martes, 16 de diciembre de 2014

En la esquina del sol, a tu lado

Anoche soñé contigo. 
Como todas las noches. Hay veces en las que no lo recuerdo, pero sé que tu estabas ahí antes de yo abrir los ojos. Lo sé porque me despierto con el corazón acelerado. Lo sé porque no puedo recordar exactamente el momento pero si recuerdo tus ojos clavados en los míos como un dulce puñal de mango de acero.
Viajamos a París. La Boheme. Terminamos en una fiesta en la playa. Una playa en la que nunca había estado antes.
Anoche lo pasamos bien. Reímos, bailamos hasta que vimos el sol apareciendo en el horizonte.
Anoche estabas más guapo de lo normal. Será que mi cabeza tiende a idealizar, o será que poco a poco la distancia va borrando tu recuerdo y cuando te da por aparecer impresionas un poco más.
Anoche la playa estaba maravillosa. Nos mojamos los pies, como si estuviéramos en otro San Juan.
Corrimos por la arena, entre velas y notas de una guitarra, entre risas de unos amigos de siempre.
No recuerdo ninguna que mencionases ninguna palabra, simplemente, estabas conmigo y eso me encantaba. Me sigue encantando.
Recuerdo que la luna nos tuvo envidia.
Recuerdo que todo fue un bonito sueño.
Mi corazón de nuevo a cien, y una sonrisa para poder empezar el día sin ti. Eso fue esta mañana.
Recuerdo poderoso que me hace tenerte aquí conmigo.


domingo, 7 de diciembre de 2014

Apuntemos alto


Ven y enrédame la vida.
No me hace falta un garante, no me hace falta reseña. Solo que no me faltes.
No quiero facilidades. La vida ya es difícil pero por eso es más bonita.
Recuerda antes de cerrar los ojos cada noche todas nuestras canciones. Te las sabes de memoria. Recuerda todas y cada una de las peleas, quiero que terminen con un beso.

No necesito nada más.

Tanto buscar dificultades y soy la cosa más simple. Una chica delante de un chico pidiendo que la quiera.
Y es que nos sentimos mejor cuando nos sentimos queridos. Todo tiene más intensidad, la primavera llega antes, no hacen falta tantas horas de sueño, el mar siempre está revuelto, el sol brilla.
Dicen por ahí que la sonrisa no se cae nunca, y aún así el mundo sigue dando vueltas.
No se frena.

Ayer

Parece que vuelve a ser ayer. Vuelvo a ser yo con menos años mirando la lluvia caer por el cristal de mi ventana.
Un puente, vacaciones ¡estupendo!
Recuerdo que fuera llovía y yo jugaba a apostar viendo las gotas correr. Si, las gotas. Y no, no estoy loca.
Estoy lejos de casa y me ha venido ese recuerdo a la mente, sin más.
Ni mucho menos me arrepiento de los pasos que me han conducido hasta donde estoy ahora, hacia lo que soy pero, es cierto que a veces quieres, por un segundo volver a ser quien fuiste, rodeada de gente que hace tiempo que desapareció de tu vida y con la única preocupación de ver a la luna perseguirnos cada noche en un viaje largo de carretera, o de ver esas gotas correr por el cristal de tu ventana.
Sentir esa alegría de bajar al salón y decidir que si, que ese puente se pone la navidad, que la casa este año se recarga aún más que el anterior aunque mamá diga que debería ser al contrario.
Que vuelvan mis domingos, de levantarme y leer porque me daba la gana, de pasar las tardes entre mantas, películas y palomitas en familia sin poder sacar un pie del sofá por miedo a que este se te quede congelado. Que vuelvan incluso los desayunos hasta las tantas, de sobremesa con demasiado frío porque mamá ha decidido que debía ventilar la casa demasiado pronto.
Y vuelvo a estar lejos, pero ya queda poco para verles.
Es increíble lo que puede hacer un recuerdo.


Efecto Mariposa

(Rachel McAdams, Domhnall Gleeson- About Time)

¿Qué harías si supieras que tienes el poder de retroceder en el tiempo? ¿De cambiar todo lo que te salió mal? ¿De dejar de conocer a algunas personas o conocer más a fondo a otras? ¿Lo aprovecharías? 
Te aseguro que si, yo era de esos.
Un chico normal, del montón, que a veces metía la pata. Y fue así hasta que mi padre me dijo que podía retroceder en el tiempo. No me crean si no quieren. Yo tampoco lo hice. Fue así, sin más. De pronto me encontré viviendo mis mejores momentos, una y otra vez. Disfrutando de la vida, y dándome cuenta de ello.
Hasta que llegó ella, ella que deshizo mis esquemas, ella que llegó para quedarse y desafió al efecto mariposa.
Ella que con la sonrisa y unas ganas locas de vivir dejaba atrás al mundo, llevándome de la mano a rastras.
Así fue como me di cuenta de que aquel don no significaba mucho. Así entendí porque era tan valioso el tiempo.
Dejé de regresar a aquellos momentos maravillosos de mi existencia y me concentré en aprovechar cada momento como si realmente fuera el último.
Así fue como descubrí la fórmula de la felicidad.
Acaba de sonar el despertador, dichoso el tiempo. Ella remolonea a mi lado, no quiere levantarse aún y no seré yo quien le prive de ese placer.
La beso en la frente, y con una sonrisa bajo a preparar a las niñas.
Gracias papá, estés donde quiera que estés porque me has enseñado que el tiempo no significa nada cuando alguien lo significa todo.
Ella.

¿Bailamos?



Y cuando el desvencijado radiocasete del rincón decide que ha llegado la hora, la música comienza a sonar.
Tus pies se mueven solos uno tras otro, al compás. Siempre siguiendo un ritmo, el más bonito del lugar.
Tu mirada lo busca entre el gentío y por fin ves que se acerca a ti poniendo en práctica la ensayada coreografía. Tantas horas de práctica, tantas noches de verano y amaneceres bailando han dado sus frutos.
Vuestras miradas se encuentran, ávidas, tan llenas de recuerdos que al terminar todos aplauden vuestro espectáculo. Sois vosotros los que estáis agradecidos. Si no nos hubierais encontrado aquella noche de mayo, ahora, al final del verano nada sería lo mismo.
Ha sido bonito pero tú te quedas con los ensayos. Después de todos esos maravillosos momentos a su lado te quedas con esas risas, las suyas, al caerte cuando hacías mal un paso. Te quedas con los ojos con los que te observaba sin atreverse a hacer movimiento alguno, cuando te veía bailar. Te quedas con el arte, el arte del baile. Te quedas con cada nota, con cada acorde y cada tecla de piano haciendo eco en la inmensa sala.
Te quedas con el vuelo de tu falda cada vez que el te daba vueltas sin descanso.
Te quedas con su mano en tu cintura, y las tuyas sosteniendo su rostro.
Te quedas con él.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Y a lo lejos ves que sigue siendo lo mismo


