeza desde que tenía uso de razón. Tan importante era para él que, incluso, había aprendido a tocarla al piano con los ojos completamente cubiertos con el pañuelo verde olor a Molly.
Molly era pelirroja, era risueña y muy guapa. El día en que se conocieron llevaba aquel  pañuelo verde.
Will se asomó a la ventana de su habitación un día caluroso de verano. Aún estaba amaneciendo pero debía bajar ya a poner en marcha el alegre tiovivo.
Tras dos horas de subir y bajar pequeños llegó una pareja joven que pidió turno para subir a su adorada atracción. Ella reía y el joven que la miraba feliz decidió no subir para observarla y fotografiarla.
La joven pelirroja recorrió rápidamente la atracción antes de que Will la hiciera despegar y se subió a un pequeño caballo azul cielo con estrellas pintadas sobre el lomo. "Peggie" Pensó Will el nombre del caballo en el que se había subido la joven.
Comenzó la canción y las vueltas de la vida. Su risa resonó aquella vez por todos los rincones de la ciudad y hubo un momento en el que al cruzar las miradas William estuvo a punto de perder el control del tiovivo. Los colores subieron traicioneros hasta sus mejillas.
Oyó que el joven llamaba a la pequeña pelirroja para que mirase al objetivo. "¡Molly!" repetía incansable.
Una vez hubo parado la atracción, Will se acercó a disculparse a la joven y al despedirse se volvió hacia el joven alegre.
-Qué suerte tienes de tenerla.- Le dijo con una sonrisa.
Al principio el chico le miró desconcertado aunque luego comenzó a reír.
-Mi hermana es de lo mejor que hay.- Susurró señalando a Molly con la mirada.
Quizá fue ese el momento en el que nació otra historia de amor.
Una historia verdadera entre Will y Molly que había durado hasta ahora. Una vida de música, de llantos, de risas, de amaneceres, de besos, de bailes…
Y ahora ella se había ido.
Will encendió por última vez el tiovivo aquella mañana y recorrió todos y cada uno de los rincones de su mente con ella en su cabeza. La amaba con locura.

Bajo un sol de estrellas se acabó el amor.

Y ella esperó-

Esperó con su vestido, con los tacones a juego.
Esperó ese beso con su pintalabios de fuego.
Esperaba que la luna volviera pronto y que el sol la recogiera. Esperaba parar el tiempo y convertir minutos en días para que la espera no acabara nunca.
Esperó ver amanecer desde aquel amplio ventanal por el que ya asomaban las primeras luces de la mañana.
Esperó su pelo al viento, sus ojos cansados. Esperaron después sus pies, ya descalzos.
Todas y cada una de las partes de su cuerpo ansiaban esas dos palabras, esas ocho letras que lo convirtieran todo en algo más sencillo.
Mientras que en otro lugar remoto de la ciudad, amaneciendo con el sol, él decidía no volver a verla más.
En aquel lugar remoto, él tiraba el ramo de flores que no había tenido el valor suficiente para entregar y se secaba las lágrimas de los ojos.
A pesar de todo, ella seguiría esperando.

lunes, 11 de agosto de 2014

Amarillamente

Cómo bien me decías Albert, he podido comprobar por mi misma una de las experiencias para formar parte de tu mundo amarillo. Se podría decir que en este campo estoy realmente preparada y este es el de ver dormir a las personas.
Decías que ver dormir a gente, especialmente a la que quieres supone mas de la mitad de la vida de un amarillo. Pues bien: puedo decirte con total seguridad que es una maravilla...
Puedes comprender los sueños e inquietudes de una persona con solo verla dormir. Es cierto que parece una tontería, pero llevabas razón.
Tu simplemente te encuentras solo en una habitación en penumbra y ver a esa persona respirar lento y mas lento sin alterarse haciendo el mundo suyo, te hace plantearte distintas cuestiones como la de por qué los humanos les hacemos tanto daño a los demás despiertos si cuando estamos dormidos somos almas llenas de paz mientras cumplimos unos sueños volando por la inmensidad del universo.
Soy un amarillo más Albert, y no me arrepiento, al revés, estoy tremendamente orgullosa de pertenecer a la parte de la humanidad que intenta comprender la vida tal y como viene, que se emociona, que siente.
Soy amarilla.


Con cariño, a Albert Espinosa

Y te das cuenta de que fue mejor de lo que esperabas

Lunes sin sabor a lunes. Con sabor a despedida y las maletas cargadas de recuerdos en un rincón que tardara en volver a vernos.
Lunes de verano, y el calor de su mano.
Hoy es un lunes de esos en los que te das cuenta de las cosas en los que sonríes a los detalles que marcan la diferencia.
Un brindis por aquellos que fueron amigos y acabaron siendo hermanos.
Un suspiro por aquellas maravillosas noches de verano.
Un aplauso y un beso. Una sonrisa por otro amanecer junto a ellos.
El recuerdo de una música que nos hizo bailar hasta desgastarnos los oídos. Unos pares de pies de repuesto tras tantas tardes de playa, mar y desierto.
Por los juegos y por ellos. Sobre todo por ellos que han sabido disfrutar y ser disfrutados.
Ellos que, se han dado cuenta de lo que cuesta respirar, caer y levantarse y lo han seguido haciendo.
Luego está el sueño y después la luna. Ella que nos contempló todas y cada una de las noches.
Fue ella la que nos descubrió siendo nosotros.

    Almuñécar


martes, 5 de agosto de 2014

Cuando menos te lo esperas


Con ayuda de unas cerillas encendió aquel haz de luz lleno de vida en una noche de verano. Una risa tras otra se escapaba de esos perfectos labios rojos mientras los rescoldos de las llamas se consumían ávidamente. La suave brisa estival se llevaba la danza traviesa de sus cabellos.
Era ya de madrugada, cuando tras el manto de estrellas, ella pudo adivinar la silueta de un minúsculo avión que ambicionaba con aterrizar en su corazón.
Se entregó a la noche.
A lo lejos, una vez cansados los pies de aquellos estúpidos tacones de discoteca seguía escuchando algo de música en sus oídos.
Tacones en mano, se adentró en la arena hundiendo bien los pies para más tarde confundirse con unas olas cansadas de unas tres de madrugada.
No tenía sueño pero quería soñar. Quería soñar con que todo salía bien, con que las casualidades existían y a ella la habían puesto en el mundo para ser feliz.
Entonces lo sintió.
Sintió su aliento en el cuello, su risa en las comisuras de los labios y su mirada sobre los ojos de ella, quizá no tan sorprendidos como él esperaba.
De repente él estaba allí, otra vez. Sin un cómo, ni un porqué y con el único motivo de verla a ella, de poder abrazarla y de decirle cuánto había odiado siempre las despedidas.
Ella suspiró. Pedir un deseo a aquella dichosa vengala había funcionado.
Él había vuelto para quedarse susurrándole que sentía haberse enamorado de ella.