A veces me pasa. Tengo ganas de escribir y no sé cómo ni por qué. La una de la mañana larga de un día largo, intenso y maravilloso; un pitido de oídos y el querer unos pies nuevos tras haber paseado por un suelo demasiado sucio al ritmo de unos acordes tan distintos y similares al mismo tiempo; ese es el resumen.
Llevo dentro la necesidad de expresar la alegría y el aliento cariñoso que me invaden.
Esas ansias de sur que tenía al fin se colmaron algo pasados por agua.
Hoy la música no paraba, y nosotros no íbamos a ser menos. Debíamos seguirla sin frenos ni pausa.
Días como los de hoy te recuerdan las mil y una razones que tienes para sonreír.
Días repletos de familia, porque eso es lo que son aquellas personas que no se separan de tu lado, que comparten penas pero también tus mejores alegrías y que te dan la mano para que al continuar tu camino no te hagas demasiadas heridas.
No soy capaz de describir con palabras exactamente como me siento. 
Sólo sé que soy feliz, muy feliz.
Sé que unas cuantas sonrisas de los míos me hacen fuerte.
Sé que puedo ser yo.



domingo, 23 de noviembre de 2014

Los tacones vuelan descalzos


Y te miras al espejo.
Ocho de la tarde, atardecer lento.
Miras el insulso reflejo de un cigarro, un vicio, en tu espejo.
Te crees que te gusta, quieres creer que te engancha cuando sabes perfectamente que a quien vives enganchado es a ella, a su recuerdo. Duermes a duras penas y comienza un nuevo día.

El hilo de tus pensamientos que anoche se interrumpía con los sueños regresa. Ella es la única razón de que el humo invada siniestramente la habitación, lo único que te mantiene cuerdo.
Y de fondo oyes la misma melodía sin quererlo y una lágrima furtiva se escapa por tu mejilla.
Te sientes débil, impotente.
Caminas con paso cansado hasta la estantería y sacas el álbum que escondes cada noche. Una recopilación de fotos suya. En esas imágenes, ella te mira enamorada, te sonría; y qué sonrisa. Está enamorada.
O al menos lo estaba. Antes de marcharse, antes de querer decirte adiós para un rato o para siempre.

Ahora vuelves a pensar en ella, como cada dos minutos y a quererla. Pero claro, de eso nunca te cansaste. Sientes que tu alma poco a poco te va abandonando, entre mañanas demasiado largas y noches demasiado intensas.
Y de pronto te das cuenta de que has estado viviendo dándole la mano a la soledad todo este tiempo. Quizá sea eso lo que no te ha dejado contemplar el mundo más allá de la vista baja de tus pies.
Te levantas apesadumbrado y vas hasta el cuarto de baño decidido a tirar de una vez por todas el pinta labios que tantas veces rozó tu piel y que sigue descansando sobre aquella repisa.
Pero no llegas, no porque falte la decisión, sino por que suena el timbre.
Automáticamente cambias la cara, te vistes de sonrisa falsa y corres a ver quién llama un domingo a las doce de la mañana.
Al abrir la puerta un escalofrío te recorre de arriba a abajo la espalda. Y tú has perdido el habla.
Es ella.
Intentas recoger los mil pedazos en los que te has desecho al verla llamando a tu puerta.
-¿Qué haces aquí?- Preguntas en  un tono monocorde.
Y te fijas en sus ojos. Ha estado llorando, está más delgada que la última vez que la viste y la tristeza invade sus ojos.
-Yo también me alegro de verte.- Susurra sarcástica.
Y el silencio, ese que os ha acompañado tantas veces vuelve, pero ella está aquí y ha venido a que la escuches, para romperlo.
-Te debo una explicación.
Tú sabes que si, que tiene razón, pero ahora que la tienes delante no quieres oirlo. 
-Ahórratela.- Le dices.
Entonces las lágrimas brotan de sus ojos y es imposible de frenar tanto sentimiento contenido.
La invitas a pasar para que se tranquilice y tu corazón se ablanda, se despoja de todo cimiento que quisiste construir en su contra y vuelve a ser suyo.
-No llores, no te lo mereces...Deberías estar feliz, estás enamorada de él...- Susurras con voz quebrada al nombrarlo.
- Ese es el problema. No estoy enamorada. Al menos no de él. Me asuste, ¿sabes? Tenía miedo de que esto que teníamos se acabase, que te cansaras de mi y yo no supiera olvidarte así que decidí alejarme. Y apareció él, que me hacía reír, que me llevaba al cine y que prefería una mañana de deporte a una tarde de domingo entre películas tirados en el sofá. Entonces le dije adiós. He comprendido que lo que tenemos...tuvimos,- Corrige.- es solo nuestro y que es lo que realmente me hace feliz, lo que hace que quiera seguir viviendo. Que sigo enamorada de ti...
Nunca has esperado que llegase aquella explicación que acabas de recibir, y menos, así.
Solo sabes acariciar su rostro, atraerla hacia ti y volver a comenzar con el recorrido de besos que tan bien conocéis. Y la besas. Y tu corazón late de nuevo porque está contigo y no quiere irse, y se quita las tiritas que intentaron contener las lágrimas. Y pasáis el domingo entre películas, vuestros domingos.
Y a eso de las nueve sus tacones vuelven a estar en tu armario para ella hacer pases de modelo entre risas, solo para ti.
Ella ha vuelto. Eres feliz.

Ver pasar la vida en la pupila de un sueño.

Era tan real, que dolió un poco más levantarse esta mañana.


Estaba con ellos, en un tren de regreso a casa. Reíamos como cada viernes. Éramos los de antes, los de siempre. Hablábamos de temas varios: de la vida, de las clases, de unos programas vistos a altas horas de madrugada...De todo. Y volvíamos a reír mientras veíamos el tiempo pasar entre cristales y railes llenos de vida. Disfrutaba tanto, los abrazaba, que cuando me quise dar cuenta habíamos llegado a nuestro destino.
Pero no me importó.
Lo habíamos pasado muy bien, y volveríamos a repetirlo infinidad de veces. Porque todas y cada una de aquellas sonrisas tan distintas eran mis amigos. Y los quiero, con sus pros y sus contras, con virtudes y defectos.
Les estaba diciendo que al día siguiente nos veríamos cuando la claridad de la ventana me entró demasiado dentro y fui consciente de que todo había sido un sueño.
Que mis amigos siguen siendo los mismos. 
Que los sigo queriendo igual o más pero de vez en cuando la vida se te hace cuesta arriba y les echas de menos. Y duele. Los extrañas a ellos y todas esas sonrisas que te sacaron cuando ni tu misma creíste que serías capaz de continuar.


Me he levantado en este Noviembre Dulce y, sin saber cómo ni por qué mis pies me han conducido a la estación pero ellos no estaban allí. Ilusa de mi. El tren que iba a casa hacía un par de minutos que había partido.
Y que con mil kilómetros de distancia entre nosotros, los necesito.


domingo, 9 de noviembre de 2014

La semana.


Te comería a besos cada jueves. Te comería a versos. La poesía se escaparía entre tus dedos e iría a parar bajo la cama junto con unas sábanas demasiado desarmadas.

Porque ese día empezaría mi semana, ni un domingo por la noche, ni un lunes. UN JUEVES.

Me dejaría los miércoles como comienzo del fin de semana, día de escapada. Me dejaría los miércoles para ir a escondidas a la película menos taquillera de una sala de cine medio llena. Miércoles, con m de me voy, vuelvo en un rato. No me esperes despierto.

Los martes serían los pre-comienzos de fin de semana. Las vueltas a casa, las llamadas porque queremos y no damos explicaciones a nadie. Los te quiero sin que nadie los entienda. Jugaría a  coger un avión a cada parte de el mundo que tú quisieras para ver tu sonrisa entera.

Lunes de carnaval, día de salir pronto de aprovechar al máximo las horas lectivas y de no perder las esquinas. Lunes de desayunos en la cama, de duchas demasiado frías para despertarse del todo.

Los domingos serían los días de fiestas, los comienzos de puente. Los días en los que quedaría menos para el fin de semana. Las noches de serie en el sofá, mirando llover por la ventana con un trozo de pizza en la mano.

Los sábados sería el día más duro. La mitad de semana. Los sábados serían los días de las casualidades, de las sonrisas a quemarropa y las notas escritas con prisas sobre los escritorios. Los sábados serían días de chaqueta y corbata, de vestido y medias en los que nos arreglaríamos para aguantar lo que nos quedaría de semana. Los sábados de supervivencia, los mejores, días.

Los viernes serían jornadas de estudio intensivo, sin frenos ni paradas. Cafés en mano y pilas de apuntes invadiendo mesas y mesas de biblioteca donde muchos jóvenes se prometían amor eterno con ilusas pintadas. Los viernes al salir de aquellas cuatro estudiosas paredes serían días de no parar, de salir a correr y liberar endorfinas, días de duchas de agua caliente para que el vaho del espejo y la música demasiado alta para el vecino del tercero nos transportara a aquel mágico concierto. Tras salir, un beso en la frente y algo de fruta; y habríamos superado el segundo día de la semana.

Y de vuelta a los jueves, adorados jueves, que ahora estáis en el medio de la semana. Para quien diga lo contrario, somos de los que hacemos uso del Carpe Diem y vivimos el momento, eso si, semana a semana. Veríamos amanecer. ¿Qué podría haber más maravilloso que eso?
Cada uno a su manera, a su ritmo, dentro de su vida.
Mundo lleno de vidas cruzadas viviendo películas antiguas en blanco y negro, viviendo en semanas. Y tú, mi semana favorita.

Bodas de plata; aquel 1989.

Quizá hoy no recuerdes lo que te trajo aquí. Cuantas velas soplas, o si volvimos ella y yo a vernos aquella tarde en París.
Querida y adorada Rita:

Bodas de plata, de Lorca, olor a Granada, bañadas en oro. Sin que sus valientes ojos negros, desaparecidos hace tiempo, puedan ser testigos del ansiado amor que buscó en la niebla.
Veinticinco años que esperamos y aún seguimos aquí: La era de los valientes, los que no tienen miedo, si no que lo persiguen, los que son abofeteados y no se dan la oportunidad de caer más bajo, los que continúan incluso con los pies cansados.
Cualquier canción, cualquier excusa es buena, cualquier café a media tarde en aquel bar de carretera era buena para seguir- Seguir dejando que el aire, que el agua y que un "nosotros" medio vago bajase a vernos venir.
Veinticinco vueltas de baile, de Tierra, de la mano del gallardo Sol.




Mil colores, mil emociones, miles de horas esperando a que sucediese hasta que hace veinticinco años, al fin pasó. Naciste tú. Fruto de un amor contra todo pronóstico, que nos mantuvo cerca aunque a punto de desistir.

Él no aguantaba más. Debía saberlo, saber si ella seguía viva. Saber si aunque la sintiese lejos, seguía esperándola con el corazón al otro lado.
De nada servía el apoyo si no era para compartirlo.- Pensó. Y ya no pensó más, solo actuó prometiéndose no parar de caminar hasta volver a tenerla en sus brazos.
"Entrada para dos en el viejo cine de la zona Oeste de la ciudad. Te veo esta noche, preciosa" Escribió   en aquella nota. La tiró por el correo de estraperlo. Si seguía al otro lado, ella recibiría la nota. Lo entendería.




Desde aquella noche el mundo se volvió algo más feliz, más humano. Nos dimos cuenta de que las piedras no harían más que protegernos del frío y de que el temor que habían causado era debido a su frenético orden. La incertidumbre de vidas separadas desapareció.
Hace veinticinco años que veo su sonrisa enmarcada en lágrimas, la de tu madre. Recibió aquella nota insignificante, y me estaba esperando al otro lado, vestida de rojo. Y Rita, sigues aquí, viva, con nosotros.
Cada paso que he dado recorriendo aquellas murallas me hacen pensar. Pienso en cómo hubiera sido todo si aquella noche no me hubiese cansado de no poder hacer nada. Pienso que la vida nos dio un tesoro y que ahora no me importa nada más que mis dos mujeres, mi vida, pues hubo un tiempo en que luché por lo que quería, por mis ideas y conseguí quedar satisfecho. Conseguí la fórmula de la felicidad.  Hoy es un día importante, me gustaría decir todo lo maravillosa que eres, todo lo que nos has hecho descubrir...pero, no hay nada que no sepas ya.
Disfruta de la vida. No pierdas la sonrisa y sobre todo, ama.
Te quiere,
Tu Padre, 
veinticinco años más viejo;tú: veinticinco veces más cielo. 


jueves, 6 de noviembre de 2014

Espejo



Millones de luces salen a tu encuentro. Se estrellan contra tu pupila, demasiado contraída y te vuelven a encerrar en esa caja cristalina llamada espejo. Cuatro bordes que te mantienen prisionera, que te juzgan y no te dejan escapar.
No tienen reparo en escupir a la cara verdades como puñales que una vez dolieron demasiado.
Fuera, la lluvia repiquetea en el cristal y se oyen los motores como prueba viviente de una sociedad velocista. Velocista, si.
Un no parar desde que los pitidos de un estúpido despertador te sacan de la cama a regañadientes, donde aún eras feliz. Un viaje de ida sin retorno hacia una rutina y una vuelta a golpe de carrera. Para volver a repetirlo día a día. Sin descanso. El día de la marmota.
Mientras tanto tu reflejo sigue ante ti, y te acuerdas de cuando, en lugar de plasmarse en el espejo, descansaba sobre las aguas de aquel lago. Cuando no te habías, tan siquiera, despertado.
Tu mundo, tus cuatro paredes, tus límites y Snow Patrol como tu única compañía.
Te acuerdas de aquellos tiempos, cuando tu preocupación se convertía en perseguir a la luna tras el cristal o en apostar qué gota llegaría a la meta de tu ventana en primer lugar.
Sigues intentando conocerte, a través de ese espejo, miras tus pupilas y ves la palidez del miedo mirándote a los ojos de nuevo.
Piensas que en realidad el mundo está loco. Sientes no poder seguir gozando de su compañía, de sus palabras. Pero tampoco le hablas.
Tienes miedo de lo que pueda pasar, de fastidiarle la felicidad, de no saber qué excusa poner realmente para manifestar que lo echas de menos. Y te da pena.
Pero el tiempo corre, la vida sigue y el semáforo se pone en verde cuando se acaba el tiempo de espera para permitirte continuar tu camino.

sábado, 1 de noviembre de 2014

Año nuevo, Nueva Delhi

Dicen que estoy loca, pero me apetecía. Quería sentirme viva. Vine a embarcarme en la mayor aventura de mi vida.
Aquella noche le daba vueltas, quería ver las estrellas desde otro punto de vista. Subí al balcón, desde allí no las veía. Y entonces tuve una idea.
¿Por qué no? Porque ahora que puedo y soy joven, ahora que estoy viva y aunque sonase a tópico sentí que era mi día. Algo en mi interior me dijo que la encontraría.
Rebusqué en todos mis recuerdos hasta dar con lo esencial y necesario.
Cogí el último autobús cuando todo el mundo dormía y me propuse soñar despierta como tantas otras veces. En una pequeña mochila llevaba un teléfono sin batería, veinte euros y un billete de ida.
Me subí a aquel avión. Nunca pensé que lo haría. Ventanilla, como siempre, y yo mirando las estrellas pero esta vez boca arriba.
Cuando, poco a poco, el avión subió más y más alto y se camufló entre las nubes de di cuenta de que viajábamos juntas, yo con las estrellas; las estrellas conmigo, a mi vera.
Tras doce interminables horas, mientras veía a Lorenzo despertar despuntando al alba, alcancé mi destino.


En mi cabeza sólo había una palabra: Diwali.
Todo, absolutamente todo a mi alrededor era alegría: las calles llenas de gente, cada persona encalanada, cada esquina decorada y otro día, como otros cientos antes que él, que llegaba a su fin. Recuerdo que pensé por un momento que no había lugar para la pobreza.


Aquella era nuestra, nuestra noche. Con ayuda del inglés conseguí el vestido más bonito que habían visto mis ojos. Era un sari de mil colores, tan ligero y delicado que al dármelo aquella señora tuve miedo de romperlo.
Conseguí un pequeño callejero y no paré hasta encontrar aquel pequeño encanto del que todo el mundo me había hablado, el hotel Marygold.
 Cogí un taxi en la avenida principal de aquella ciudad tan llena de vida, no sin antes llenar la memoria de mi vieja cámara analógica, la de mi abuelo.
Quería que aquello con lo que tuvieron mis ojos el placer de deleitarse fuera visto por el mundo entero. Necesité compartir aquel júbilo que se apoderaba de mi.
Allí el tiempo pasaba lento y la vida era un regalo de los dioses.
Me hice amiga de un pequeño botones del hotel- Ghuil se llamaba.
Era un jovencito de tez morena y mirada profunda que aprendió a hablar español en menos de una hora.
Entre risas y sonrisas me ayudó a arreglarme, me colocó el sari y me enseño una a una todas las tradiciones que debía usar en una fecha tan señalada.


También me dio un consejo con el que se me iluminó la cara, que no dejara de bailar en toda la noche.
Quiso saber que hacía yo allí. Fue entonces cuando le relaté mi historia.
Hacía muchos años que conocí a Kendra y necesitaba encontrarla. Cuando hube terminado, tras escucharme atentamente con el rostro serio y sereno, una sonrisa apareció enmarcada por sus labios. Fue una sonrisa que le llegó a los ojos.
-Pensé que vosotros no creíais en la vida. Te pareces a nuestro pueblo mas de lo que piensas.- Me susurró.
Aquella noche volvió a mi el presentimiento de que la encontraría. 
Paseé por las calles de Delhi. La zona más antigua y milenaria era maravillosa.
En una increíble explanada repleta de fuegos y velas, vislumbré a lo lejos las sombras de los elefantes, del viento.

Fui acercándome poco a poco. Eran tan bonitos... La buscaba a ella. Los miraba a todos a los ojos y todos parecían implorar que les deshiciera todas aquellas fruslerías para poder catar la libertad, pero ninguno me conocía.
Al final del camino, cuando estuve a punto de perder la esperanza, la vi a ella en el punto donde confluían los rayos de luna sobre una fuente de mármol inmensa. Era ella, tenía que serlo.
Tenía las mismas arrugas sobre la pata delantera izquierda y su oreja derecha seguía igual de caída.
Habían pasado los años pero estaba exactamente igual.


-¡Kendra!- Grité emocionada.
La pequeña elefanta hindú se dio la vuelta y abrió mucho los ojos acercándose a mi.
No soy capaz ahora de describir realmente todo lo que sentí en aquel momento. Hay cosas que sencillamente no se pueden explicar con palabras.
Me fundí en un abrazo con ella. Era todo cuanto habíamos necesitado.
Aquella noche no dejamos de bailar. Veía las risas de los niños, que divertidos, disfrutaban a mi alrededor. Las velas eran eternas, de esas que no se apagaban nunca.


Las  estrellas nos tuvieron envidia desde lo alto mientras alzábamos las vengalas de colores.
Y el sol fue saliendo poco a poco. A golpe de ilusión.
Ella y yo no nos perdimos de vista en toda la noche y nos pilló el amanecer.
Bendito Diwali, bendita vida.
Nos pilló el amanecer bailando.


jueves, 30 de octubre de 2014

Carta de un loco, al amanecer de un ocaso

No sé a quien le hablo. No sé si le hablo al aire, al mar o tan siquiera si tú, si vosotros, me estáis escuchando.
Solo sé que no sé nada, sólo sé esa frase, que me enseñaron cuando el tiempo nunca pasaba.
Sólo quiero hablar con ella, pero ella no quiere escucharme. Y duele. Duele tan dentro que intentas en vano buscar el mecanismo que frena tus pasos, una cuerda para pararte en seco, una batería gastada, para no seguir viviendo. Para no seguir.
Lo peor de todo es encontrar su rostro y saber que sigues respirando. Mirar a la cordura a los ojos inmerso en tanta locura.


Dile a la puesta de sol que me espere, que no se vaya todavía. Dile que me queda poco para llegar y que voy en el tren de la vida, que si se para y respira, más tarde me lo podrá contar.
Dile que cuando un manto de colores intensos esté tejiéndose en ella, no se los quite, que los deje ver a las estrellas, y que a la luna la evite.
Dile a la puesta de sol que voy ya, que si quiere que le lleve algo o le basta con el mar.
Dile que para cuando duerma, ya la podré abrazar, que esta noche duermo con ella y que me quiero quedar. Dile que hace ya tiempo que destapé mis ojos para ver los suyos, tan profundos.


No le digas lo que hice, que la dejé llorando en una alcoba. No le digas que no se me ocurrió echarla de menos hasta ahora; tampoco, que las tristezas y las penas nunca vienen solas. No le digas que la distancia hace el olvido, si no que la llevo aquí conmigo. No le digas que me sacaste de aquel bar desarraigado. No le arranques las ilusiones como hicieron conmigo y deja que siga creyendo en la magia. Que si aún sigo respirando fue porque una vez la miré a los ojos.
Deja que piense que somos eternos. Deja que crea que puede comerse el mundo, y que con un poco de esfuerzo todo se consigue.

No se te olvide decirle que, a pesar de todo, la quiero.

O mejor, deja que se lo diga yo, que después de todo es verdad eso de que el amor es cosa de dos.


miércoles, 29 de octubre de 2014

Andrés

Salida concurrida de la facultad, hora de almorzar, tripas ruidosas.
Multitud de gente que avanza sin rumbo exacto pero sabiendo perfectamente hasta donde le llevaran sus  pies.
Pasillos con olor a vida, en los que las risas se pierden entre apuntes, prisas y agobios.
Fascinación por el motor de una vida, motivación. Es la que hace que recorran tantas cabezas los pasillos en las horas puntas.
Pero de pronto decides cambiar el rumbo, el camino y en vez de seguir el mismo itinerario de cada mañana, tomas las escaleras. De pronto mientras vuelves los ojos sin mirar nada en concreto lo ves y se te dispara el corazón. Respiras demasiado despacio para su ritmo frenético.
Andrés.
Comienzas a dar saltos de felicidad al darte cuenta de que le tienes delante, en un cartel,  con letras de gloria, una fecha. Su rostro entre bares y escenarios con esas melodías de corazón que tantas veces han acariciado tus oídos. Solo él. Él ha sabido entender con una sola guitarra la emoción de una vida. Ha sabido revolver tus pasos y poner tus nervios a flores y flores de tu piel.
Pasando por piedras y charcos, amaneceres en Santiago y otros tantos dieces de abril cuando te veía bailar flamenco.
Sientes que tan lejos, puede entenderte mejor que a pocos milímetros. Sientes que siendo un desconocido, te conoce demasiado bien, y desde siempre.
Gracias, Andrés, por bajar la luna y las estrellas para que seamos capaces de quemarnos por nosotros mismos.
Te deja atrás, con la felicidad de una pequeña que ha obtenido un merecido premio. Por fin va a verte, tan solo a seis caricias, para decirte que lo que quiere en media noche es una vida y media.
Y amanece.


"A Andrés Suárez, dueño de mis pasos de baile lentos"


martes, 21 de octubre de 2014

Norte


Me gusta pensar que vivimos en un mundo de casualidades.
Soy curiosa y adoro los detalles.
Normalmente, cuando voy andando por la calle, mi cabeza se imagina historias, intentando enlazar unas vidas y otras. Me gusta ver a ese pequeño corriendo, pensando en que quiere llegar antes a casa porque recordó que hoy regresaba su padre de un viaje. Me gusta contemplar el aspecto de la gente para intentar adivinar que tipo de vida lleva, si seríamos amigos, si se podría convertir en alguien imprescindible en mi vida.
Me vienen a la memoria personas que hace años que no veo, y sonrío, pensando que habrá sido de ellas; me pregunto con quién compartirán ahora esos momentos que antaño fueron tan nuestros.
Me intriga pensar a quien me encontraré en la esquina de la Rua Nova, donde el sonido de las gaitas a las tres te transporta completamente al medievo. Me sorprendo cada día al ver las caras de siempre y otras tantas que nunca volveré a ver.
En la otra de punta de casa, en el norte, la vida que se lleva es la misma, si bien con algo menos de temperatura y un poco más de agua. 
La gente sale a la calle, ríe, mira extraño o como si te conociesen de toda la vida.
Duermen, juegan, trabajan.
La vida santiaguesa fluye con todos nosotros a cuestas, sin prisa pero sin pausa.
El sol sale, disfruta la mañana y parte de la tarde para dejar paso a la luna que se engalana de estrellas.
La misma luna, los mismos cuentos cada noche, las mismas vidas que susurran que andan soñando la vida.

domingo, 19 de octubre de 2014

Más nos vale

"Más vale perder un minuto de la vida, que la vida en un minuto."

Frases de mañana, madrugadora, frases que escucha una de los labios de la experiencia en el asiento trece de un autobús de línea con destino rutina. Frases que escuchas cuando los cristales están empañados y llenos de ilusiones recorridas con un dedo.
Frases que hacen que tu cabeza de vueltas y tengas ganas de pensar mientras intentas aislarte del mundo con la ayuda de un par de auriculares.

Y qué le vamos a hacer si la experiencia tiene razón, si cada mañana al levantarnos queremos ver de nuevo la luz del sol. Que le hacemos si somos idiotas,  y no aprendemos, que le hacemos si nos gusta enamorarnos y sonreír.
Más vale un minuto de alegría, sesenta segundos de gloria, en los que trabajo y obligaciones quedan en un segundo plano, en los que una carcajada te llena de vida. Más vale eso, que decidir descansar una noche, bailar hasta reventar y no ser consciente de lo que la vida te da.
La vida puede ser egoista, puede ser mezquina, pero como todos alguna vez, la vida es vida, tiene sentimientos ilusiones, y hasta si sale se maquilla.


Somos demasiado locos para agarrarnos a la vida, para usar las salidas de emergencia y creer que el mundo es nuestro, así que perdamos juntos ese momento de nuestra vida.

Casi Ángeles

A la luz de la luna, aquella terminación quedaba perfectamente contorneada como vestigio de un tiempo pasado, entre su respiración y la octava costilla. Allá cuando los seres como nosotros fueron capaces de surcar cielos y mares, en tiempo de eras antiguas sin prisas ni carnavales.
Luz de luna serena y gitana que cantaba en balcones demasiado altos.
Luz que hizo de ese rincón de tu espalda fuera mi ocaso perfecto hasta caer en los brazos de Morfeo.


Restos de seres maravillosos, casi ángeles.
Como desde hace tiempo, los ángeles plagan el cielo, llenan la tierra. Todos somos ángeles, o al menos lo fuimos.
Bendita escápula, esquina de plata, que fuiste y siempre serás la prueba viviente de ello, de nuestro origen mítico y celestial.
Por eso aquella noche, cuando te vi de espaldas, cuando te vi estirar los brazos para abrazarme, y tu figura se dibujaba en el espejo, supe que no me equivocaba y que había encontrado a mi ángel de la guarda.
Por eso aquella noche pintaste una C junto a la A de tu nombre. Por eso fuimos felices.

Aura


 A cada hoja de cae con el viento fresco del otoño me da por recordar.
Recuerdo cada paso descalza cuando el sol de verano calentaba las piedras bajo mis pies.
Recuerdo el sonido del río en primavera, cuando los libros se amontonaban sobre la mesa y yo solo quería ver más flores pintar de colores el nuevo día.
Recuerdo de inviernos- Inviernos en sudadero, con ella.
Recuerdo las tardes de película, las risas y las llamadas interminables tan juntas y a la vez tan separadas.
Recuerdo ver llover por la ventana y recordarme que no era más que llanto de los ángeles.
Quiero recordar que después salía el sol, que se iba el invierno y llegaba él.
Llegaba el otoño, en gabardina, con una bufanda rodeando su esbelto cuello y miles de hojas secas para soplar con los labios de las nubes sobre tu nuca.
Recuerdo que estuve en todos los sitios y que luego él me abrazó.
Sol de otoño.

Amanecer bailando con cara de tontos- Susurraba  Pereza a mi oído.

viernes, 3 de octubre de 2014

Qué malo el recuerdo


Y despacio, dando vueltas y más vueltas en la cama, piensas en ella. Piensas en el maravilloso verano juntos, piensas en la vida, incluso en la muerte.
Piensas que podría haber sucedido si te hubieras atrevido a confesarlo todo antes de su marcha. Ahora sería distinto.
Lo importante es que seguís viviendo bajo el mismo cielo, que miráis las mismas estrellas cuando anochece y que ella también te echa de menos.
Debiste decirle lo que sentías a tiempo. Debiste ser sincero, por ti y por ella.
Es otra tarde de viernes, color plomizo. Tú intentas acostumbrarte a esta nueva rutina que ha empezado hace poco y ella no está contigo. Está lejos.
Crees que en cualquier momento puede olvidarse de ti, que conocerá a otros y se volverá a enamorar.
Es entonces cuando has decidido que es hora de tirar la toalla, de abandonar uno de tus queridos sueños. ¿Para qué? Has vuelto a preguntarte.
Pero lo que no te das cuenta es que quien no arriesga no gana. Que lo que estás haciendo es egoísta, y lo sabes.
Pero vuelves a dar otra vuelta en la cama y con ayuda de algo de música te quedas dormido de nuevo con ella en tu cabeza sin saberlo.

jueves, 2 de octubre de 2014

Kilómetros

Antes no hacía falta decirlo. El te quiero al oído de vez en cuando bastaba. Antes era diferente, más cerca y tan lejos.
Y es que hasta ahora no habéis entendido lo que significaba echar en falta, nunca había dado tiempo a experimentar ese sentimiento.
Ahora lo has entendido, el sentido de la palabra morriña. ahora que miras al cielo esperando ver su sonrisa, ahora que te levantas cada mañana pensando en el tiempo que falta para ese ansiado próximo beso.
Y es que ha sido él, con sus tonterías de niño pequeño y sus maravillosas buenas noches, el que te ha enseñado a necesitarle.
Es ahora cuando entiendes el verdadero sentido de cada te quiero, y cuando necesitas sus abrazos más que nunca.

a M.

Indiferente el cielo, le roba al suelo

De nuevo la vida golpea.
Esto llega con retraso, sin prisa, habiendo meditado y roto cada una de las conexiones neuronales que quedaban en tu cabeza. Lentamente y con saña.
Explícame, Ale. Si no te conocía, ¿por qué me dueles? ¿por qué miro tus ojos en una fotografía y me falta el aire?
No lo entiendo.
Solo sé que si con tan poco puedes remover tanto mi alma, es que eras especial, de los que ya no quedan.
Duele pensar que ahí arriba la toman con la gente buena, se los llevan para que no podamos disfrutar de vosotros, para que no seamos capaces de compartiros. 
Ale, esto no es una carta, no es una noticia, ni un mensaje de tristeza o compasión.
Esto es para desearte suerte, para decirte que de vez en cuando le escribas desde ahí arriba informando de que llegaste bien, para que los besos que te hemos mandado, te lleguen antes. Esto es para que los que llegaron hasta allí antes de ti te abracen.
Llevamos días que los ángeles no lloran, están secos.
Llevamos tiempo pensando que esto no puede ser casualidad, que las luces de la ciudad se mantengan siempre encendidas y que cada vez veamos más y más alas surcar el cielo.
Ya no me creo que no fueras tú.
Estoy segura de que ayer, cuando miré el cielo, te vi brillando a lo lejos.
Hasta siempre, nos vemos pronto.
Que te vaya bonito.


Todo acaba en agua salada

La suya fue una historia imposible.
De esas que llegan con el cálido aire del desierto y se marcha con el frío viento de los fiordos Noruegos. Una historia de velos, de secretos, de querer encontrarse sabiendo que nunca lo harían. Vivieron día a día, lo disfrutaron todo, se enamoraron con la mirada, con el aroma, simplemente se enamoraron. Siempre ojos verdes de por medio queriendo decir tanto.
Con el corazón partido, roto, resquebrajado, hecho harapos, Fátima perdió el habla en un grito desgarrador.
Con todo aquello terminó por mirar al amor de su vida, entre la sal de las lágrimas que corrían por sus mejillas, arrebatar el último aliento de golpe a alguien tan suyo. Con todo ello el odio explotó en su interior mientras contemplaba incrédula a parte de su sangre desaparecer  de su vida para siempre, Abdu.
Era con aquello con lo que se terminaba su vida. Dejó de sentir, dejó de latir…El alma se la llevó él con los dedos entrelazados, en un último beso, con su último abrazo.
Entonces llegó el momento de que los caminos de una vida se bifurcaran, las casualidades terminasen y el destino lo arrasara todo, para no dejar supervivientes.
Y tras el destino, el agua del mar, tan salada, iba inundando las últimas promesas inquebrantables.
"No me dejes nunca"- Susurró ella a su oído.


sábado, 20 de septiembre de 2014

Hermanos

Doce. Son las velas que hay en la foto que me han mandado esta mañana, esa en la que sale tu sonrisa de niño mayor en primer plano, esa que me dice que has crecido y que yo no me he dado cuenta. Esa vez que he escuchado al descolgar el teléfono que me enseña que después de todo, las cosas siguen como siempre.
El tiempo pasa tan rápido que asusta. Y solo hace falta distancia de por medio para valorar todo lo que tienes y lo que quieres.
Estás tan guapo. Y mayor, aunque a veces no lo parezca.
Parece que fue ayer cuando supe que iba a tener un hermanito. Fueron nueve meses interminables esperando para ver tu dulce carita. Y al fin llego ese día. Un 20 de septiembre, allá por el 2002.
Aquella noche, yo aún era una niña, me quedé con mamá para ayudarla contigo, para no perderme ni un segundo de tu maravillosa existencia.
Aunque nos peleemos, aunque parezca que no te soporte, aunque creas que me enfado muy rápido y que no se me pueda hablar a veces me gustaría que no se te olvidase nunca que siempre voy a estar a tu lado: por si no sabes a quien contarle algo, por si te enamoras, por si necesitas un abrazo o unas risas. Cuenta conmigo. Porque a día de hoy he de confesarte algo: eres uno de los pequeños tesoros que me ha dado la vida.
Feliz cumpleaños, el primero que no paso a tu lado; el primero que te siento lejos y a la vez tan cerca. Disfruta, viaja de vez en cuando al país de Nunca Jamás, que te falta poco para no poder regresar. Prométeme que vas a ser feliz, conmigo y sin mi.
Te quiero, enano.


   a G.

martes, 16 de septiembre de 2014

Dame un motivo y te diré por qué


Cómplices.
Adoro esa palabra. Nos define.
Intento adivinar cómo en esas ocho letras perfectamente ordenadas podemos caber nosotros.
"Somos dos, ¿para qué queremos más?" La música sigue sonando alta. Pereza. Nos miramos a los ojos y sonreímos. Nos gusta vivir.
¿Cuándo empieza realmente la complicidad entre dos personas?
Entre nosotros dos no sabría decirlo. Quizá fue el instante en que nos conocimos, o cuando me diste mi primer abrazo después de horas y horas hablando, cuando ya podíamos llamarnos amigos, a lo mejor fue tras esas primeras y sonoras risas, o con todos los bailes en compañía de la luna.
El caso es que sé que te quiero, y no duele querer. Nada.
Lo pasamos tan bien juntos que he llegado a pensar que esto de la complicidad es jodidamente perfecto. No terminamos de depender el uno del otro pero si nos importamos mutuamente.
Pienso más, intentando adivinar el momento.
Ahora caigo.
Aquel momento ha sido nuestro último abrazo, el beso de despedida. En ese momento hemos pasado a depender el uno del otro, a ser cómplices por completo.
Y como ya he dicho, me encanta, me encantas.

domingo, 14 de septiembre de 2014

Numeros Cadinales

Sur.
Llegó la despedida. Llegó la tarde en que las luces del cielo tienen una pesadilla. Van desapareciendo poco a poco sin dejar rastro. La luna no sale, está de vacaciones, bailando hasta cansar unos pies que nunca tuvo. 
Aún es pronto y nunca es tarde. Todavía duele la distancia, todavía se siente.
La soledad amenaza con arreciar tu ventana como la lluvia matutina que ha despertado a Santiago.
Las nubes son magia, pretenden aislar el lugar, buscan marcar aún más las huellas de una vida, para luego borrarlas.
Fotografías. Ellas ayudan, recuerdan, ilusionan, esperanzan. Ellas son la pincelada de unos alegres buenos días.
Botas. Ellas protegen, ellas te ayudan a continuar el camino marcado.
Luego risas, y más risas. Si todo fuera por reír, por encontrarse, no existiría la tristeza.
Luego adiós. Hasta luego. Un gesto de una mano, un beso, un abrazo, un nos vemos pronto y ver alejarse a quien quieres sin volver la vista atrás deseando buena suerte.
Norte.

lunes, 8 de septiembre de 2014

Nos vemos luego, Peterpana

Llamadme estúpida pero ahora estoy conociendo de verdad el sentimiento que guardan las letras de esa canción de Lana. Ese "Summertime Sadness" vuela por mi cabeza y se escapa entre mis lágrimas (Soy llorona, que le vamos a hacer).
El caso es que siempre fui la que se aburría del verano, la loca que ansiaba que el curso comenzara en agosto. La que se ponía nerviosa la noche antes de que la rutina llamase a la puerta y no podía dormir del revoloteo de las mariposas.
Será que he madurado. Será que he conocido la amistad verdadera, o será que la morriña viene en paquete antes de  irse a ninguna parte.
Será que este ha sido "ELVERANO".
Será todo o será nada- Ser por ser, será.
Será la playa, será la luna, serán las maravillas del mundo…
La cosa es que no me quiero ir, no todavía, ó… yo si que me quiero ir, comenzar, vivir nuevas experiencias. La que se niega a aceptar que me voy es mi cabeza. Ha borrado toda oportunidad de final, toda palabra unida al olvido y se ha aferrado a los recuerdos.
Cómo voy a echar de menos esto.
Pero me voy.
Las maletas están hechas, el sol se despide de mi acariciándome la piel como tantas otras veces. Los últimos restos de arena se van acumulando en el recogedor para despedir otro verano que se va.
Creo que estoy preparada para echar de menos. 
Las maletas están terminadas.
Me falta despedirme.
Esto no es un adiós, es solo un ¡hasta pronto!
Por una vida de sorpresas, por una vida de improvisación, y como dirían ellos, como corearía ella al mismo ritmo dando brincos en la última puesta de sol: ¡VIVA LA VIDA!


El hogar está donde está el corazón

Eran libres, eran jóvenes y estaban vivos.
Infinidad de velas alumbraban una de aquellas noches de verano en las que oscurecía un poquito antes.
Caminaban por la playa cogidos de la mano, esperando que un milagro impidiera aquel final.
Los finales dolían tanto. Dejaban un inmenso vacío en los corazones de los vivos y algo de sueños dormidos en las mentes de ninguna parte.
La música los hacía bailar lento, a todos ellos y, alejándose como las estrellas, terminaron por mojarse los pies para luego hundirlos en la arena.
Una nueva rutina se les anudaba a la cintura como una férrea cadena, impidiéndoles disfrutar de lo bueno de días atrás. 
Un último abrazo rompió todos los esquemas.
Estaban acostumbrados a lo bueno, a lo bonito y a la vida y tocaba seguir viviendo, pero esta  vez, con kilómetros de por medio.
Las primeras luces del alba salieron a despuntar a eso de las siete de la mañana. Ellos siguieron bailando sin notar el frío matutino de septiembre.
Las zapatillas se quedaron descansando en la arena, preparadas para cuando decidieran volver.
Preparadas para el próximo verano.


domingo, 24 de agosto de 2014

Momentos que marcan una vida.

Caía la tarde. La ciudad, tan urbana como siempre, impedía ver debidamente las luces del ocaso.
Miles de ilusiones se arremolinaban en torno a una multitud de personas organizadas por filas según la puerta indicada.
La inmensa carpa se erguía impertérrita ante todos ellos, queriendo destacar.


Algún que otro desorientado, entre bastidores, proporcionaba unos últimos cacahuetes a aquellos dioses. La noche iba para ellos, para que fueran eternos.
Podéis decir que una pequeña de seis años es incapaz de recordar una noche como aquella una vez ha crecido, pero os equivocáis. La recuerdo. La recuerdo con todo lujo de detalles porque fue especial, fue mágica.
Iba con mis padres a aquel espectáculo tan sonado en la ciudad. Recuerdo las ganas de tenía de ver todas las peripecias que iban a enseñarme.
Comenzó la gala y aquello era increíble: pequeños hombres que se doblaban, tigres que no habían aparecido más que en libros de cuentos, mujeres demasiado bellas para ser reales adornadas con todo tipo de piedras preciosas, cuidadores de los agradecidos animales, a los cuales trataban con cariño…


Y de pronto se apagaron las luces. La noche ya era cerrada en la ciudad y por los huecos de la carpa entraba la luz de la luna.
Una música tranquila se fue apoderando de nuestros subconscientes y poco a poco la intensidad de la luz fue aumentando.
Entonces la vi a ella. Kendra.
En el centro del ruedo había una preciosa elefanta india de no más de dos años de edad mirando embelesada a su sorprendido público. Uno de sus cuidadores anunció con ayuda de la megafonía que únicamente una persona podría comprobar la suavidad de su piel, que podría tener visión de elefante. De entre los miles de personas que allí había levantando las manos pidiendo que las eligieran, el cuidador miró al cielo. Yo daba saltos, sobre el asiento, mi madre decía que me bajara, que me caería. Aunque yo seguía con lo mío, queriendo acariciar aquel maravilloso animal, queriendo formar parte de sus recuerdos para siempre.
El cuidador miró a su alrededor y me vio. Dijo "ella". Al principio no lo entendí, pero después me llamaron los ayudantes y yo bajé precipitada y feliz por las escaleras.
Al llegar junto a Kendra no sentí miedo, sino fascinación. Ella era inmensa, preciosa. Una caricia de mis pequeñas manos de niña fue a parar hasta sus orejas, ella me devolvió el saludo acariciando mi cabeza y con lo que a mi me pareció una sonrisa.
Colocaron un pequeño pedestal junto a su lomo y yo pude subirme. No se me ocurrió otra cosa que abrazarla fuerte. Todas las personas allí presentes rompieron a carcajadas. Después me indicaron que me bajara y me regalaron mi foto con ella.
De nuevo las luces volvieron a  apagarse por completo y cuando se encendieron Kendra ya no estaba.
Con cara de seria entregué la fotografía a mi madre y le susurré que debía ir al baño.
-Te acompaño.- Me insistió.
-No- Contesté.- Puedo ir sola, ya tengo seis años.
Bajé corriendo las escaleras mientras el espectáculo continuaba. Salí de aquella carpa y me dirigí a la parte trasera del edificio improvisado.
La vi. Era Kendra. Me acerqué a ella. Jugaba tranquilamente con lo que parecía ser una muñeca de trapo.
Al verme se acerco lenta y pesadamente. Cuando estábamos a milímetros una de la otra nos abrazamos de nuevo.
Fue una sensación…sencillamente indescriptible. Aún la recuerdo.
Le susurré que no me olvidara sin saber que los elefantes no olvidan. Ella aún me recuerda.
Cuando terminó aquella noche me dormí pensando que debía encontrarla. Me dijeron que había vuelto a casa.
Ahora he crecido, pero aún la sigo buscando.
¿Dónde estás, Kendra?


domingo, 17 de agosto de 2014

San Francisco.

¿Y por qué no?



La melodía suena mientras ves a Forrest correr dentro de la caja tonta llegando lejos. Otra vez esa dichosa canción.
Maldita casualidad.
A lo mejor no es casualidad. A lo mejor la serendepia es sólo un invento de nuestra fatídica cabeza para explicar que nos encontrásemos, que no fuéramos un nosotros.
O quizá si lo fuimos.
Fuimos un pequeño infinito, interminable e intenso del que aún no hemos aprendido a salir.
"debo, debo debo…"
Debes hacer tantas cosas que una vez estas ante el precipicio admirando la belleza de la naturaleza eres incapaz de saltar.
Suéltate el pelo y decide disfrutar. Sabes que las cosas pasan por algo y que ese algo es lo que mueve el mundo.
Deja que el hable contigo pero no vayas a abrirle tu corazón hasta que estés segura de que prefiere hacerlo suyo en lugar de hacerlo pedazos.
Pasea de su mano por las calles de San Francisco.
Escucha música con un solo auricular porque el tenga el otro.
Tómate un helado y llénale con él la nariz.
Deja que te abrace sin saber lo que pasará al instante siguiente.
No corras, no frenes.
Respira.
Vive y dale la mano.
Quizá mañana él se haya cansado de ser un "no nosotros".
Quizá ahora viene en tu busca.
Cuéntale tus penas a las estrellas.
Un, dos, tres;
Sonríe.


Summertime Sadness

No sé que decirte que no sepas. quizás porque tengo suerte de tenerte en la cabeza y de tener a fuego grabados todos nuestros momentos vividos. Quizás sea que te quiero demasiado o que mi cabeza es redonda y por eso da demasiadas vueltas.
Solo me gustaría que esto no acabara nunca. Me gustaría saber predecir el futuro. O no, mejor no. Pero si me gustaría estar de por vida en tu cabeza y tener esa garantía.
Gracias por dejarme verte dormir, gracias por abrazarme cuando más lo he necesitado. Perdón por los bailes y las llamadas de madrugada pero, tú también los has disfrutado.
Gracias por decirme que te quedarías para siempre aunque ni tú mismo sepas cómo vivir y sólo estés improvisando.
Gracias por regalarme lo más bonito que hay en esta vida, el cariño.
Quiero que sepas que, aunque no lo creas, eres importante. Más que eso, eres increíble.
Eres quien me saca mis mejores sonrisas. Eres el que me hace reír a carcajadas y el que sabe cuando pararme los pies.
Quiero que sepas que te quiero. Si, que te quiero. Pero es un te quiero sincero, desde lo más hondo del imprescindible músculo que bombea mi sangre hasta el cerebro y me hace enrojecer las mejillas, desde lo más profundo de mi ser.
Cada vez los días son más cortos y las noches más largas. Sólo la luna sabe cómo mirarnos. Cada día te echo más de menos. Cada día te da por alejarte más. Tendría que decirte tantas cosas…
Pero tú no quieres oírlas y el verano se acaba.
Queda poco para que nada vuelva a ser lo mismo. Queda poco para partir con la maleta repleta de recuerdos que hemos construido durante este verano.
Y voy a echarte de menos, y voy a querer verte cada día- Y no voy a poder.
Por eso me conformo con que mi mirada hable, con que le cuente todo a la tuya al despedirnos.
Por eso me conformo con que no me olvides.